Gobernar sin el Congreso: los riesgos que enfrenta Milei de llevar la confrontación al paroxismo
El 1° de marzo, con las sesiones ordinarias, los legisladores retoman el control de la agenda parlamentaria; las dificultades numéricas para imponer vetos y legislar por decreto
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Una versión inquietante sobrevuela estos días por los pasillos parlamentarios: Javier Milei, llevado todavía por el rencor hacia los “traidores, coimeros y delincuentes” que hicieron naufragar su “Ley de Bases”, ningunearía por segunda vez consecutiva al Congreso y pegaría el faltazo a la habitual ceremonia de apertura de sesiones ordinarias, el 1° de marzo próximo. No se trataría solo de una represalia a “la casta”; la actitud sería interpretada, más bien, como la señal más elocuente de una estrategia pergeñada a gobernar sin el Congreso. Una jugada no solo riesgosa por el conflicto institucional que entraña; también inútil, porque Milei, en minoría parlamentaria, llevaría las de perder.
A partir del 1° de marzo el Congreso reasumirá el control de la agenda. Podrá tratar cualquier proyecto, sea del Poder Ejecutivo u otros que impulsen los propios legisladores. En las gateras hay varios presentados que inquietan al Gobierno. Como aquel que presentó la semana pasada la Coalición Cívica para indexar por inflación la fórmula de movilidad jubilatoria para que el Tesoro deje de aprovecharse de la licuación de los haberes previsionales para alcanzar el déficit cero. Con dos tercios de los votos este proyecto, o cualquier otro, podría ser tratado sobre tablas en el recinto si el oficialismo buscara obstaculizar el tratamiento en comisiones.
Llevada la confrontación al extremo podría suceder, también, que un grupo de gobernadores despechados presenten un proyecto para coparticipar el impuesto PAIS si el Gobierno insiste en rehuir a discutir un pacto fiscal con las provincias. Ni qué hablar si una mayoría legislativa decide, en un eventual pico de enfrentamiento con el Ejecutivo, revisar y eventualmente rechazar en ambas cámaras el mega decreto de necesidad y urgencia (DNU) para desregular la economía cuestionado en la Justicia por su dudosa constitucionalidad.
¿El conflicto podría escalar a tal nivel de paroxismo? De ser así, el Congreso se convertiría en un campo de batalla de consecuencias impredecibles. El oficialismo podría blandir como arma de resistencia el veto presidencial si una mayoría opositora avanzara con una ley inconveniente a sus intereses. Un arma eficaz siempre y cuando los libertarios se aseguren al menos un tercio de los votos en ambas cámaras para neutralizar una eventual insistencia de sus adversarios.
En el Senado requeriría 24 voluntades firmes; con siete senadores propios y un puñado de aliados macristas está lejos de reunir ese tercio. En la Cámara de Diputados, una eventual comunión con el bloque de Pro colocaría al oficialismo en una posición de mayor fortaleza; será por ello que Patricia Bullrich y el propio Milei alientan esa convergencia. Un hipotético interbloque reuniría entre 75 y 78 legisladores, un número cercano al tercio aunque aún insuficiente. Además, claro está, siempre y cuando no surjan defecciones en las filas de Pro, sobre todo de aquellos –como los que responden a Horacio Rodríguez Larreta- que no están dispuestos a inmolarse por Milei ante un eventual choque de poderes entre el Legislativo y el Ejecutivo.
Punto de inflexión
La represalia que lanzó la Casa Rosada contra los mandatarios del interior al cortarles los subsidios al transporte automotor y los fondos para los salarios docentes; la ristra de insultos y escraches públicos que el propio Milei y sus laderos libertarios descargaron sobre los diputados dialoguistas que no votaron a libro cerrado todas las facultades delegadas que reclamaban, y la expulsión del gabinete de aquellos funcionarios que, por carácter transitivo, son tan “traidores” como los gobernadores a quienes respondían, llevaron el clima de malestar a su cénit.
“Milei hace política con la antipolítica. El fracaso de la ley ómnibus marcó un punto de inflexión y aceleró una situación de confrontación y desgaste que se preveía para más adelante -analiza un veterano legislador que conoce bien los vericuetos legislativos-. La pregunta que todos nos hacemos es frente a qué Milei nos encontramos: frente al Milei presidente, que hace del ‘apriete’ una estrategia política para luego negociar, o frente a un Milei en estado puro que se resiste a sacarse el traje de candidato y lleva los niveles de agresión al extremo apalancado por las encuestas”.
El Presidente, en efecto, aprovecha a su favor el amplio respaldo popular que clama por un cambio y desprecia “la casta”; ese electorado, que comparte con los partidos de oposición dialoguista, inhibe a los más críticos a tensar la cuerda por demás. Cualquier jugada a destiempo los colocaría en offside junto al kirchnerismo. Ese es el principal capital político que hoy cuenta el oficialismo y el que le ha permitido, por caso, preservar la vigencia del DNU pese a los embates kirchneristas en el Senado.
“Pasaron apenas dos meses de gobierno y si bien el ajuste es duro, la gente todavía respalda al Gobierno y no quiere el regreso del kirchnerismo. Mientras no haya homogeneidad en la oposición, la capacidad de fuego del Congreso será limitada. Esa es una ventaja que Milei sabe aprovechar”, dijo una fuente legislativa.
El interrogante, otra vez, es qué actitud adoptará el Presidente frente al Congreso tras el fracaso de la ley ómnibus. En su entorno las voces más templadas le recomiendan asistir a la Asamblea Legislativa a inaugurar el período de sesiones ordinarias. En los últimos 40 años de democracia no hubo un solo presidente que incumpliese ese mandato constitucional.
Lo cierto es que aunque el líder libertario cumpla con los formalismos institucionales y concurra el 1° de marzo a la Asamblea Legislativa, no se encontrará con aquel Congreso dócil con que inauguró su gestión el 10 de diciembre pasado. Al contrario, enfrentará un Congreso con ánimos resentidos y poco colaborativos, un mal augurio para un oficialismo en extrema minoría.
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