Historias de favoritismo, discriminación y solidaridad en los comedores populares
La inflación vuelve más difícil la asistencia; denuncian que hay lugares cerrados que igual tienen donaciones y que los ligados a los gobiernos reciben alimentos frescos y en mayor cantidad
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“Para tres por favor”, dice un señor y sigue su camino. Es uno de los tantos vecinos de Villa Corina que por la mañana acostumbra a dejar un envase plástico en la puerta del comedor Estrellitas de Villa Corina, en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, para asegurarse una entrega. Allí, en lo que alguna vez fue un garage, reciben entre 50 y 70 personas por día que se acercan a descontar una de las comidas diarias. “Hay que multiplicar ese número por tres, por lo menos”, sostiene Mariana Amado Poma, encargada del manejo desde hace más de 9 años. Asegura que, cómo mínimo, allí alimentan unas 150 bocas por día.
Durante buena parte de la mañana se repite la escena inaugural y los envases plásticos se acumulan al costado de una vieja heladera que se ilusionan con poder cambiar algún día. La prioridad, sin embargo, es conseguir un horno para poder hacer pizzas con la harina que reciben de la municipalidad.
“La remamos como podemos. El municipio nos da muy poco. Y lo que nos da es todo seco”, asegura Poma, mientras enseña una novedad que llegó desde la municipalidad: huevo deshidratado. Los comentarios se multiplican, la queja de que los comedores vinculados a poderes gubernamentales reciben alimentos más frescos y mayor cantidad que el resto, el malestar de una sensación de discriminación con tenor político.
Es un buen día para Estrellitas, el pan llegó temprano y sus estantes rebozan de arroz, polenta, picadillo de carne en lata y paquetes de arvejas partidas. Durante diciembre y enero aseguran que no recibieron ningún tipo de ayuda por parte de la Municipalidad de Avellaneda.
“Hacemos vaquitas entre nosotros para comprar todo lo que no nos llega, o llega muy poco: verdura, aceite, condimentos, productos de limpieza. Nos llega solo un paquete de sal por semana. No alcanza”, señala. Hay mucha gente que depende de esta comida. La situación es cada vez más crítica y no podemos cerrar el comedor”, sostiene.
Un síntoma de cuanto se ha agudizado la necesidad en el último tiempo, es que desde el año pasado, a los jubilados y desempleados del barrio bajo de Villa Corina se sumaron algunos trabajadores. Ahora piden comida personas con trabajo estable.
“Nos preocupa. El comedor se ha convertido en un sostén para el asalariado. Se acercan trabajadores del municipio, que realizan contraprestaciones por el Plan Potenciar Trabajar, a retirar un plato de comida”, sostiene Graciela Francisconi una de las referentes del Polo Obrero que brinda asistencia en el comedor que lidera Mariana.
En Avellaneda, Graciela Francisconi tiene bajo su órbita otros 17 comedores y confirma lo que al pasar deslizó con frustración una de las cocineras: “A otros comedores les bajan de todo: manteca, queso rallado, queso cremoso, condimentos, maples de huevo, leche líquida, flan”, sostiene mientras revuelve una olla con menudencias de pollo. Está preparando un “plato peruano”: arroz, arvejas partidas y pollo.
“No solo reciben más y mejor, sino que cocinan así nomás. Nosotros acá lo hacemos como si fuera para nosotros”, sostiene sin ocultar su bronca.
El diagnóstico se repite en comedores de distintos barrios: la situación es “delicada”. Encargados de comedores ubicados en Quilmes, Vicente López y Lanús aseguran que su trabajo depende de una asistencia municipal que es irregular y muy deficitaria. Las demoras en las entregas y la falta de productos frescos, aseguran, son una constante.
“Estuvimos tres meses sin entregas el año pasado”, cuenta María que está al frente de uno de los 27 comedores que la agrupación Libres del Sur tiene en el municipio de Quilmes. Desde junio de 2022, la asistencia que su comedor recibe pasó a manos de la Provincia. A pesar de que el cambio fue “favorable”, las entregas no terminan de regularizarse. “Todavía estamos esperando lo de enero”, se queja.
Con la misma bronca que la cocinera del comedor Estrellita, María denuncia favoritismos en la distribución de los recursos municipales, pero agrega algo más: “Acá en Quilmes hay muchísimos comedores y merenderos que tendrían que estar en funcionamiento y están cerrados. En el barrio el Tala hay uno que recibe de todo y directamente no funciona”, asegura.
Myriam Pucheta, exconcejal de Juntos por el Cambio en el distrito, no ha perdido contacto con los barrios y cuenta que en el municipio se volvió a la “vieja práctica punteril” y que en 2020 han elevado varios pedidos de informes, pero que no han obtenido respuesta del municipio. “La mercadería que llega desde el municipio a los comedores, llega a través de un referente del barrio que se encarga de repartir la mercadería de acuerdo a las simpatías políticas”, sostiene. El contexto inflacionario tornó aún más inestable la situación. Como en muchos comedores aseguran que los faltantes se ponen del “bolsillo”, cada vez se puede comprar menos. Además, señalan que hubo una merma significativa en las donaciones que los comercios, carnicerías y almacenes realizaban a los comedores.
“Una carnicería antes nos donaba a un comedor cuatro kilos de alitas, después fueron tres, dos. Hoy ya no recibimos de esa carnicería. Nos aseguran que no pueden y es entendible”, cuenta Anabela Vallejos, una de las referentes del Libres del Sur que maneja más de 40 comedores en Lanús.
Discriminación
Uno de ellos es el merendero Columna de Fuego, que funciona hace 15 años en 10 de Enero, un barrio sin cloacas ni pavimento en Lanús Oeste. A pocos metros de la entrada, el aroma en el aire permite adivinar harina cociéndose en algún horno. Débora Maidana vive hace 23 años en el barrio y se encarga de recibir a los chicos, que en tandas aluvionales, comienzan a llegar desde las 16 a la planta baja de su casa para comer.
“Nosotros no estamos con el Estado, no compartimos su ideología y es más difícil que nos llegue la ayuda”, afirma Maidana, que asegura recibir solo 8 de los 16 productos que el municipio debería “bajar”. Las entregas que llegan ponen a prueba el ingenio de los cocineros: “flan de polenta, pastel de polenta, bastón de polenta”, detalla Anabela. “No recibimos aceite, azúcar ni huevos, tampoco mermelada”, relata Débora que debe alzar la voz para imponerse a la de los chicos, que junto con el pan toman mate cocido.
Vecinos del barrio aseguran que de los seis comedores que están asentados en el municipio y que reciben recursos municipales, Columna de Fuego es el único que abre de lunes a viernes. De los restantes cinco, cuatro permanecen cerrados y uno abre solo una vez a la semana.
Según vecinos, todos reciben alimentos por parte de la municipalidad de Lanús.
El viernes por la tarde, LA NACION visitó al merendero Conquistando Sonrisas, ubicado a unas pocas cuadras de Columna de Fuego. Se encontraba cerrado. Al intentar contactarse con el merendero, vecinos le aseguraron a este medio que preferían “no hablar”. Al cierre de esta edición, la municipalidad de Lanús no había dado una respuesta oficial frente a las denuncias de comedores cerrados.
Después del atardecer, ya habiendo recibido al último de los chicos, los trabajadores de Columna de Fuego comienzan a ordenar. Levantan las mesas, barren y limpian el piso. Sebastián, uno de los militantes de Libres del Sur, se carga el horno con el que se hizo pan para más de 70 chicos, y lo retorna a la cocina de Débora, en el piso de arriba. Al día siguiente los espera una nueva jornada. La crisis no da tregua.
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