En esta trama queremos poner la lupa en los motivos culturales de nuestros recurrentes fracasos macroeconómicos. ¿Por qué la Argentina ha llegado a este punto de desequilibrio permanente, a chocar siempre con los mismos problemas pivoteando entre la recesión y la inflación? Una imprevisibilidad, que es otra marca argentina y que, entre otras cosas, hace que se haya subestimado una pandemia como el corona virus. Parece que Alberto Fernández se dejó convencer por el ministro Ginés González García, que supuso que el coronavirus no llegaría tan rápido.
Esta semana el riego país trepó a 2800 puntos; esto es, a niveles en los que no estaba desde hacía 15 años. El Gobierno apuesta todo a resolver el tema de la deuda, pero como otras veces también piensa en defaultear parte de esa deuda. El peso se ha derrumbado tanto que la Argentina se ha convertido en un país sin moneda. Con el 53 por ciento de inflación interanual, somos el tercer país, después de Venezuela y Zimbawe, con la inflación más alta del mundo. "A la inflación se la mata o nos mata", dice Ricardo Arriazu, uno de los economistas más sólidos y respetados de la Argentina. No hay ningún país del mundo que haya iniciado un camino hacia el desarrollo (palabra que utilizó Alberto Fernández esta semana) con esos niveles inflación y sin una política antiinflacionaria a la vista.
Ver estas noticias sobre la crisis/recesión/inflación repetidas en los medios, desde hace 40 años, ni siquiera nos sorprende. Naturalizamos esta forma de vivir. Naturalizamos el miedo, la incertidumbre, la imposibilidad de proyectar el futuro. Naturalizamos que nuestros hijos se vayan a vivir a otro país porque no encuentran un futuro en el nuestro. Estamos ante un país que es un enigma para los economistas del mundo, donde se ha hecho todo a nivel macroeconómico y todo ha fracasado. ¿O será que nuestros problemas no son económicos sino que, más bien, hay algo más profundo que estamos haciendo mal, como dice Arriazu?
En esta trama vamos a explorar las ideas que están detrás de nuestros fracasos económicos:
El presidente Alberto Fernández dijo esta semana que su plan privilegia a los que peor están, resolviendo el tema de la deuda sin postergar el "desarrollo" argentino. Pronunció la palabra "desarrollo", ni siquiera habló de crecimiento. Esto es fácil decirlo, pero ¿cómo se hace para crecer cuando te peleás con tu principal financista, el campo? ¿O cuando se complica la quimera de Vaca Muerta, no sólo por la baja del precio del petróleo, sino por la crisis de los combustibles fósiles y la apuesta del mundo desarrollado a las energías sustentables, algo que en este país casi no se discute? Las propias empresas petroleras dicen que el petróleo va alcanzar su pico en 2028 y, a partir de ahí, va a caer abruptamente.
Hay una serie de creencias que tiene el argentino medio y que la narrativa del peronismo/kirchnerismo ha sabido captar muy bien. O quizá es al revés: la narrativa del peronismo/kirchnerismo formateó las ideas del argentino promedio, que pregnan además en la educación púbica. ¿Pueden tener esas ideas efectos en nuestras debilidades como país?
La Argentina necesita imperiosamente dólares, pero suele atacar a quienes los producen o a quienes podrían venir a invertir. El argentino promedio cree en estas cosas: El que logra cosas o el que tiene, no sólo es "sospechoso", sino que le robó a alguien. El éxito ajeno es vivido como una "usurpación" de lo que me corresponde. El trabajo ideal del argentino promedio es trabajar seis horas en el Estado. El populismo (el corto plazo) formateó el sentido común de los factores de poder, incluido un sector del empresariado.
La culpa del fracaso siempre proviene de factores externos, lo que nos impide hacer un diagnóstico ecuánime de nuestras propias responsabilidades "Parece que el mundo se ha confabulado para hacernos la salida más difícil" (presidente Alberto Fernández).
El coronavirus es una pandemia que amplifica esta forma de pensar. Esta semana en el Twitter oficial de UBA sociales se difundió un mensaje que sugiere que el coronavirus es un invento del capitalismo global aliado por los medios de comunicación.
Estamos hablando de un lugar donde se forman nuestros intelectuales, los encargados de pensar el país. Hay algunos intelectuales de la Facultad de Sociología de la UBA que piensa que el corona virus es un virus inventado, en la misma línea de lo que afirmaba Cristina Kirchner en 2009 sobre la Gripe A. Entonces decía que la Gripe A era poco menos que un invento de los medios.
En línea con esta idea, la viceministra de Educación Adriana Puigross acaba de explicar que evaluar a los alumnos es "un elemento de control" propio del mundo empresario. Esta es una creencia del kirchnerismo más puro, que el ministro Nicolás Trotta, alineado con Alberto Fernández, no comparte. Esta semana pareció tomar distancia de esta idea setentista, que atrasa algunas décadas.
Durante el kirchnerismo la educación en la Argentina retrocedió hasta tal punto que la mayoría de los alumnos que ingresaba al Ciclo básico de la UBA tenía que tomar un curso especial para comprender textos, algo impensable en 1985, cuando empezó ese ciclo. Hace treinta años ningún egresado del secundario necesitaba ayuda para comprender los apuntes del primer año de la universidad.
La educación con el kirchnerismo –que gastaba mucho en presupuesto educativo, pero gastaba mal- se degradó a tal punto que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), adoptó una decisión vergonzante para un país: excluyó a la Argentina de las pruebas del PISA. Se trata de una de las evaluaciones educativas más prestigiosas que mide el rendimiento escolar de chicos de 15 años en diferentes ciudades y naciones del mundo.
La frase de la viceministra tiene alguna conexión con aquella idea de Kicillof de que medir la pobreza –evaluarla, en una palabra- es "estigmatizante". ¿Es estigmatizante o se trata de una radiografía para desarrollar una política pública más eficaz para hacerla disminuir?
Afirmar que evaluar es una forma de control –en el sentido del disciplinamiento- es como si uno fuera a hacerse un chequeo y el médico no te quisiera hacer un estudio de sangre porque es estigmatizante. Te hacés un chequeo para saber en qué punto estás parado en tu salud. Te lo hacés para cuidarte.
Con las evaluaciones a los chicos pasa lo mismo: las evaluaciones sirven para sacar una foto del punto en el que estamos parados y poder diseñar políticas públicas para cuidar a la gente. Cuidar es muy diferente a controlar.
Reapareció Julio De Vido esta semana con una versión bajas calorías de la defensa del lawfare. Primero, tomó distancia de Alberto Fernández. Se ocupó de explicar que él no es oficialista, tal vez porque Fernández no solo no lo considera un preso político sino que, sobre todo, sabe perfectamente que por su ministerio pasaba gran parte de la corrupción kirchnerista porque así lo dijo, incluso, públicamente cuando estaba peleado con Cristina Kirchner. De Vido dejó tres frases delirantes. Sobre la corrupción: "No tengo nada. Solo un autito que gané en un concurso de palomas". Sobre José López, su mano derecha, su alterego, explicó: "Siempre dije que integró el equipo de Macri". Y la tercera, tal vez más inquietante: "Es evidente que el voto de la gente sacó a los que nos perseguían y nos plesbicitó".
El problema de este razonamiento es que la mayor parte de la gente que votó a este Gobierno lo hizo por razones económicas, no para que De Vido (que está condenado por la causa de Once) quede libre. Y lo segundo y más importante: ¿cómo se explicaría que Cristina Kirchner nunca haya ido a visitar a la cárcel a todos los perseguidos políticos de su gobierno?
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