Hace 25 años, la masacre de Ezeiza enlutaba a la Argentina
El regreso definitivo de Perón al país desató una batalla entre grupos del PJ
Un 20 de junio de 1973, la celebración del Día de la Bandera pasó dramáticamente a un segundo plano.Se producía el definitivo regreso del general Juan Domingo Perón a la Argentina. El gobierno justicialista encabezado por su representante, Héctor J. Cámpora, había sido elegido democráticamente en las elecciones del 11 de marzo de ese año y con su slogan, "Cámpora al gobierno, Perón al poder", preparaba la vuelta de su líder a la Argentina.
Mientras que, paradójicamente, esa circunstancia tenía previsto "sellar la definitiva pacificación nacional", el enfrentamiento de grupos peronistas antagónicos en el aeropuerto internacional, donde se esperaba el arribo del ex presidente, produjo 16 muertos y más de 200 heridos y pasó a la historia como la masacre de Ezeiza.
Aquella fue una jornada de incertidumbre en la que por algunas horas hasta se dudó del estado de salud de Perón. El avión de Aerolíneas Argentinas que trasladaba desde Madrid a una multitudinaria comitiva que acompañaba a Perón -y que incluía al presidente Cámpora- debió aterrizar a las 16.50 en la base aérea de Morón, en lugar de hacerlo en Ezeiza. La delegación fue alertada de que allí ocurrían graves incidentes. Había desde temprano un intenso intercambio de disparos, cuando los sectores que se atribuían la representatividad del justicialismo pretendían el trofeo más preciado:ocupar el palco principal levantado sobre la autopista General Riccheri y la ruta 205.
La profusa crónica de esa época, que publicó La Nación en la edición del 21 de junio, daba cuenta de lo siguiente: "A las tres de la mañana, un grupo de jóvenes comenzó a corear la consigna "Perón, Evita, la patria socialista", la que inmediatamente fue respondida con el grito de "Perón, Evita, la patria peronista"". En el tiroteo que se produjo luego hubo tres heridos de bala. Las víctimas fueron llevadas al policlínico de Ezeiza.
Posteriormente, los custodios del palco oficial, al mando del coronel (R) Jorge Osinde, intercambiaron "violentos golpes, puntapiés y cachiporrazos" con "jóvenes que pugnaban por acercarse al palco". Miles de personas llegadas desde todos los puntos del país, que pretendían saludar pacíficamente a Perón, fueron testigos de nuevos hechos de violencia.
Mientras las autoridades arribaban al lugar, "frente al palco -decía La Nación - continuaban apostados numerosos grupos identificados con la Juventud Sindical".
Cerca de las 14 y desde la ruta 215, llegaron al palco "contingentes que portaban carteles de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) 22 de Agosto". Desde la Juventud Peronista y de la Juventud Sindical Peronista, "se respondió a una agresión que, aparentemente, provenía de un bosque situado a unos 150 metros del lugar", informaba La Nación . Mientras desde el estrado se disparaba "con carabinas, escopetas de caño recortado, ametralladoras y pistolas", los autores del ataque lo hacían "con armas largas, provistas de miras telescópicas". A este último bando en pugna pertenecían los "francotiradores" apostados en los árboles cercanos.
La multitud que rodeaba el palco comenzó a corear: "Ni yanquis ni marxistas, peronistas" y corrió buscando refugio. "Entonces se produjeron estampidas humanas, que provocaron numerosas contusiones y heridas a quienes caían y eran pisoteados por los que corrían", informaba la crónica de hace 25 años.
Después de largas horas que parecieron años, declinó el tiroteo con la huida de los sectores autoproclamados "socialistas de Perón", mientras a esa altura las autoridades habían abandonado el palco oficial para buscar un refugio más seguro. Entre las tantas paradojas de la jornada, desde los altoparlantes, el actor "Leonardo Favio pedía cordura, mientras portaba una pistola". También, se efectuaba una suelta de palomas "como un símbolo de paz". Simultáneamente, caían francotiradores.
En los policlínicos de Ezeiza y de Lanús, y en el Instituto de Cirugía de Haedo, así como en los hospitales municipales Santojanni y Piñero, se multiplicaba la atención de los heridos.
El discurso oficial
Conscientes de los trágicos sucesos que se vivían, el presidente Héctor Cámpora y el general Perón parecieron distribuir las cargas para no echar más leña al fuego. Apenas aterrizó el avión en la VII Brigada Aérea, en Morón, Cámpora se dirigió al país por la red nacional de radiodifusión. Primero llevó tranquilidad sobre el estado de salud de Perón: "Está perfectamente bien, animado y satisfecho de este viaje que ha realizado con total normalidad". Pero al relatar los hechos ocurridos, dijo que "elementos que están en contra del país pretendieron distorsionar este acto".
Esa noche, hospedado en la residencia de Olivos, ofreció Perón su primer mensaje público. Fue más contemplativo. Explicó que no aterrizó en Ezeiza debido a que "se habían invadido las pistas" y que "temía aterrizar allí y producir desgracias personales a la gente que ocupaba" el lugar, sin echar culpas.
El discurso más político lo realizó la noche siguiente. "Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea válida, ha de ser de reconstrucción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino."
La batalla que nadie quiso recordar
Inexplicablemente, nadie parece haber advertido que se cumplió anteayer el 25º aniversario de la mayor tragedia en un acto público de la historia argentina: la masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973.
Ese día se iba a recibir bulliciosamente a Juan Domingo Perón y se convirtió en una batalla entre facciones peronistas contrarias. El resultado se inscribió en la historia trágica del país como el virtual comienzo de una sorda guerra civil entre extrema izquierda y extrema derecha, con el grueso de la sociedad como rehén impotente de esa situación.
Nadie se acordó este fin de semana de esa fecha. Ni diarios, ni radios, ni políticos, ni funcionarios, ni coloquios universitarios, ni debates, ni buscadores de imágenes de televisión, ni testigos de aquel momento, ni historiadores de los que pudieron reconstruir con bastante detalle aquella terrible jornada sobre la que los organismos del Estado nunca dieron a conocer el verdadero balance de muertos y heridos.
En la lectura de centenares de páginas de los diarios del domingo sólo pudimos encontrar una mención colateral, casi al pasar, en el contexto de una nota sobre la comunicación política por televisión, en un buen trabajo del semiólogo Eliseo Verón en el diario Perfil.
La única conclusión posible, digna de ser analizada por psicólogos del comportamiento social, es que cuando todos se olvidan ya no se puede hablar de una falta de memoria de algún sector en particular, sino de un verdadero acto fallido colectivo. Por alguna razón, bastante comprensible quizá, la sociedad en su conjunto quiere dejar atrás ese pasado.
El problema es que el episodio fue demasiado grave. Y que cuando justamente hemos vuelto a repasar hechos trágicos de la historia reciente a propósito de la detención del ex presidente de facto Jorge R. Videla, suena incoherente que aquel día de Ezeiza no merezca hoy un análisis histórico a la altura de lo que allí se vivió.
El ex fiscal del juicio a las juntas militares Julio Strassera dijo hace cuatro días a La Nación que no se pueden dar vuelta las hojas de la historia. ¿Pero la dimos vuelta, en este caso, porque es demasiado incómodo para muchos recordar ese día?
Como joven periodista entonces, este cronista lo conserva, sin embargo, bien grabado en sus retinas.
Como casi todo periodista de aquel momento, estábamos allí para cubrir la jornada con la doble sensación de cumplir una tarea propia de nuestra profesión y de asistir, a la vez, a una jornada de las que merecían ser vividas como un momento de cambio en la vida política argentina.
Creo, personalmente, que muy pocos imaginaban que ese momento sería, en realidad, un brutal golpe de aceleración en el proceso de violencia que estaba lanzado en la Argentina.
Vimos con nuestros propios ojos a las columnas de montoneros que avanzaban por la autopista rumbo al costado derecho del puente 12. Y no iban cantando simples consignas políticas, sino permanentes declaraciones de guerra. Perfectamente organizados como columnas militares, buscaban ocupar posiciones estratégicas como quien se preparase para algo que se respiraba en el aire.
Los estaban esperando las fuerzas enquistadas en la derecha del peronismo, que ni pensaban resignar nada de su cercanía al poder.
Oímos los primeros disparos que hacían impacto seco en árboles cercanos y que produjeron el primer desbande de la inmensa multitud, la cual, en su mayoría, había ido de buena fe a recibir a Perón. Al principio, con la incredulidad de quien asiste a algo inesperado, mucha gente siguió en el lugar arriesgándose casi en forma suicida a caer herida por cualquier bala perdida.
Los cronistas a los que les tocó estar cerca del palco que era el objetivo de guerra tuvieron, obviamente, la mejor evidencia de la tragedia que se desencadenó entre los dos extremos del peronismo.
Miles de personas, acaso millones, dieron vuelta sobre sus pasos para regresar a pie, con la cabeza baja, sin saber realmente lo que había pasado, en un final del día que presagiaba lo peor para el país.
Y así fue. El puente 12 de Ezeiza es todavía un símbolo de la violencia que conoció la Argentina en este siglo. De lo que pudieron poner en marcha terroristas de un bando y el terror de Estado del otro.
Si hay que saber mirar para adelante sin olvidar el pasado, las lecciones de esa trágica jornada aún deberían ser motivo central de reflexión.
Sobre todo cuando, 25 años después, uno puede disfrutar de un domingo en paz en la Argentina, y dedicándose mayoritariamente a celebrar una goleada en el Mundial.
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