Caminaba por Villa Crespo cuando lo vio en la vidriera de una veterinaria, a unas dos cuadras de su local y taller: la ropa para animales que vendían estaba confeccionada con la misma tela a rayas verde y negro tornasolado que ella estaba usando para lo trajes de baño de su marca. "No quiero más esto –se dijo–. Quiero hacer hasta mi propia tela".
En ese momento, a fines de 2015, Nikole Tursi diseñaba desde las etiquetas hasta los flyers y el packaging de esos trajes de baño. Había estudiado diseño de indumentaria, había trabajado para distintas marcas de ropa y había logrado abrir su local donde vendía sus propias colecciones. Pero era consciente de que no estaba haciendo lo que realmente quería. No más productos en serie ni en cantidad. La desvelaba el concepto de la alta costura: concebir cada pieza como una obra de arte, aunque debiera hacer todo a mano y llevara meses. "Decidí cerrar y empezar a escucharme a mí misma", cuenta.
Mucho de lo que pasó durante los tres años que siguieron a esa decisión estaba dentro de ese cofre en forma de huevo que presentó al concurso "Mi oficio, mi historia" para creadores artesanales de excelencia, que organizó en el país por primera vez el Comité Colbert (conjunto de prestigiosas marcas e instituciones francesas), junto a la Unesco y el gobierno argentino. El cofre contenía videos, imágenes, cuestionarios y testimonios que narraban cómo se había forjado como sombrerera, su paso por el teatro Colón y su anhelo, hoy cumplido, de seguir sus pasos en Europa. El cofre representaba esa génesis, y así se llamaba también su colección de sombreros.
Semanas atrás le dieron la noticia: ganó el primer premio. Y a la ceremonia de entrega del premio se dio el gusto de llevar una pieza que confeccionó para el Royal Ascot británico.
Siempre le habían llamado la atención los sombreros. Si encontraba uno olvidado en el cuarto de su abuela, lo guardaba. Si descubría uno en un local de San Telmo, lo compraba. Cuando tenía 22 años, a la vuelta de un viaje familiar a Nono en que visitaron el museo Rocsen, se dio cuenta de que había llenado el celular de fotos de sombreros. Los coleccionaba. Los consideraba tesoros. Pero también los usaba. Por gusto y por necesidad. Debido a su piel, no puede estar expuesta al sol. Y así se dio cuenta de que en Buenos Aires, si salís con sombrero, aún te miran raro. De ahí su deseo de volver a ponerlos de moda, como en los viejos tiempos.
Pero de atesorarlos a hacerlos de forma artesanal había un camino que presentaba dificultades. ¿Quién podía enseñarle un oficio que no es común acá? Eligió un profesor: César Orlando Núñez. Como era la única aspirante, le decían que no podían abrir un curso solo para ella. Pero insistió tanto que finalmente accedió. No era solamente sombrerero. Le enseñó el oficio y también a hacer desde pelucas hasta máscaras. "Yo iba con alguna idea loca y él me lo enseñaba a hacer. Para mí era más como un taller de arte que otra cosa –dice–. En ese momento no sabía por qué lo estaba haciendo, ni para qué servía".
Obras de arte
Ella considera hoy a sus creaciones como obras de arte, no como sombreros. Ve las telas, ve las herramientas en una ferretería y ya sabe lo que quiere hacer. No hay un dibujo previo. Cada detalle, cada evolución mientras crea nace de su cabeza y lo interpretan sus manos. Ahí, dice, está su don: "Me sale. Necesito tener el material en la mano". Y nunca termina haciendo lo que imaginó en un principio. Es como un experimento y se deja llevar por lo que está pasando. Es más, ya no cree en los errores mientras trabaja: si piensa que se equivocó, después se da cuenta de que eso servirá para llegar a algo diferente. De los 70 sombreros que hizo hasta ahora, solo dejó dos sin terminar.
Fue un concurso de sombreros en el que sus creaciones tenían que juntar likes en Instagram el que le demostró que, sin darse cuenta, había puesto en marcha una maquinaria invisible que le depararía muchas sorpresas. Tenía como contacto a la jefa de sastrería del Colón por un curso de tutú que había hecho en el Instituto Superior de Arte del teatro, y le escribió para que le sumara algún "me gusta". La respuesta que le llegó fue: "Mañana traeme tu currículum al teatro". Y cuando se presentó en el Colón, le avisaron directamente lo que querían de ella. En los teatros del mundo se estaba usando la filmación en alta calidad, por lo que cada detalle cobraba suma relevancia. Y querían mejorar ese aspecto y fusionar la moda con el teatro.
El Colón le enseñó lo que es la presión. Cómo hacer en el taller 300 sombreros solo para Romeo y Julieta. El grito de "¡Dónde está Nikole, que se la cayó la cabeza al Rey Rata", durante El Cascanueces. Tener dos minutos para cambiar a un niño y que él le diga que se había dejado la ropa en el tercer piso. "Y ahí está esa presión, pero también la magia detrás del Colón porque las cosas desaparecen y vuelven a aparecer donde tienen que estar. Ahora no le tengo miedo a nada", dice Nikole, y se ríe.
Estuvo dos años ahí. Durante un viaje en tren, volviendo a su casa, decidió que iba a dejar el Colón porque quería ir a Europa. Le costó resolverlo: "Si voy a renunciar es para romperla", se dijo.
Una amiga con la que había trabajado fue la que le mandó un mensaje con la información del concurso del Comité Colbert. Además de dinero, el premio consistía en un viaje a París. "Fijate, me parece que sos la ganadora", le escribió su amiga, sin saber que estaba adivinando el futuro. Nikole leyó las bases y se largó a llorar. Era lo que estaba buscando.
"El objetivo del concurso 'Mi oficio, mi historia' era estimular la puesta en valor y el reconocimiento social de los oficios artesanales, haciendo énfasis en su potencial creativo y su capacidad para generar oportunidades de trabajo. El trabajo de Nikole Tursi, así como el de los demás finalistas, se destaca por transmitir su pasión por el oficio, manifestando su relevancia local e internacional", dice Lidia Brito, directora de UNESCO Montevideo.
Su cuarto, su taller
Desde abril vive en un estudio de artistas, en Hackney, un barrio en el este de Londres. Su cuarto, repleto de telas, maniquíes y con estanterías cubiertas con sombreros, es su taller. A los 33 años, ahí participa de eventos como el Royal Ascot y la London Hat Week, participó en el departamento de arte de un corto, sigue ampliando su colección propia, y desde hace un mes trabaja para Burberry. Ahí ya le hizo un vestido a Beyoncé para la premier de The Lion King y en este momento está trabajando en la ropa que usará la semana que viene Rosalía en un recital.
En paralelo, continúa con el proyecto que la llevó a Londres: presentarse a unas becas que da la reina en las que invierten en los artesanos para que su oficio sea de excelencia. ¿En qué consiste la propuesta en la que está trabajando? Como un tutor que pudiese dedicar el tiempo necesario y enseñarle todas las facetas que ella necesita aprender no existe, decidió fragmentarlo. Eligió a siete sombrereros: el mejor con las plumas, el mejor que hace flores, el que mejor trabaja el cuero, y así, para poder tomar con ellos clases particulares. El resultado estará en octubre.
Llegó a Europa diciéndose a sí misma que sabía hacer sombreros. Y ahí se dio cuenta que le faltaba mucho por aprender. "En la Argentina no tenés los materiales, ni las herramientas, ni quién te enseñe la alta costura. Necesitaba aprender técnicas tradicionales para poder llevarlo a otro nivel", cuenta Nikole.
El premio Colbert lo va a invertir en su proyecto: primero en su web, y después en herramientas y materiales. A París viajará en diciembre.
"El momento en que cambió todo fue cuando empecé a decir que sí –cuenta–. Ahora empiezo a creer que si ponés toda tu pasión en algo, sabés que para algún lado bueno te va a llevar".
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