Gestiones desesperadas antes del naufragio
La ausencia de dólares ha sido históricamente el termómetro para medir la debilidad del Gobierno y la desconfianza de la sociedad en él
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Los síntomas públicos de preocupación de los funcionarios nacionales por la situación económica se contradicen con sus propias decisiones. El cepo parcial a las importaciones de insumos podría paralizar a la industria y al mismo campo, que también necesita de insumos importados. En un país cuyos bonos soberanos se cotizan por debajo de los de Rusia (que está en default, aislada y en guerra), suponer que los compradores de insumos conseguirán crédito a 180 días para pagar sus compras es una ingenuidad o una malicia. También es ingenuidad o desconocimiento el supuesto aumento autorizado de un 5 por ciento en la cantidad de las importaciones con respecto del año pasado. Los aumentos de los precios internacionales significan, en realidad, que la cantidad será menor, no mayor. En rigor, todo ese paquete esconde la intención de presionar a los empresarios para que usen sus propios dólares para pagar las importaciones. Difícil. Nadie entregará dólares en un país social y culturalmente bimonetario, pero que ahora carece hasta la inopia de su principal moneda de referencia: el dólar. En rigor, esas medidas del Banco Central fueron la confesión implícita de que la autoridad monetaria se quedó sin dólares. “La verdad es que no hay dólares”, reconoció un industrial que detesta la decisión del Banco Central.
La ausencia de dólares ha sido históricamente el termómetro para medir la debilidad del Gobierno y la desconfianza social en él. Ni el mercado ni la sociedad ni la política confían en el Presidente y su equipo económico. Su debilidad es manifiesta, además, desde que Cristina Kirchner, con más poder partidario que el jefe del Estado, usa cualquier atril para destratar a Alberto Fernández. La anomalía de un presidente designado a dedo por la vicepresidenta tiene a la larga su precio y el Presidente lo está pagando. El valor del dólar (que ayer escaló a otra cima desconocida hasta ahora) es simétrico a las encuestas de opinión pública: nunca el nivel de aprobación del Gobierno estuvo tan bajo como ahora, según la unanimidad de las mediciones sobre el estado de la sociedad. De todos modos, el problema nuevo es que la industria y parte de la producción rural podrían frenarse por falta de insumos. La matriz industrial argentina está diseñada para nutrirse de insumos importados que se pagan con dólares. La industria automotriz, por ejemplo, necesita entre un 50 y un 70 por ciento para producir automóviles nacionales. Las empresas que producen café importan el 100 por ciento de su materia prima porque la Argentina no es productora de café. Lo mismo sucede con el cacao. El presidente de la Unión Industrial, Daniel Funes de Rioja, repite una sola frase desde el lunes: “Hay que hacer todos los esfuerzos necesarios para que la industria no sufra un brusco freno”. Funes de Rioja propuso una mesa permanente de negociación durante los tres meses que durará la media, si es que finalmente son tres meses. ¿Quién puede asegurar hoy que dentro de tres meses habrá más dólares que ahora, cuando termina el primer semestre con ingresos récord de dólares por las exportaciones? El récord no se debe a la cantidad de las exportaciones, sino a los precios internacionales. Como dice Juan Carlos de Pablo, así como hay una “renta inesperada” (la de los productores rurales) también hay un “gasto inesperado”. La energía que importa la Argentina es ahora mucho más cara desde que el autócrata que habita en Moscú decidió invadir Ucrania. Esto es: lo que gana el país con el campo se va con la energía o con las importaciones de insumos.
Esa es la situación que rodeó la inesperada reunión de Cristina Kirchner con Carlos Melconian. El economista está enojado con algunos tuiteros y ciertos periodistas que lo criticaron duramente por su decisión de aceptar la cita de la vicepresidenta. El enojo se le nota cuando habla en programas radiales. Se equivoca cuando se enoja, no cuando aceptó la reunión con Cristina Kirchner. Las críticas a esa reunión son inexplicables. Solo el fanatismo o la falta de urbanidad política pueden explicar semejante dosis de intolerancia. Melconian no solo es un reconocido economista, sino también el presidente de uno de los principales think tank de la economía, el centro Ieral de la Fundación Mediterránea. ¿Podría haber rechazado la invitación de la vicepresidenta sin convertirse en un salvaje y tosco político? La conclusión más obvia, de todos modos, es que ese encuentro también fue la aceptación por parte de Cristina Kirchner de su preocupación por la situación de la economía. Ella conoce las ideas de Melconian y su vieja relación personal con Mauricio Macri, de quien fue funcionario como presidente del Banco Nación. Melconian no fue concesivo con la vicepresidenta. Al contrario, comenzó con un diagnóstico lapidario: “El Gobierno está terminado. Deben buscar la manera de llegar sin contratiempos al final del mandato”, le dijo a Cristina. Ese análisis lo venía diciendo y escribiendo Melconian en reuniones o en informes reservados. No es nuevo en él. También le recordó a la vicepresidenta el “fabregazo”, según el neologismo que usó para describir las medidas que tomó en 2013 el entonces presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega. Le recomendó seguir el camino de Fábrega (que actuó con el monitoreo diario de la entonces presidenta, la propia Cristina); es decir, provocar una devaluación más rápida del peso, un aumento mayor en las tarifas de servicios públicos, cierto ajuste en los gastos del Estado y una suba más pronunciada en las tasas de interés. No son las reformas profundas que necesita la Argentina, pero son medidas que podrían construir un puente razonable y pacífico hacia las elecciones presidenciales del próximo año. Cuando Melconian habló de que siempre hay que dar una oportunidad de cambiar se refería a los cambios en la sociedad, que él intuye en una opinión pública más consciente del peso insoportable del déficit fiscal sobre la economía o de la aceptación social de que la emisión es la brisa que atiza el fuego de la inflación. Sus críticos suponen que se refería a la posibilidad de cambiar a Cristina. “¡Cómo voy a cambiar a una mujer de 70 años (en rigor, los cumplirá en febrero del próximo año) que piensa lo mismo hace 30 años!”, se ofuscó.
¿Está más preocupada Cristina Kirchner que Alberto Fernández por la situación de la economía? Nadie sabe nunca qué piensa el Presidente. Tal vez su optimismo sea la única manera que encontró de convivir con una vicepresidenta sublevada y destituyente. El peligroso decurso de los próximos meses es un rumor que corre entre políticos y economistas, pero parece (solo parece) no haberle llegado al Presidente. De hecho, en el fin de semana pasado la Coalición Cívica difundió un dramático documento en el que advirtió que la tensión podría alcanzar niveles críticos entre agosto y septiembre. Tensión económica, social y cambiaria. Se sabe que Elisa Carrió habló con renombrados economistas (no con Melconian) que confirmaron su sospecha. Carrió pidió públicamente “amistad política” en Juntos por el Cambio y les reclamó a sus aliados que estén más pendientes de la complicada coyuntura que de las elecciones del próximo año. “Un hipertenso que consume mucha sal todos los días puede explotar en cualquier momento”, es la metáfora que encontró el exministro Hernán Lacunza para describir lo que podría suceder en semanas inminentes.
A pesar de todo, el entorno de Cristina Kirchner está más preocupado por lo que sucede en los tribunales que por lo que ocurre en la economía. Los fascina un caso que ellos promovieron entre sombras, aunque no dejaron sus huellas. Se trata de una denuncia contra el juez de la Corte Suprema Juan Carlos Maqueda por supuestos manejos no transparentes en la obra social de los judiciales. En verdad, es una “no denuncia”, porque el que presentó la denuncia se negó luego a ratificarla; más aún, dijo que era solo una advertencia a los empleados judiciales, no una denuncia judicial. El expediente provocó un terminante dictamen del fiscal Carlos Stornelli, quien escribió –con razón– que no existía ningún elemento para mantener abierta esa causa. Pidió su archivo inmediato. Maqueda fue designado por la Corte para recibir los informes de la obra social; luego le trasladaba al cuerpo esas novedades. Nunca tomó ninguna decisión en solitario sobre la obra social. Maqueda fue uno de los firmantes de la reciente resolución de la Corte Suprema que rechazó todos los planteos de Cristina Kirchner sobre la causa que se ventila en un juicio oral y público sobre supuesto hechos de corrupción en la obra pública. Resulta, sin embargo, que el juez federal Ariel Lijo insiste con mantener abierta es causa. La maniobra contra Maqueda es atribuida a la autoría intelectual de otro juez de la Corte, Ricardo Lorenzetti. Fuentes cercanas a Lorenzetti desmintieron que ese juez esté detrás de la persecución a Maqueda.
El principio de la inocencia hasta que se demuestre lo contrario es aplicable a todos, incluido Lorenzetti. Sin embargo, deben consignarse dos hechos objetivos. El primero de ellos es que Lorenzetti se siente traicionado por Maqueda desde que este votó por Horacio Rosatti para la presidencia del cuerpo. Lorenzetti, que fue presidente de la Corte durante 11 años, tiene una relación distante ahora con el resto de los jueces supremos, que forman la nueva mayoría del tribunal. Ellos son Maqueda, Rosatti y Carlos Rosenkrantz. Habiendo tenido una buena relación durante varios años, Maqueda rompió con Lorenzetti hace ya bastante tiempo. El segundo hecho objetivo es que Lijo es el juez federal más cercano a Lorenzetti desde que este era presidente del tribunal. Esa relación no se rompió nunca. Lijo es el que promueve ahora no archivar la “no causa” contra Maqueda, a pesar de la opinión contraria y tajante del fiscal Stornelli, a quien no se le puede negar valentía para hurgar en los hechos deshonestos, vengan de donde vengan. La política se entretiene con estas naderías mientras la economía entre un túnel sin luz al final. “¡Hagan algo cuanto antes!”, fue la última súplica de Melconian a Cristina Kirchner. Nadie le puede reprochar al economista una última gestión antes del naufragio.
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