Ideas y gestos del Papa frente a Milei
El acercamiento del pontífice con el presidente argentino fue también la manera de llevar a la práctica una de sus frases predilectas: “La unidad es más importante que el conflicto”
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Javier Milei suele ser contradictorio, pero nunca es tan paradójico como cuando se advierte que coexisten en él una persona con profundas convicciones religiosas y alguien capaz de insultar y humillar a sus adversarios reales o imaginarios. El papa Francisco valoró sobre todo la formación religiosa de Milei para dejarle algunos mensajes (o consejos) al presidente argentino, más con los gestos que con las palabras.
Es probable que al jefe de la Iglesia Católica le haya llegado solo un boceto de Milei, pero nadie en Buenos Aires puede ignorar que el Presidente es la misma persona que el miércoles pasado, luego de que ordenara retirar del debate en Diputados su ley ómnibus, trató a los gobernadores y a los diputados de “delincuentes”, “traidores” y “corruptos” entre otras corrosiones del lenguaje nunca escuchadas antes en la vida democrática.
Cinco días antes, el mandatario argentino había logrado 144 votos afirmativos de parte de esos mismos legisladores para la aprobación en general de la ley. Es cierto que en el debate en particular muchos diputados fueron dejando vacíos algunos artículos de la ley, pero en la Cámara de Diputados hay consenso en que existían amplios márgenes para seguir negociando. Cuando el papa Bergoglio abrazó a Milei en público instaló delante del Presidente el ejemplo de que alguien religioso debe saber perdonar y, al mismo tiempo, debe buscar no las disidencias, que siempre existen, sino las coincidencias.
Milei le había propinado al Bergoglio durante la campaña electoral el peor agravio que se le pueda hacer a quien es, según la doctrina católica, el vicario de Cristo en la tierra. Dijo que Francisco era “el representante del maligno (el demonio) en la tierra”. Pasadas las elecciones, el propio Pontífice señaló que él no tiene en cuenta nunca las cosas que se dicen en campaña electoral. “Son palabras que van y vienen”, señaló para desestimar las ofensas. Dejando de lado el fanatismo de algunos sectores religiosos, que también existen, lo cierto es que el orden moral que establecen las religiones es incompatible con la violencia verbal, venga de donde venga.
Un aspecto poco conocido del Papa es su adhesión a la institucionalidad. “El respeto a las instituciones es indispensable para la convivencia pacífica de las sociedades. Es como un eje elemental para la igualdad de las personas”, le dijo varias veces a este periodista. De hecho, Francisco nunca echó a ninguno de los muchos críticos que tiene entre los conservadores del Vaticano y de fuera del Vaticano; simplemente, prefirió no renovarles sus designaciones cuando cumplieron el mandato en los cargos o les aceptó la renuncia solo cuando cumplieron la edad estipulada para la jubilación.
El caso más emblemático de la paciencia del Papa es el del cardenal argentino Leonardo Sandri, quien lideró una beligerante ala antibergogliana en el Vaticano cuando el actual Papa era arzobispo de Buenos Aires. Dicen que una conjura comandada por Sandri, en sus tiempos de vasto poder en la curia vaticana durante los últimos años de Juan Pablo II, se propuso la intervención del arzobispado porteño; si hubiera logrado ese objetivo, Bergoglio no habría sido Papa nunca. Solo es comprobable que el cardenal Sandri hizo algún viaje a Buenos Aires y se reunió con la entonces presidenta, Cristina Kirchner, cuando esta estaba seriamente enfrentada con Bergoglio. Sin embargo, Francisco no ejecutó ninguna venganza contra Sandri cuando fue elegido jefe universal de la Iglesia. Sandri conservó el cargo que tenía con Benedicto XVI, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, hasta su jubilación, cuatro años después de haber cumplido los 75 años reglamentarios. Su renuncia fue aceptada en noviembre de 2022 cuando Sandri tenía ya 79 años.
El gesto del Papa ante Milei fue también la manera de llevar a la práctica una de sus frases predilectas: “La unidad es más importante que el conflicto” o, como lo dijo en otro reportaje publicado en LA NACION, “no me gusta el conflicto”. Lo cierto es que el Pontífice viene de casi 11 años en Roma, los cumplirá en marzo próximo, atravesando un prejuicio tras otro en su dividido país. Primero cargó con una supuesta simpatía suya hacia el kirchnerismo. Nada es más injusto que esa calificación porque fue, y se puede corroborar en cualquier hemeroteca, un crítico persistente de las prácticas de los dos presidentes Kirchner.
Néstor Kirchner llegó a calificarlo como “jefe de la oposición”; de su oposición, desde ya. Sucede que, una vez elegido Papa, Cristina Kirchner hizo uso y abuso de su condición de jefa de Estado y le pidió varias entrevistas a Bergoglio; rozó el ridículo cuando ella viajó una vez de Buenos Aires a Nueva York, para asistir a la asamblea anual de las Naciones Unidas, vía Roma. “Me amenazan de muerte porque soy amiga del Papa”, se despachó luego de esa reunión increíble y mucho antes de que realmente atentaran contra ella.
Hace poco, Alberto Fernández, convertido ya en un expresidente que vacaciona en Madrid (o prepara su radicación en la capital española -quién lo sabe-) le pidió una entrevista al Pontífice en nombre de nada. Alberto Fernández incumplió una promesa que le hizo al Papa cuando lo vio por primera vez después de ser elegido presidente: le dijo que pondría su gestión bajo el consejo del jefe de la Iglesia Católica. Cuando regresó a Buenos Aires, el entonces presidente kirchnerista se convirtió en militante del proyecto que legalizaba el aborto en el país. Bergoglio es un crítico consecuente y acérrimo de la práctica del aborto. No es un secreto para nadie. ¿O solo Alberto Fernández lo ignoraba?
El Papa se acostumbró en sus años en Roma a ser usado por los políticos argentinos. Es célebre el caso de un político que asistió a una audiencia general de los miércoles en la plaza San Pedro, saludó al Papa y luego hizo editar la foto de tal manera que parecía una reunión dentro del Vaticano. La política sigue usando al Pontífice, como el caso ya referido de Alberto Fernández, quien nunca tuvo una relación personal con Bergoglio. El único ejemplo contrario que el Papa suele recordar es el de José Manuel de la Sota, ya fallecido, quien una vez lo visitó con su esposa y sus hijas. Nunca De la Sota hizo trascender ese encuentro.
Otro ejemplo que el Papa acostumbra a evocar, aunque no es de la política, es el del exjuez Claudio Bonadio, que nunca difundió sus reuniones con el Papa ni participó de los tours de jueces con seminarios incluidos en el Vaticano. No obstante, cuando Bergoglio supo que Bonadio había sido seriamente amenazado de muerte, fue él mismo quien difundió una larga amistad con el magistrado argentino. “Es amigo mío desde hace 30 años”, le dijo el Papa a este periodista; el Pontífice estaba evidentemente afligido por las amenazas que recibía el juez. Bonadio lideraba entonces las investigaciones judiciales sobre la presunta corrupción de los gobiernos kirchneristas.
Un caso especial de malentendidos y prejuicios fue la relación de Bergoglio con el entonces presidente Mauricio Macri. El tiempo que duran las audiencia nunca es un buen termómetro de la calidad de las reuniones con el Papa. Depende de la capacidad verborrágica de su interlocutor y también, desde ya, de los deseos del Papa de conocer el pensamiento de quien tiene en frente. Comparar el tiempo que le dedicó a Milei con el que le concedió a Macri no es una buena medición. Bergoglio lo conocía a Macri desde los tiempos en que las oficinas de ambos estaban solo a 50 metros de distancia, en la Plaza de Mayo. Uno era el arzobispo de Buenos Aires; el otro era el jefe del gobierno capitalino. Se veían en reuniones reservadas o en actos públicos.
En cambio, el Papa nunca había visto antes a Milei, ese personaje llamativo por su apariencia y por su discurso. En los años de Macri, en las oficinas del Vaticano y en la Iglesia argentina siempre sospecharon que dirigentes macristas (o funcionarios del expresidente) estaban detrás de una intensa operación de desgaste mediático del jefe de la Iglesia. Macri desmintió siempre que eso fuera cierto, aunque llegó a aceptar que sectores antipapales se cruzaban con algunos seguidores suyos por obra de la casualidad, no de una decisión política. En un claro intento de arreglar las cosas, el Papa le dijo a este periodista en un reportaje formal que se publicó en LA NACION: “No tengo ningún problema con Macri. Creo que es una persona bien nacida, una persona noble”. Ese reportaje fue reproducido por el diario del Vaticano: L’Osservatore Romano. Con todo, poco después recrudecían las suspicacias en medios católicos, tanto en Roma como en Buenos Aires. El entonces presidente Macri prefirió no insistir con pedidos de reuniones con el Papa, y tal vez ese fue su error.
El Pontífice ve en Milei, en cambio, a un dirigente que no participó de la antigua división social entre kirchneristas y antikirchneristas o entre macristas y antimacristas. Para cualquiera que conoce al Papa resultó un exceso de deducción la aseveración de Milei, posterior a la reunión con Bergoglio, según la cual el jefe de la Iglesia “estaba satisfecho con el programa económico y la contención social”. Es improbable, si no imposible, que el Pontífice haya hecho tales afirmaciones sobre un programa político; seguramente solo escuchó y le deseó suerte al Presidente.
Hay una cuestión en la que ellos dos sí están de acuerdo: la mutua oposición al aborto. También puede deducirse que el Pontífice está pavimentando el camino para su visita al país, anunciada para este año, aunque condicionada a su estado físico, que puede sintetizarse en un párrafo breve: absoluta lucidez mental y evidentes malestares óseos. El Papa hizo el anuncio de su intención de visitar el país durante el año que corre a este periodista en abril de 2023, mucho antes de cualquier definición de la entonces incipiente carrera presidencial argentina. El deseo del Papa de visitar su país es casi tangible; la presencia aquí de Milei, alejado de la vieja grieta argentina, le hace más fácil cumplir con ese viejo y comprensible anhelo.
En la homilía que pronunció en la canonización de la primera santa argentina, Mama Antula, el Papa definió como la “lepra del alma” a “la intolerancia, el egoísmo y la indiferencia”. Le hablaba al mundo, no a Milei, pero el presidente argentino estaba entre los asistentes a la solemne misa. Fue un día antes de que Milei se reuniera con Bergoglio en la biblioteca papal. Ese es un compendio, sintético, excesivamente breve, del corpus ideológico y del conjunto de principios del Papa argentino. Suficiente, con todo, si la política aceptara que hay una manera más amable de convivir en el espacio público.
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