Hay una oportunidad más allá de la coyuntura
El país muestra señales contradictorias. Por un lado, el clima cotidiano está dominado por una atmósfera cargada de preocupaciones, con indicadores como inflación, tasa de interés y nivel de actividad que aún son inquietantes. Por otro, hubo mejoras importantes en los fundamentals macro, que muestran que se han corregido gran parte de los desbalances fiscales y externos.
También, que se han desactivado algunas de las bombas de tiempo que dejó el gobierno anterior, como la de las tarifas atrasadas. Estas señales no son del todo contradictorias, porque en realidad lo que estamos sufriendo hoy es una consecuencia directa de la corrección de los desajustes que heredó el Gobierno y que, desafortunadamente, en lugar de atacarlos de entrada y corregirlos en forma ordenada los terminó corrigiendo el mercado en forma desordenada, con las consecuencias que están a la vista.
Esto lleva a una doble lectura de la realidad, especialmente cuando pensamos en una economía que en el futuro pueda funcionar mejor. Por un lado, la coyuntura es preocupante, porque entre otras cosas la inflación llega a niveles de más del 50% anual y muestra una persistencia que desafía al plan de ortodoxia monetaria que implementó el Banco Central desde octubre. El tipo de cambio sigue mostrándose volátil, luego de la calma que prevaleció hasta mediados de febrero, y ha vuelto a dominar la preocupación de gran parte de la población.
Al mismo tiempo, no hay buenas noticias con respecto al nivel de actividad, ya que el PBI, que cayó 2,5% el año pasado, se espera que vuelva a caer 1,8% este año, mientras que el desempleo llegó a casi el 10% y la pobreza ha vuelto al 32%. Si bien los últimos números indicarían una muy tibia recuperación a partir de principios de año, difícilmente tenga la fuerza para que logre cambiar el mal humor generalizado en el corto plazo.
Tampoco está siendo un buen año para la Argentina en los mercados financieros, donde las tasas de interés locales han vuelto a superar el 65%, mientras que el riesgo país se encuentra en niveles estratosféricos (superando los 800 puntos), lo que implica que la Argentina no tiene acceso al mercado internacional de capitales, mientras que los precios de las acciones han caído en forma estrepitosa.
Pero existe otra lectura más esperanzadora, la que mira los cimientos macroeconómicos, que son los que permitirán en algún momento estabilizar la economía y crear las condiciones para lograr un crecimiento equilibrado y sostenido.
Sin duda, una de las principales mejoras se ha logrado en las cuentas externas, donde gracias a la devaluación ha habido una importante reducción del déficit en la cuenta corriente del balance de pagos, que se redujo de US$31.000 millones en 2017 a solo 7500 millones este año. Esta reducción lleva a que el déficit caiga de 5% del PBI a 1,5% en este período, lo cual es particularmente importante porque el déficit en la cuenta corriente fue posiblemente el principal disparador de la crisis cambiaria del año pasado.
En el mundo existe una regla de oro que utilizan las calificadoras de riesgo, los organismos multilaterales y los bancos de inversión, que establece que cuando el déficit externo llega al 5% del PBI se prenden todas las alarmas porque existe el riesgo de que el país no consiga los dólares para financiarlo y se desate una crisis cambiaria.
En el caso argentino, este desequilibrio sucedió justo cuando el mundo financiero se complicaba y estaba menos dispuesto a prestarles a los países emergentes, con lo cual se produjo un sudden stop, o frenazo del financiamiento externo, que forzó un ajuste abrupto en el tipo de cambio. Ese desequilibrio hoy se ha superado. Por supuesto que el tipo de cambio jugó un rol importante en esta mejora, y la fuerte, desordenada y traumática devaluación que llevó el tipo de cambio de $18 a fines de 2017 a casi $38 en un año (2018) por lo menos ha logrado dejar atrás el atraso cambiario que sufría el país, que contribuía al déficit externo.
Lo cierto es que la Argentina hoy tiene un tipo de cambio competitivo, que está llevando a que nuevamente haya un superávit en el balance comercial y en el turismo. En la práctica, esta nueva realidad implica que no sería necesaria una nueva devaluación para mejorar las cuentas externas, aunque el tipo de cambio seguramente deberá acompañar de cerca la evolución de los precios para evitar caer nuevamente en la trampa del atraso cambiario.
También se ha logrado reducir el atraso monstruoso que había en las tarifas de los servicios públicos. Hay que recordar que en 2015 cubrían solo el 20% del costo de proveerlos, mientras que hoy ya cubren casi el 80%. Esta suba en las tarifas fue traumática y es uno de los principales factores que explican el aumento de la inflación. Mirando hacia adelante, el grueso del ajuste ya se ha realizado, con lo cual los aumentos que aún faltan se podrían hacer en forma gradual y sin tener un impacto tan dramático en la inflación.
Una cuarta mejora ha sido que por primera vez en muchísimos años se ha encarado una reducción importante del déficit fiscal, que se espera que caiga de 6,5% del PBI en 2017 a 3% este año, con equilibrio en el balance fiscal primario (o sea, excluyendo intereses). Este es un logro importante porque históricamente el Estado ha gastado mucho más allá de sus recursos, lo que ha llevado a abultados aumentos en la deuda pública o a tener que recurrir al auxilio del Banco Central, que apoyó al Tesoro dándole a la maquinita o dilapidando valiosas reservas.
Si este año se cumple la meta fiscal, se habrá recorrido gran parte del camino de la reducción del déficit, que es necesaria para que el país no se siga endeudando en forma excesiva. Para lograr la sostenibilidad de la deuda el déficit debería reducirse adicionalmente alrededor de un punto del PBI, algo que no debería ser traumático si la economía retoma el crecimiento.
Pero aún hay un largo camino por recorrer en temas estructurales. La Argentina tiene un Estado elefantiásico que llegó a representar el 45% del PBI y que hoy se mantiene en el 40%, lo que ha llevado la presión tributaria a niveles obscenos y hace inviables muchos proyectos de inversión. También tiene un mercado laboral que necesita aggiornarse. Fue diseñado en los años 70 y no se condice con un mundo de millennials, inteligencia artificial y cambio tecnológico permanente, en el que la flexibilidad manda y genera oportunidades y las rigideces llevan a la decadencia de empresas y de empleos.
No hay duda de que la Argentina tiene grandes desafíos económicos por delante, tanto en domar una coyuntura compleja como en realizar reformas que ayuden al crecimiento de largo plazo. Hoy el país no necesita grandes ajustes en tarifas, en el tipo de cambio real o en reducciones del déficit fiscal. Esta es una gran ventaja, porque con buenas políticas económicas será más fácil bajar la inflación o impulsar el crecimiento.
Todo indica que cuando termine el período electoral el gobierno que gane tendrá una nueva oportunidad. Espero que no sea otra vez una oportunidad perdida.
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