Horacio Jaunarena y la Semana Santa carapintada: “Si se hubieran hecho las cosas mal, no tendríamos democracia”
El exministro de Defensa reveló detalles de los momentos más tensos que se vivieron durante el levantamiento de los militares sublevados
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“Se hizo lo que teníamos que hacer y los resultados están a la vista. Si se hubieran hecho las cosas mal, no tendríamos democracia. Garantizamos la democracia y sin sangre, las dos cosas que me pidió el Presidente”. Ministro de Defensa en tres gobiernos constitucionales –los de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde-, José Horacio Jaunarena tuvo su aprendizaje más exigente durante los episodios de Semana Santa, cuando después de cuatro días de extrema tensión lograron la rendición de los militares carapintadas, liderados por Aldo Rico, hace hoy 35 años.
Un pensamiento similar transmitió Alfonsín en el balcón de la Casa Rosada, luego de bajar del helicóptero que lo traía de Campo de Mayo: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”, un detalle que Jaunarena reivindica, a 35 años del primer levantamiento carapintada.
“Semana Santa es uno de los tantos hitos que marca la historia de la presidencia de Alfonsín. Cambió la historia de la Argentina. Se rompió el mito de los golpes militares. Tal vez los jóvenes no lo sepan, pero antes existía una suerte de tutelaje de las Fuerzas Armadas sobre la democracia”, expresó el exministro, en una entrevista con LA NACION, al negar una y otra vez que el gobierno radical haya cedido a exigencias de los militares rebeldes.
“La ley de obediencia debida ya había sido anticipada por Alfonsín en la campaña electoral. Incluso, después de sancionada la ley de punto final, en un discurso en Las Perdices, en Córdoba, anunció que enviaría ese proyecto al Congreso”, recordó Jaunarena.
-¿Cuál es el valor que dejaron los acontecimientos de Semana Santa?
- Cambió la historia de la Argentina. Se rompió el mito de los golpes militares. Hubo un quiebre. Se terminaron los planteos de las Fuerzas Armadas, como había ocurrido durante las presidencias de Arturo Frondizi y de Arturo Illia. El historiador norteamericano Robert Potash escribió que los golpes de Estado fueron cívico-militares. Siempre había una parte de la sociedad que permanecía indiferente y, a veces, los apoyaba. Cuando asumió Onganía había dirigentes sindicales y políticos en la jura.
-¿Temían en el gobierno que fuera un intento de golpe de Estado?
-Era una posibilidad, pero cuando un pueblo se moviliza para defender la democracia no hay fuerza que la tumbe. Si hubiera existido indiferencia, quizás podría haber habido más problemas. Las conducciones de las Fuerzas Armadas apoyaban la preservación de las instituciones. Había una rebelión en Campo de Mayo, pero Rico no tuvo solidaridades explícitas.
-¿Había distintas visiones dentro de las Fuerzas Armadas?
-Los militares jóvenes que participaron de la rebelión se habían acostumbrado a que las Fuerzas Armadas podían hacer lo que quisieran con el poder civil. No entendían que se había terminado el tiempo de los avances contra la democracia, algo que sí entendían los generales.
-Se habló siempre de que hubo negociaciones ocultas.
-Tanto la izquierda como la derecha trataron de deslegitimar el triunfo de la democracia diciendo que hubo negociaciones y claudicaciones. Por eso Semana Santa fue también una demostración a dos puntas. A la derecha autoritaria le quedó demostrado que ya no había más dueños del destino de la gente. Y a la izquierda asesina, como el ERP y Montoneros, se le enseñó que a la democracia se la defendía sin necesidad de matar, como mataban ellos.
-¿La rebelión de Rico tenía respaldos fuera de Campo de Mayo?
-Estaba focalizada en Campo de Mayo, en la Escuela de Infantería. Es probable que hubiera gente que simpatizara con ellos. Pero no lo acompañaron en la rebelión. No hubo solidaridad con Rico.
-¿Usted tenía diálogo con Rico?
-Tuve una reunión de dos horas largas en Campo de Mayo el sábado por la noche. No le concedí nada. Le dije que no podía yo hacerme responsable de lo que podría pasar si la gente ingresaba a la unidad militar. Me prometió que a la mañana siguiente me entregaría la unidad. Cuando fui el domingo temprano, me recibió con seis oficiales armados y me dijo que yo lo había engañado, porque le había asegurado que el Gobierno no podía darle una amnistía y otro funcionario, el intendente de San Isidro [Mekchor Posse] le había dicho que sí era posible. Después Melchor lo negó. Lo único que aceptaba era la palabra del Presidente para que le ratifique la postura del Gobierno. Rico quería ganar tiempo y, mientras tanto, había 5000 personas pugnando por entrar en Campo de Mayo. Alfonsín decidió ir para evitar los desbordes de la gente.
-¿No asumía demasiados riesgos el Presidente?
-Era mayor el riesgo de que avanzara la gente que estaba afuera. Cuando Alfonsín decidió ir, el jefe del Ejército, general Héctor Ríos Ereñú, cursó un radiograma a todas las unidades para ordenar a los oficiales que estaban en Campo de Mayo que garantizaran con su vida la vida del Presidente.
-¿Alfonsín hizo alguna autocrítica por su decisión de ir a Campo de Mayo?
-Se hizo lo correcto. Cuando me envió a mí, me dijo: “Anda vos, porque vos sabés lo que yo quiero. Quiero que los rindas y que no haya sangre”. Alfonsín hizo lo que tenía que hacer y los resultados están a la vista. Si se hubieran hecho las cosas mal, no tendríamos democracia. Garantizamos la democracia y sin sangre. Cuando yo volví a la Casa Rosada, antes de que él subiera al helicóptero para ir a Campo de Mayo, en un momento nadie lo podía ubicar. lo encontré yo: estaba rezando solo en una pequeña capilla.
-¿Por qué los trató de “héroes de Malvinas” cuando habló en el balcón?
-Porque es cierto. Sé que cuando Alfonsín hablaba con Rico, se le acercó un oficial llorando, para decirle que ellos habían peleado en Malvinas, habían dado todo y fueron traídos de regreso al país a escondidas y ahora los generales no los defendían de las citaciones judiciales. El Presidente trató de separar las aguas.
-¿La ley de obediencia debida surgió como una transacción con los carapintadas?
-Se sancionó después de Semana Santa, pero la había anunciado Alfonsín en la campaña, en el acto de Ferro, antes de las elecciones. Nosotros entendíamos que por debajo de determinadas jerarquías se cumplían órdenes. En la represión, los altos mandos daban las órdenes y los subordinados las cumplían y después pagaban “los perejiles”. La sanción de la ley se demoró porque el senador Elías Sapag (Neuquén) quiso modificarla y eso desnaturalizaba el proyecto. Pero Alfonsín volvió a anunciarla en un mensaje en Las Perdices, Córdoba, un mes antes del levantamiento carapintada.
-¿No había tenido efectos la ley de punto final?
-Intentamos un camino parecido con esa ley, sancionada en diciembre de 1986. Establecía un plazo y si en 60 días no eran procesados, quedaban en libertad. Pero los jueces tenían extremo cuidado de no aparecer protegiendo a los militares, lo que aceleró las citaciones. Hay que recordar que el peronismo venía de haber proclamado la necesidad de mantener la autoamnistía que había aprobado la dictadura militar.
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