Inés Weinberg: "Los genocidios ocurren en terrenos propicios"
La jueza y los tribunales internacionales
“Para que la crueldad prospere, antes se prepara el terreno. El miedo como factor de deshumanización es muy importante. El miedo por la supervivencia siempre comienza con hechos crueles. Por eso se hace tan necesario educar en conceptos como comunidad y convivencia. Porque en la comunidad, cada uno evalúa su propia responsabilidad y procura buscar la solución en uno, y no afuera. Ese esquema puede repetirse en todas partes. El miedo al otro nos deshumaniza. Lo esencial en esa deshumanización es que el otro comienza a ser considerado distinto y se le atribuye la responsabilidad por todos los males.”
La jueza Inés Weinberg es una prestigiosa jurista argentina que, después de haber pasado por la justicia federal local y de haberse especializado en derechos humanos, formó parte del Tribunal Penal Internacional, que juzgó el genocidio en la ex Yugoslavia. Hoy integra como magistrada permanente el tribunal multicultural e internacional de Arusha, Tanzania, que juzga el exterminio en Ruanda, ocurrido entre abril y julio de 1994.
En aquellas masacres que horrorizaron –demasiado tarde– a la comunidad internacional, se calcula que murieron a machete y fuego, a manos de la mayoría hutu, entre 600.000 y un millón de seres humanos, pertenecientes a la minoría tutsi y hutu moderada. Miles de niños y mujeres fueron violados y torturados. En Buenos Aires, la doctora Weinberg habló con LA NACION sobre la necesidad de aceptar responsabilidades y no dejarlo todo en manos de los gobernantes. Puso de relieve que cada día, en Africa y en otras partes del mundo, "ocurren Ruandas".
Esta semana comenzó, en el Tribunal de Arusha, el juicio contra Tharcisse Renzaho, antiguo gobernador de Kigali, a quien se le imputa haber sido uno de los artífices del genocidio ruandés. El juicio se suma a la condena a 15 años de cárcel, en diciembre último, contra el cura católico Athanase Seromba por su intervención en el exterminio de 2000 tutsis en su parroquia de Nyange.
Parece poco, comparado con la cifra de asesinados. Pero, como señala la jueza Weinberg, más que las cifras lo espeluznante es observar la condición intelectual de los acusados, que en muchísimos casos tenían un papel relevante en la vida comunitaria. Hay entre ellos empresarios, militares, alcaldes, curas católicos, pastores evangelistas, periodistas y personalidades prominentes que, en algún momento fatal, entre abril y julio de 1994, decidieron que los diferentes tenían que morir.
-¿Qué clase de justicia es la que se imparte después de un genocidio?
-Después de la masacre, las víctimas y la sociedad internacional buscan respuestas. Se han intentado distintos tipos. La del Tribunal Penal Internacional de Ruanda es una. En el caso de Sudáfrica, fueron las comisiones de Verdad y Reconciliación. En Sierra Leona, se pensó que no hacía falta un tribunal internacional y se formaron comisiones, como en Sudáfrica; pero después, el gobierno de Sierra Leona solicitó la ayuda de la ONU para crearlo. La justicia es procesar a algunos, porque no se puede hacerlo con todos los que intervinieron en un genocidio. En Ruanda, donde los muertos se estiman entre 600.0000 y un millón, eso implica la participación de miles de personas y ningún tribunal nacional o internacional puede llevar a juicio a tanta gente. Ruanda, en su momento, no estaba en condiciones de hacerlo. No tenía un sistema de justicia adecuado, por eso pidió la ayuda de la ONU. Como el Consejo de Seguridad había creado la receta en el caso de la ex Yugoslavia, en 1993, se formó un "tribunal hermano" para Ruanda, que armó los llamados gaçaça : tribunales populares, casi barriales, que juzgan asesinatos, pero no tienen jurisdicción para el genocidio.
-¿Qué entramado político conduce a un genocidio ante la mirada indiferente de la comunidad internacional?
-Es muy difícil de entender cómo un buen día, el 7 de abril de 1994, tantas personas juntas salieron con sus machetes a matar a sus vecinos.Vivo sola en Tanzania [que limita con Ruanda], pues mi familia está en la Argentina, y a veces pienso que es una gran cosa, porque muchas noches llego a mi casa sin ganas de hablar con nadie, por los relatos que escucho. Es una deshumanización espeluznante la de las personas que llegan a esos extremos. Hablamos de vecinos que hacían piquetes y detenían camiones con mujeres y niños a los que masacraban en bloque...
-¿El sustrato de un genocidio es distinto según se hable de la Alemania nazi, la ex Yugoslavia o Ruanda?
-La deshumanización no siempre llega al genocidio. En la Argentina hubo crímenes de lesa humanidad, en el caso de los desaparecidos. En una ocasión, un grupo de estudiantes de un colegio diferencial vinieron a Arusha y me pidieron que tratara de explicarles el genocidio de Ruanda. La explicación que encontré es que, tanto en el caso de la ex Yugoslavia como en Ruanda, la mayoría de la gente siguió a los demás. Un componente importante era sentirse parte y no ser discriminado por la sociedad de pertenencia. De modo que si uno del grupo dice "hay que matar", muy pocos se atreven a decir que no.
-¿Hay una predisposición cultural para adherir al exterminio?
- De hecho, hay matanzas todo el tiempo en Africa, pero no se puede atribuir el genocidio a una predisposición cultural. Cuando uno ve a los acusados, se trata de gente como uno. Son personas muy normales que, despojadas de sus armas, dicen que no entienden cómo pudieron haber participado y cómo pudo haber pasado aquello. Muchos de los acusados estudiaron en Europa, hablan un francés impecable y son gente sofisticada. Allí no hay falta de educación. Yo pienso que hay luchas por el poder que se salen de control.
-¿O sea que lo que ocurre una vez puede repetirse?
-Sí. Y de hecho ocurre en muchas partes una y otra vez. Pero para que tenga lugar hay un trabajo previo y lento, de mucho tiempo. No soy una experta en el caso de la Alemania nazi, pero fueron décadas de identificar al judío como enemigo. En los Balcanes, desde el imperio austrohúngaro, se identificaba al otro como diferente. Eso es lo esencial: no importa a qué grupo se pertenezca, sino que el otro es considerado distinto y a él se le atribuye todo lo que está mal.
-Es chocante ver que la crueldad puede triunfar sobre la razón.
-La capacidad del ser humano de no ser humano es muy impresionante. ¿Cómo se comprende que una persona hasta un determinado día sea normal y al día siguiente salga a matar?
-De cara a la cultura ruandesa, ¿qué le impresionó más de los casos juzgados?
-No creo que se pueda hablar de una característica cultural precisa. Los ruandeses fueron colonizados por los belgas y luego adquirieron una cultura muy francesa. Desgraciadamente, no podemos atribuir lo ocurrido a una cuestión de analfabetismo. Uno de los acusados es Simon Bikindi, un cantante hutu muy popular. El compuso varias canciones en kinyarwanda -una de las dos lenguas oficiales de Ruanda- que se escuchaban en los mítines políticos. Los casos impactan de distinta manera. Impacta que el primer ministro Kambanda se haya declarado culpable, porque, según dijo, no pudo haber ignorado lo ocurrido, dado su cargo, e impacta que haya sido condenado a cadena perpetua. Desde entonces, nadie más se declaró culpable de nada. Lo que impresiona es que alguien asuma responsabilidades, aunque sea parciales. Porque la mayoría las elude. Parece el caso Cromagnon. Es muy preocupante esa negación total de lo ocurrido, que parece llegar al extremo de querer decir que nada ocurrió. Lo demás es estar en una película de ciencia ficción. En el tribunal de Ruanda los abogados defensores todavía discuten que se haya cometido genocidio...
-¿Cómo jugaron los medios de comunicación ruandeses un papel tan decisivo en el exterminio de inocentes?
-La radio es el medio de comunicación más importante. Tuvimos casos de periodistas acusados de usarla para hacer propaganda. Y también hubo un caso de un acusado que fue condenado en primera instancia por lo que escribió en el periódico Kangura . Lo que parece claro es que, para que haya genocidio, tiene que haber un trabajo paulatino de muchos años identificando a un grupo como enemigo. Y eso tiene mayor alcance cuando los medios están en manos del poder político.
-¿Le preocupa el avance de la violencia como sustituto del diálogo, en política?
-En los casos que conozco, la violencia es producto de una acción paulatina a la que no le prestamos la debida atención en el momento adecuado. Uno deja crecer lo que cree que no es peligroso y que parecen actos aislados. Pero la acción es paulatina. Nadie se levanta un día y mata al vecino porque sí. Hace falta acostumbrarse a la idea de que el otro es diferente.
-¿Hay algo sobre lo que le gustaría llamar la atención teniendo en cuenta que es usted una jueza procedente de un país donde se tomó alguna vez la decisión política de un exterminio?
-Me sigue impresionando, en nuestro país, esa aceptación mayoritaria de que nos digan lo que tenemos que hacer. Aceptamos mucho que nos den la solución de los problemas. Lo veo con preocupación, porque, al no buscar cada uno la solución en uno mismo, mejorando lo que uno hace, se espera siempre el milagro. Y ésa es una de las condiciones para que ocurran excesos. Se pone la responsabilidad siempre en el otro. En el caso de Milosevic, fue la promesa de restaurar la gran Serbia. No veo que eso esté tan lejos de lo argentino y lo latinoamericano, donde se busca siempre la figura del líder. En ese sentido, el líder es peligroso, porque eso implica abdicar de la propia responsabilidad como ciudadano.
-¿La crueldad prospera con la deshumanización, entonces?
-Para que la crueldad prospere todo el terreno tiene que prepararse antes. Es muy importante como factor el miedo, y la deshumanización está muy ligada al miedo. El miedo por la supervivencia siempre comienza con hechos crueles. Es necesario educar en conceptos como comunidad y convivencia. Cuando me toca un caso muy difícil siempre releo a Hannah Arendt. En el caso Eichmann, se explica que la cuestión de la solución final, que involucró a tanta gente, obedeció a que esa gente creía que le estaba prestando un gran servicio a su país y que por eso tenía que hacer algo contrario a sus normas, para salvar a la patria. Eso es aplicable a distintos países en circunstancias aberrantes.
-¿Esto pasa también en democracia?
-No soy especialista en política argentina, pero, desde que tengo uso de razón, en la Argentina siempre han habido grupos que creen tener la respuesta. A veces se visten de militares, a veces de civiles. No hay demasiada diferencia, porque no vienen de Marte, sino que son grupos sociales empujados por otros que, a su vez, pertenecen a la misma sociedad y creen tener la solución para el conjunto.
-¿Cómo vive una mujer sola en Tanzania?
-Con 12 horas de corte de luz por día, duchándose con agua mineral porque se corta el agua y con mucho repelente y mosquiteros, por la malaria, además de la custodia personal. Por lo demás, es un país precioso y perfecto para el turismo...
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