Horacio Rosatti: un jurista con cintura política para darle a la Corte otra impronta
Fue intendente, procurador del Tesoro y ministro de Justicia de Kirchner; fue designado en la Corte a propuesta de Mauricio Macri y sugerencia de Carrió; tiene un perfil mas dialoguista que su antecesor
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“Tomando un café con cada uno, hablando con todos, el presidente de la Corte va a ser elegido por consenso y con el voto unánime de todos sus integrantes”, suele repetir a sus íntimos el juez de la Corte Horacio Rosatti, quien se convirtió hoy en el nuevo titular del máximo tribunal. Pero esta vez no fueron suficientes los cafres ni los buenos modos como para unificar voluntades en torno a un candidato. La fractura en la Corte se impuso. De ahora en adelante, desde que llegó a su cargo en 2016, propuesto por Mauricio Macri, nunca se va a ser tan necesaria a Rosatti su cintura política para la negociación como tras esta instancia de renovación de autoridades.
Rosatti viene de la política y del peronismo. Este santafesino de 65 años fue intendente de Santa Fe entre 1995 y 1999 y procurador del Tesoro entre 2003 y 2004, con Néstor Kirchner, que luego lo nombró ministro de Justicia. Duró un año en el gabinete del santracruceño: se fue dando el portazo porque dijo que no le gustaban los precios establecidos en una licitación para la construcción de cárceles. En sus inicios había sido funcionario de Jorge Obeid y en 1993 renunció para asumir un cargo en el gobierno provincial de Carlos Reutemann. Ambos peronistas.
La importancia del presidente de la Corte no es solo funcional. En caso de juicio político al presidente o al vicepresidente es quien preside el tribunal en que se constituye el Senado y está cuarto en la línea de sucesión presidencial, tras el vicepresidente, el presidente provisorio del Senado y el presidente de la Cámara de Diputados.
Rosatti ya pasó por dos turbulentas definiciones presidenciales en la Corte: la primera, cuando sorpresivamente se alió con Carlos Rosenkrantz, el otro juez recién llegado a instancias de Macri, y desplazaron a Ricardo Lorenzetti, que llevaba una década en la presidencia de la Corte. Luego se realinearon y Lorenzetti, Rosatti y Maqueda unieron fuerzas para licuar el poder de Rosenkrantz como presidente y establecer que las decisiones deberían ser colegiadas con tres votos. La segunda experiencia fue que este recambio, vino acompañado de tormentosas internas.
En un principio se iba a votar el nuevo presidente el martes próximo. Pero ayer sorpresivamente se adelantó la votación a este mediodía. Lorezetti entonces avisó a las 10.34 que no iba a asistir a la reunión convocada por Rosenkrantz para elegir a su sucesor. En un acto de lealtad, a Lorenzetti Elena Highton pidió postergar el acuerdo extraordinario hasta la próxima semana. Pero fracasó. Rosnekrantz convocó, y bastaron tres votos, el suyo, el de Rosatti y el de Juan Carlos Maqueda para elegir presidente y vice.
Lorenzetti quedó herido hace tres años y las heridas no sanaron. No hubo consenso posible. esa ruptura es la que podr´ia perdurar en estos tres años por venir. Se requerirá de toda la habilidad para el diálogo y el acuerdo de Rosatti para evitarlo.
“Yo a los treinta y pico de años era intendente de mi ciudad, después fui secretario general de la Gobernación, después fui ministro de Justicia. Para mí esto no es un estrépito, un escándalo: uno está acostumbrado a cosas bastante más fuertes que un debate, una discusión por autoridades de un órgano compuesto por cinco miembros”, dijo Rosatti a Luis Novaresio cuando se dio la elección de Rosenkrantz. Ahora fue ungido al frente del máximo tribunal en medio de otra tórrida situación por fricciones internas.
Se vislumbra ahora un cambio en el estilo. Rosenkrantz considera que la función del presidente de la Corte es mayormente jurisdiccional y casi no tuvo diálogo con la política, a diferencia de su antecesor, Lorenzetti, que dialoga con todos, y por eso era el favorito del Gobierno y de la oposición para presidir el tribunal. Con Rosatti se podría pensar que se abre una etapa de mayor posibilidad de conversación con los otros poderes del Estado.
Rosatti había sido convencional constituyente en 1994, junto con Juan Carlos Maqueda y la propia Elisa Carrió, que fue quien acercó su nombre a Macri. Aconsejado por Fabián “Pepín” Rodríguez Simón, Macri quiso nombrar a Rosenkrantz y a Rosatti por decreto, teniendo en cuenta que el Congreso no estaba sesionando. Pero fue tal la ola de críticas que finalmente todo se congeló y se pospuso hasta que el Senado aprobó los pliegos de los nuevos jueces.
Rosatti está casado, tiene cuatro hijos y los fines de semana se va a su provincia. Doctor en Ciencias Jurídicas por la Universidad Nacional del Litoral y máster en Evaluación de Impacto y Gestión Ambiental por la Universidad Nacional de Santa Fe, también fue docente y decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Santa Fe.
Críticas al Ciadi y su patrimonio
Su gestión como procurador del Tesoro se caracterizó por sus críticas al Centro Internacional para el Arreglo de Diferendos Relativos e Inversiones (Ciadi) y la defensa del país ante los tribunales internacionales, como él mismo reconoció en su carta de renuncia, en julio de 2005. Durante esos años, además, fue conjuez de la Corte Suprema, lo que le permitió intervenir en una causa en la que rechazó que los jueces no paguen el impuesto a las ganancias.
En su declaración jurada de bienes de 2019 dijo tener siete propiedades: seis en Santa Fe, incluida una cochera, y una en Recoleta. Declaró no tener acciones de empresas ni bienes en el extranjero, junto a 500.000 pesos depositados en el banco y unos 80.000 dólares. Ese año el juez aclaró que había vendido un departamento en la ciudad de Buenos Aires y que con el saldo en dólares en su caja de ahorro señó un inmueble en construcción en Santa Fe, que compró con un crédito.
Autor de 13 libros de derecho, su último ensayo fue sobre el perjuicio, titulado Frankenstein, o el rechazo a lo diferente.
En la Corte, su mano derecha es Silvio Robles, un consejero todoterreno que viene de la política y lo acompaña hace años. Muchas veces es la parada obligada de los asuntos que llegan para la atención del juez de la Corte.
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