
Hoy, a 30 años del secuestro de Aramburu
Por Bartolomé de Vedia De la Redacción de La Nación
No hay muchos casos en la historia argentina comparables al de Pedro Eugenio Aramburu, de cuyo secuestro -perpetrado el 29 de mayo de 1970 por una banda de terroristas y asesinos que oscilaban entre el fanatismo criminal y el oportunismo político- se cumplen hoy exactamente treinta años.
Presidente de la Nación durante un gobierno de facto, situado en el centro mismo de episodios políticos turbulentos, la imagen que perdura de él es la de un hombre público profundamente identificado con el ideal republicano. A diferencia de otros generales que accedieron al poder por la vía irregular del golpe de Estado, Aramburu no tenía el más mínimo rasgo que recordara a un militar autoritario. Al contrario, tenía los modales -y la convicción- de un auténtico demócrata.
Su nombre alcanzó plena notoriedad pública el 13 de noviembre de 1955. Ese día, una representación de jefes de las tres fuerzas armadas de la Nación se trasladó a la residencia oficial de Olivos para expresarle al presidente Eduardo Lonardi su disconformidad con el rumbo que estaba imprimiendo el gobierno de la Revolución Libertadora, el movimiento que dos meses antes había derrocado a Perón.
Lonardi presentó su renuncia a la jefatura del Estado y ese mismo día el general de división Pedro Eugenio Aramburu se convirtió en el nuevo presidente de los argentinos.
Nacido en RíoCuarto, Córdoba, en 1903, Aramburu había ingresado en el Colegio Militar en 1919. Promovido a coronel en 1947 y a general de división en 1954, había conspirado largamente contra Perón.
En septiembre de 1955, cuando Lonardi se trasladó a Córdoba para iniciar el levantamiento, Aramburu tomó a su cargo la misión de sublevar la guarnición de CuruzúCuatiá, en la provincia de Corrientes. Fracasó en su objetivo, pero la entereza con que combatió contra las fuerzas leales a Perón le valieron el respeto de todos los sectores.
Se desempeñó como presidente de la República durante algo más de dos años: desde el 13 de noviembre de 1955 hasta el 1º de mayo de 1958. Su gestión es recordada, fundamentalmente, por el fervor con que luchó por la restauración del republicanismo histórico previo a las reformas de Perón.
Derogó la Constitución reeleccionista y estatista de 1949 y restableció la vigencia del texto histórico de 1853/60, decisión que fue convalidada más tarde por una convención constituyente. Prometió entregar el poder lo antes posible a un presidente elegido por el pueblo.Asumió públicamente el compromiso de que ninguno de los militares que ocupaban cargos en su gobierno aceptaría candidaturas cuando se convocase a elecciones.
Si hay algo que no puede retacearse es el reconocimiento de que Aramburu hizo pleno honor a la palabra empeñada. El 1º de mayo de 1958, en efecto, entregó los atributos del poder a Arturo Frondizi, el candidato elegido por la ciudadanía, a pesar de que se trataba de un notorio opositor a su gobierno.
La presidencia
La presidencia de Aramburu merece ser recordada, además, por otros motivos: restableció la autonomía universitaria, que Perón había suprimido; eliminó las pesadas restricciones que pesaban sobre el periodismo independiente, dio pasos firmes hacia el saneamiento de la economía, eliminó los principales focos de corrupción moral que el régimen depuesto había dejado como herencia y produjo una apertura cultural que dio renovado impulso a la vida universitaria, a la cinematografía, al teatro y a todas las actividades vinculadas con la creación artística.
Es cierto que el gobierno de Aramburu carga con el baldón de haber fusilado al general Juan José Valle y a otros militares que se sublevaron con él en junio de 1956 -y también a grupos de civiles, ejecutados en la clandestinidad-, pero la opinión pública siempre tuvo la sensación de que la responsabilidad por esas trágicas decisiones no recayó únicamente sobre los hombros del presidente de facto.
Después de transferir el poder a Frondizi, el general nacido en RíoCuarto adoptó la decisión -y la cumplió cabalmente- de mantenerse apartado y en completo silencio ante los avatares de la vida pública nacional. La vorágine de los hechos, sin embargo, no iba a tardar en sacarlo de su aislamiento y devolverlo al torbellino de la política.
Durante el tenso período que siguió a los comicios generales de 1962, el presidente Arturo Frondizi convocó al generalAramburu a la Casa de Gobierno para pedirle que intercediera ante las Fuerzas Armadas a fin de que dejaran de presionar sobre su gobierno.
Aramburu, después de muchas consultas, comprendió que la ofensiva de los militares contra Frondizi era incontenible y manifestó que él nada podía hacer para contenerla.
Cuando en 1963 -ya derrocado Frondizi por las Fuerzas Armadas- el presidente provisional José María Guido convocó a nuevas elecciones presidenciales, la candidatura de Aramburu surgió como un reclamo espontáneo de vastos sectores ciudadanos. Su figura era una reserva moral a la que muchos argentinos querían recurrir.
Aramburu fue candidato a presidente por dos partidos: la Unión del PuebloArgentino (Udelpa), que nació expresamente para postular su nombre, y la Democracia Progresista. Efectuadas las elecciones, resultó triunfador el candidato radical, Arturo Illia.
Pero Aramburu obtuvo, computando todas las boletas encabezadas por su nombre, un millón trescientos mil votos.
El 29 de mayo de 1970 la opinión pública tomó conocimiento de un hecho estremecedor: Aramburu había sido secuestrado de su domicilio por un grupo de terroristas. Dos de los secuestradores habían entrado en su departamento disfrazados de militares.
El país tuvo la sensación de que se empezaba a vivir una pesadilla. Y no se equivocaba. El secuestro de Aramburu era el preámbulo de lo que iba a venir: una década signada por el horror y la violencia.
La incertidumbre por el destino del teniente general duró bastante más de un mes. El 17 de julio de 1970, como resultado de una trabajosa investigación, fue hallado su cuerpo sin vida, oculto en una cavidad abierta en el piso de una casona del pueblo de Timote, ubicado en el partido de Carlos Tejedor, en la provincia de Buenos Aires.
La policía y la Justicia fueron armando el rompecabezas del perverso crimen. Se supo, así, que Aramburu había sido asesinado por sus captores entre el 31 de mayo y el 1º de junio, es decir, uno o dos días después de consumado su secuestro.
Los detalles del infame asesinato fueron proporcionados por los propios criminales en 1974, en un reportaje desbordante de cinismo y arrogancia. Por ese testimonio macabro se supo que Aramburu había afrontado la muerte con admirable dignidad.
Quienes quisieron suprimirlo del escenario político fracasaron en su intento. Su figura siguió más viva que nunca en la memoria pública, que hoy lo evoca como un gobernante de auténtica sensibilidad republicana y como un ciudadano de ejemplar calidad moral.
Ceremonia
En el cementerio de la Recoleta, hoy, a las 11, la Unión Democrática Argentina (UDEA) y la Cruzada Conservadora realizarán una ceremonia para evocar la figura del general Pedro Eugenio Aramburu.
Para exaltar su trayectoria está previsto que hablen Luis Perazzo, Angel Castro Pintos y Juan Manuel Maison Baibiene.