Goles en contra y voluntarismo
"Podría haber sido peor". "Se podría haber hecho mejor". En esas dos frases que Alberto Fernández pronunció ante unos pocos colaboradores se resumen las primeras conclusiones del Gobierno sobre el desbordado funeral de Estado de Diego Maradona. Un compendio de resignación, autoindulgencia y crítica (sin autocrítica) para otro bochorno argentino que da vueltas al mundo. Pero también más que eso.
Las dos frases sintetizan la manera en que Fernández afronta y administra las vicisitudes de su gestión. Frente a casi todo lo malo que ocurre, suele emerger del Presidente y de su equipo una exhibición de ajenidad, de prescindencia, pero también de victimización porque los hechos no suceden como se han propuesto, imaginado o deseado.
En declaraciones públicas el jefe del Estado fue aún más explícito. "Confié en la conciencia social". "Tuvimos el ‘problema’ de que la familia quiso que todo terminara a las 16". "Esperaba que todos, en respeto a la memoria de Diego, entendamos que algunos íbamos a poder verlo y otros no". "Me llamó la atención que muchos plantearon que, habiendo puesto la Casa de Gobierno, teníamos que poner nosotros las condiciones a partir de las cuales debía ser velado. A mí me pareció que no, nunca enfrenté ese dilema".
Todo parece indicar que en la Casa Rosada la realidad se padece. Y, en el mejor de los casos, se administran consecuencias. Pero solo en raras ocasiones se conduce. Es lo que advierten, lo que lamentan, lo que sufren y por lo que reclaman muchos dirigentes políticos, sociales, empresariales y ciudadanos comunes. Es la raíz de la crisis de confianza que ha afrontado en reiteradas ocasiones este gobierno en su primer año.
Maradona otra vez fue el catalizador de la realidad argentina. El mundo idílico y el pueblo idealizado que se imagina desde los despachos de los porteñísimos dirigentes que gobiernan el país es mucho más complejo y tiene un grado de descomposición mucho mayor que el supuesto y admitido. Como si la representación del sujeto social no se vinculara con las crudas y dolorosas estadísticas que lo describen en su multidimensionalidad y agudeza. Esa realidad demanda mucho más que limitarse a administrar conflictos internos y externos. O de consolarse con que "podría haber sido peor".
"Todo el tiempo parece que nos contentamos con perder por poco", admite apesadumbrado un asesor ministerial de neto cuño albertista. "No parecemos un gobierno peronista. No hay gestión, conducción ni audacia", acusan desde costados cristicamporistas. La rampa de despegue que, como se llegó a imaginar, podría haber aportado otro velatorio popular en la Casa Rosada terminó siendo un tropiezo mayúsculo, cuyas consecuencias aún no se dimensionan. Néstor Kirchner no era Maradona. La Argentina de 2020 no es la de 2010.
"El liberalismo y el progresismo se parecen en que ambos profesan el ‘dejar hacer, dejar pasar’ como filosofía de vida (…) Si el Estado no garantiza la seguridad porque propicia una filosofía de no intervención, se consagra la ley del más fuerte", disparó sin eufemismos, el secretario de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, en una columna publicada en Infobae, dedicada a criticar lo ocurrido en el velatorio de Maradona. El funcionario cristinista quedó más cerca de absolver a Horacio Rodríguez Larreta que de defender a Fernández. Ya no es solo fuego "amigo" sobre la ministra de Seguridad, Sabina Frederic.
La ilusión de que las cosas ocurran porque se desean o porque se alinean los planetas es apenas una caricatura no demasiado alejada de la imagen real que proyecta el Gobierno. El anhelo de que el tiempo arregle los platos rotos, restañe las desavenencias y salde las contradicciones tiene una presencia constante. Es lo que ocurre con varias acciones de Cristina y Máximo Kirchner que afectan planes del Gobierno. El reciente festival parlamentario cristinista alcanzó su clímax el viernes con la aprobación en el Senado del proyecto exigido por la vicepresidenta para facilitar la designación del jefe de todos los fiscales federales a gusto y placer de la mayoría oficialista que ella sí conduce con mano de hierro y guante de titanio (jamás de seda). Regía aún el duelo nacional que había dispuesto al Poder Ejecutivo. Fue un golpe al hígado del declamado institucionalismo alfonalbertista.
No sorprenden entonces la interrupción del diálogo entre Presidente y vicepresidenta, que ya supera el mes, ni la frialdad expuesta en el funeral. Lo singular es que Fernández minimiza la situación y algunos de sus colaboradores afirman que hasta se siente cómodo. Lo prefiere antes que las larguísimas e infructuosas discusiones que lo dejaban literalmente de cama. El diálogo nunca ha sido uno de los atributos de Cristina Kirchner. Sí imponer sus propósitos, y suele lograrlo en lo que de ella depende. Por eso, tampoco estaría incómoda. Además, ya dijo que el que gobierna es el Presidente y que hay "funcionarios que no funcionan". Eso no depende de ella. El "todo podría ser peor" también opera en su caso.
Para celebrar el primer año de gobierno a Fernández le alcanza con que se mantenga viva la ilusión del alineamiento de algunos planetas: precio de la soja y otras commodities en alza, dólar sin sobresaltos, negociación con el FMI encaminada, ausencia de desbordes sociales en diciembre y llegada de la vacuna contra el Covid-19. Son los cinco deseos albertistas para ponerle fin al annus horribilis. Pero todo es muy frágil. Los precios en ascenso, la conflictividad social desesperezándose, el dólar en equilibrio inestable y el acuerdo con el Fondo, que ahora el ministro Guzmán admite que no llegará antes de fin de año, como pretendía, no ameritan relajamientos. Más si "metemos adentro las que van afuera", como se lamentan algunos funcionarios frente a los errores de gestión y los conflictos internos que terminan en goles en contra.
La relación agriada en extremo con la oposición, por impulso del cristicamporismo y por el laissez faire, laissez passer del albertismo, no facilitan tampoco la concreción de las expresiones de deseos del Gobierno. Mucho más cuando se espera o se necesita de algún apoyo en el Congreso, como el que pretende tener Guzmán para revestir de consistencia y credibilidad un acuerdo con el FMI. Los avances sobre la Justicia y las acusaciones y denuncias del ministro del Interior, Wado de Pedro; de la ministra Frederic contra el jefe y el vicejefe de gobierno porteño, Rodríguez Larreta y Diego Santilli, por los incidentes durante el funeral de Maradona hacen ver a la pax pandémica como escenas de otra era geológica.
La curiosa conferencia del viernes del Presidente para seguir pidiendo no relajarse contra el Covid después del pandemónium de contactos estrechos de los dos días anteriores puso en evidencia tanto contradicciones como cambios profundos. Ya no estuvo rodeado de Larreta ni de Axel Kicillof, sino por el ministro de Salud y la titular del PAMI, la camporista Luana Volnovich, para empezar a instalar la esperanza de vacunación contra la peste. La creación de expectativas es la esencia de la política. Ante un año electoral es una necesidad vital para cualquier gobierno. Eso lo explica todo.
El Presidente se interna en terrenos pantanosos sin baqueanos. Es el caso de su involucramiento en el complejo objetivo de lograr que se posponga la aplicación de la prohibición legal para la re-reelección de los intendentes bonaerenses. Sin los votos asegurados en la Legislatura ni la predisposición, hasta ahora, de los miembros de la Suprema Corte provincial para habilitar ese bypass corre el riesgo de quedar tan expuesto como en su fallido y grotesco intento de apaciguar a barrabravas con un megáfono para evitar la invasión a la Casa de Gobierno. El decisionismo requiere de liderazgo y convicción. Lo demostró Maradona. Sin eso, todo es voluntarismo. Lo confirman las dos frases que sintetizan la aciaga semana pasada. "Podría haber sido peor". "Se podría haber hecho mejor".
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