Hermes Binner: la larga marcha del socialista que quiere ser presidente
Hombre calmo y paciente, el ex gobernador de Santa Fe transita su campaña como candidato a diputado con la comodidad que le dan los sondeos, pero mantiene intacta su ambición de llegar a la Casa Rosada
Es un movimiento mecánico. Lo hizo apenas tomamos la Panamericana y lo repite ahora, a la altura de Ramallo. Cuando su jefe de prensa, Martín Boix, le pasa el teléfono para responder la cuarta entrevista de la mañana, Hermes Binner mete la mano en el bolsillo interior de su saco y despliega sobre sus piernas una hoja tamaño carta, que contiene tres frases escritas por él. Después de una visita fugaz a Buenos Aires, el líder del Partido Socialista regresa a Rosario en la butaca del acompañante de su auto, un Volkswagen Vento azul, modelo 2008. Desde el asiento trasero, me lleva unos segundos descifrar qué dicen esas oraciones, con letra de médico, que Binner repetirá sin cambios durante los próximos días: "Nadie ha hecho tanto por la inclusión social como Santa Fe"; " Debate absurdo "; "Toda una vida dedicada a la inclusión social".
En una campaña sin sobresaltos, en la que el ex gobernador santafecino se encamina a ratificar su liderazgo político en la provincia, una polémica inesperada puso en entredicho su fama de hombre moderado y lo obligó a abandonar el piloto automático. La minicrisis estalló unas horas atrás, por una declaración en la que Binner atribuyó la formación de villas en Rosario a la llegada de inmigrantes . "Vienen paraguayos y bolivianos, pero básicamente son de provincias argentinas", dijo, dejándoles el gol servido a sus rivales, que lo tildaron de "xenófobo" y amenazaron con acusarlo ante el Inadi.
Cuando termina la entrevista, el auto queda en silencio. Rubén, chofer de Binner desde hace cinco años, mantiene el velocímetro clavado en 130, marca que no traspasa en ninguna circunstancia. No hay música ni radio. Como cada vez que se genera un vacío en estas cien horas de Marca Personal, el candidato tararea algo que parece un tango. Después, silba bajito, sin un ritmo definido. ¿Qué estará pensando? Es en vano tratar de adivinar qué se esconde detrás de ese gesto serio y de esa mirada vidriosa. No por nada, Dante, su único hermano, lo bautizó "Hermético Binner". Unos kilómetros más adelante, rompe el silencio.
–Me tratan de nazi a mí, que me metí en cada uno de esos ranchos –dice, resoplando y negando con la cabeza, como conteniendo la bronca.
–Hermes, habría que contar la urbanización de villas que hicimos en Rosario –le sugiere Boix, un licenciado en periodismo de 35 años, que viaja en el asiento trasero.
–No, cuanto más aclarás, más oscurece –responde él, con la vista fija en el parabrisas–. Hay que tomarlo como los sinsabores de la política –agrega, recuperando el tono calmo.
Al costado de la ruta comienzan a verse las casillas de paredes sin revoque que marcan el ingreso a Rosario, la ciudad a la que Binner llegó a los 16 años para estudiar medicina. Ahí lo espera una parada breve, antes de continuar una semana de ritmo frenético, con 16 actividades en cuatro días. No tiene tiempo para perder en polémicas. A los 70 años, no hay nada que distraiga la larga marcha de este socialista, a la que sólo le queda por delante la Casa Rosada. Aunque prefiere no confirmarlo, hará su segundo intento en 2015, tras el lejano segundo puesto de 2011. Binner transita por el camino con la energía de un principiante y con la parsimonia de quien sabe que tal vez nunca alcance la meta. Es el tramo final de una peregrinación que lleva más de medio siglo. Sin despeinar su prolija raya al costado, el candidato va por la ruta más larga, la de un partido que jamás llegó al poder nacional. Lo anima pensar que es el mismo sendero por el que transitaron Lula da Silva en Brasil y Tabaré Vázquez, en Uruguay, dos espejos en los que le gusta mirarse.
Es sólo una de las características de este dirigente difícil de encasillar, con una vocación de poder que le permitió llegar más lejos que todos los próceres de su partido. Defiende la intervención del Estado, pero en sus discursos habla de "seguridad jurídica". Se opuso al aumento de retenciones, pero apoyó la eliminación de las AFJP y la ley de medios. Es un republicano que busca conquistar a la izquierda, pero eligió a Capriles por sobre Chávez. No cree en Dios, pero está en contra de la legalización del aborto. No es un líder carismático. No es capaz de construir un relato épico. Pero integra el elenco estable de dirigentes con mejor imagen de la Argentina. ¿Qué tendrá este anestesista, de aspecto aburrido y trato amable, que por momentos cuida las palabras como si temiera que se le fuesen a acabar?
Tras la parada en Rosario, Rubén retoma la ruta 9. En la luneta trasera del Vento una calcomanía dice "Reutemann". No es un homenaje al rival de mayor peso con el que se cruzó Binner en su larga marcha, sino el nombre de la concesionaria donde compró el vehículo. En la semana volvieron a enfrentarse, tras el encuentro de Reutemann con Sergio Massa. "Está mirando al pasado", dijo Binner sobre el intendente de Tigre. En respuesta, el Lole lo trató de anciano: "Se siente que está en el jardín de infantes, pero no sé si no ha llegado con Cristóbal Colón".
El Vento de Reutemann alcanza la velocidad límite de 130. Al lado del jefe de prensa, con presencia perfecta en todas las actividades, viaja la diputada Alicia Ciciliani. Además de acompañar a Binner en la lista, es su dirigente de máxima confianza. Desenvuelta y expresiva, ella dice lo que su jefe prefiere sólo sugerir, y desnuda las emociones que él se guarda. Como en los estudios de TN, durante la visita a Buenos Aires. Cuando pronostican al aire que Binner va a profundizar la ventaja de las PASO, Ciciliani aprieta los puños detrás de cámara y grita: "¡Vamos, carajo!". A él se le escapa una sonrisa fugaz. Sonrió con más ganas el día anterior, cuando subió al escenario tras un acto de presentación de candidatos en Rosario. Sin quebrar la cintura, dio saltitos a un costado y al otro, con los brazos arriba. No llegó a ser un baile, pese a los intentos de Ciciliani, que lo tomaba de la mano y lo obligaba a moverse más.
Cuarenta y cinco kilómetros al oeste de Rosario, el Vento se estaciona frente al centro de jubilados de Carcarañá, para la próxima actividad de campaña. Una funcionaria del municipio se arrima al auto con gesto de preocupación. Le advierte a Binner que lo han estado esperando desde temprano y que quizá lo aborden "algunos señores ebrios". Él asiente con la cabeza, como restándole importancia. No logro imaginarme cómo se manejará ante una situación semejante, justo él, que sólo se moja los labios con vino tinto de vez en cuando. Apenas entra en el jardín, lo intercepta un hombre con nariz colorada y ojos brillosos.
–Doctor, siempre lo aprecio –le dice tomándolo de la manga del saco.
–Igualmente, estimado –reacciona rápido Binner, sin el menor rasgo de incomodidad. Después envuelve al hombre con el brazo izquierdo, como poniéndolo bajo su ala, y le palmea el pecho con la mano derecha. Tiene todo bajo control.
Cuando "el doctor" ingresa en el salón y se abre paso entre las mesas, el público se alborota. Compruebo lo que me habían dicho a sus espaldas varios dirigentes de su confianza: a Binner le basta con una leve caída de sus ojos celestes para enamorar a las mujeres mayores de 60. "Somos su club de fans", me dice Alicia Cortez, una señora de melena rubia y anteojos de correa metálica. Está sentada con otras tres jubiladas, que no paran de sacarle fotos al candidato. Pese a las horas que lleva de recorrida, en su rostro no hay signos de cansancio. Tiene un estado físico impecable, que mantiene con visitas regulares al gimnasio. Hace treinta años que pesa 84. Más que nadie sabe que eligió el camino largo y que debe estar preparado. A la hora de los discursos, destaca que Santa Fe demostró que se les puede pagar el 82 por ciento móvil a los jubilados y que si el Gobierno no lo hace es para seguir metiendo la mano en la lata. Propone un país más federal, con mayor autonomía de las provincias. Después se presta sin chistar a una sesión de fotos con "las chicas". Antes de los flashes, comprueba que lleva prendido el primer botón del saco. Es un detalle que nunca descuida. El nudo de la corbata parece recién hecho. Pero sus zapatos están gastados y sin lustre.
Son los mismos que usó dos días antes, cuando caminó por la peatonal San Martín. La larga marcha de Binner comenzó acá, en Rosario, donde llegó desde su Rafaela natal. Ahí quedaron sus padres, carpintero él, modista ella, y sus abuelos, inmigrantes suizos. En Rosario descubrió que quería dedicar su vida a la política. Lo confirmó en Villa Manuelita, un barrio de emergencia al que iba de joven a medir la calidad del agua y a vacunar perros contra la rabia. Es la ciudad donde asumió como secretario de Salud, su primer cargo político, recién a los 46 años. Es la ciudad que gobernó entre 1995 y 2003 y a la que transformó en capital de un modelo. El mismo modelo que lo convirtió en 2007 en el primer gobernador socialista de la Argentina.
Binner vuelve a chequear el botón de su saco para una foto que le toman en el camping de Carcarañá. Me habitué a verlo sonreír, pero me doy cuenta de que nunca lo vi reírse. De regreso al auto va cantando bajito. "Oh, mama Inés, todos los negros tomamos café." Desvía su camino para saludar a un grupo de jóvenes, que almuerza unos panchos. Cuando los chicos ven que se dirige a ellos, se quedan callados a la espera de que él rompa el hielo. Binner se acerca en silencio, con el tranco largo que le permite su metro ochenta y cuatro. Justo antes de llegar acelera el paso y levanta un brazo en la postura de quien va a dar un discurso. Pero en vez de hablar, manotea la bandeja con los panchos y amaga a salir corriendo. Los pibes se ríen. Él devuelve la bandeja. "¿Cómo andan? ¿Bien?", los saluda. "Bien", responden a coro. "Bueno… disfruten", se despide.
Esas pequeñas bromas al paso, en las que suenan ecos de otra época, son una constante. Pero es en el viaje en auto desde Buenos Aires cuando descubro un Binner que me sorprende. "Ganar elecciones y gobernar son cosas totalmente distintas", me alecciona. "Para ganar elecciones tenés que hacer discursos, ir de acá para allá, poner la caripela", se explaya. "Ahora, cuando llegás al gobierno, te dan el bastón de mando, y si querés, metételo en el culo, pero tenés que ponerte a resolver los problemas, porque, si no, hacés el papelón que hizo De la Rúa." Detesta que lo comparen con el presidente que abandonó el poder en helicóptero. Después se recuesta en el asiento y, como si fuese un tuitero desenfrenado, dispara comentarios breves y ácidos sobre los carteles de campaña que se ven en la ruta. "Ledesma, un massista de la primera hora." "Por tu vida. Un crimen un castigo… ¿Cuánta guita habrá gastado De Narváez en la campaña?" "Mauricio 2015… Yo voy a poner un cartel que diga: «El que se precipita, se precipita»."
Tras la visita a Carcarañá, el Vento regresa al lugar del que había partido, la casa de Binner, cerca del centro de Rosario. Ahí me recibe para desayunar, antes de la despedida. Es un lugar de austeridad uruguaya, que él se encarga de mantener en el bajo perfil: les pide a sus visitantes que no se estacionen en doble fila, para no molestar a los vecinos. La casa tiene dos plantas, pero él habita sólo la de abajo. Arriba vive una pareja de jóvenes del partido que también ofician de asistentes. Desde que el año pasado se separó de su segunda esposa, con quien tuvo su quinto y último hijo, de 14 años, Binner vive con su gata, Rosina. La sensación al entrar es como la de visitar la casa de un abuelo. En el living, donde suena "Honrar la vida" en la voz de Eladia Blázquez, las paredes están tapizadas de libros: Los viajes de Colón y Gran Enciclopedia Salvat son algunas de las colecciones. En uno de los estantes, un cartelito con la cara de Einstein dice: "Si no leo, me aburro".
Apenas nos sentamos a la mesa del living, cubierta con un mantel plástico con flores amarillas, aparece en escena una mujer pequeña y coqueta, con mate y medialunas. Se llama Noemí Nardone. Conoció a Binner en 1989, cuando trabajó como su secretaria en la municipalidad, y en los últimos 24 años lo acompañó en todos sus cargos públicos. Hoy es una especie de ama de llaves. "Era alta, quedó así de tanto caminar", la carga su jefe, por primera vez sin corbata. Pese a que es tres años menor que él, Noemí lo trata como a un hijo: cuenta que es "obediente" y que "nunca dice si está cansado". Mientras Binner la mira en silencio, como resignado a que hable por él, ella se atreve a un pronóstico con aires de pitonisa: dice que en 2015 no se ve en Rosario, sino en Buenos Aires, trabajando en la Casa Rosada.
Una semana a toda velocidad
En sólo cuatro días, Binner encabezó 16 actividades de campaña
- Hora 06. El candidato almuerza en un bar de Rosario con la intendenta, Mónica Fein, y el dibujante Hermenegildo Sabat
- Hora 57. Binner encabeza un acto en la ciudad de Roldán, donde respaldó la candidatura a intendente de Daniel Escalante
- Hora 81. Al lado de Rubén, su chofer, Binner repasa un resumen de prensa, a bordo de su auto, un Volkswagen Vento
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