Ganar tiempo, la política que siempre vuelve
Desde Alberto Fernández hasta Sergio Massa, desde Mauricio Macri hasta Horacio Rodríguez Larreta la inmensa mayoría de la dirigencia política está encaminada a procrastinar todo lo que pueda
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Volvió la cronoterapia. El “método Alberto Fernández” de perdurar recupera vigencia. Solo se trata de ganar tiempo. Aunque hay acciones subterráneas (y sorpresas en curso), en la superficie apenas se hacen pequeñas intervenciones para no desajustar más lo desajustado y con la ilusión de que los efectos secundarios se vuelvan efectos deseados. En la economía y en la política.
Desde Fernández hasta Sergio Massa, desde Mauricio Macri hasta Horacio Rodríguez Larreta la inmensa mayoría de la dirigencia política está encaminada a procrastinar todo lo que pueda. Y todo lo que le permitan los extremos, internos y externos de sus propios espacios, que tensionan, con diferente intensidad, para posicionarse mejor y desacomodar el statu quo al que desafían.
De todas maneras, entre los extremos también hay matices, tiempos, estrategias y expectativas diferentes. Por un lado, se ubican los extremos “prosistema”, que van desde Cristina Kirchner y La Cámpora hasta Patricia Bullrich, pasando por el desacomodado Facundo Manes, que busca en su cerebelo respuestas para encontrar un nuevo punto de equilibrio.
Por el otro, aparecen los extremos radicalizados o antisistema como Javier Milei y las agrupaciones de izquierda, que también apuestan al paso del tiempo, pero en un sentido antagónico, siempre apuestan a cuanto peor, mejor.
Por eso, una vez más el Gobierno es el gran cultor de la procrastinación generalizada.
En el plano económico, las enormes restricciones y limitaciones que las necesidades políticas le imponen (y autoimponen) al equipo de Sergio Massa tratan de ser compensadas por la vía de la postergación y la neutralización de variables entre sí.
El remedio más eficaz para la inflación no se espera que llegue por el siempre acotado efecto de los forzados “acuerdos” de precios, sino por la profundización del enfriamiento de la actividad económica que imponen tanto el deterioro de los ingresos como las restricciones a las importaciones de todo tipo, debido a la escasez de reservas. Los parches no impiden goteos ni fugas masivas. Solo las demoran.
El programa que cambia permanentemente de nombre, pero no de resultados, ahora llamado “Precios justos” (siempre la idea de justicia es subjetiva), tiene por objeto ser más una referencia que un ancla.
Así lo entienden y lo admiten en el gabinete económico. La doctrina Kicillof-Costa es una concesión, un “mientras tanto” y un “hagamos como si”. Tirar para adelante, enfriar un poco hasta que se vuelva a recalentar sino operan otras variables que aceleren los procesos.
En este caso, el acompañante terapéutico de esa terapia será la caída de la actividad. Estanflación con estancamiento en alza e inflación en baja es un escenario que, pese a todas las consecuencias negativas que a la larga siempre tiene, no disgusta sino lo contrario en el Palacio de Hacienda .Todo no se puede. Menos en tiempos electorales.
Como señalan en el propio gabinete económico, Massa mira y actúa siempre en función de tres variables: la economía, la situación relativa interna dentro del oficialismo y sus aspiraciones políticas.
Son esos los tres botones con los que va ecualizando su hiperactividad y sus relaciones dentro del FdT. Esos son sus grandes activos reconocidos por todos. Y con los cuales va ganando tiempo y espacio, a pesar de la escasez de resultados que para esta época esperaban sus socios del oficialismo.
Massa necesita que nada haga mucho ruido (político ni económico), ya que soluciones de fondo no pueden esperarse. Apenas módicas, cabe aspirar a mejoras de la naturaleza que él mismo ha prometido. Como conformarse con llegar a las elecciones con una inflación mensual de menos de 4 por ciento, índice que en cualquier país del mundo sería una catástrofe.
Con esas modestas metas podría lograr lo que no se atreve a nombrar hasta que ocurre, como hacen los directores técnicos y jugadores de fútbol a los que el devenir del campeonato les abre una oportunidad de éxito, lejana, pero no improbable.
Las sendas de Massa y Máximo
Para el ministro se trataría de lograr la quimera hasta hace nada impensable de una candidatura presidencial que hoy no aparece como cercana, aún cuando su arrojo y ambición le han permitido mejorar en algo su imagen. Sus singulares socios para la gestión y, sobre todo, para sus ilusiones electorales, juegan, al menos hasta ahora, otro partido y apuestan a otro escenario.
Máximo Kirchner y La Cámpora lo acompañan, lo apoyan y miran para otro lado cuando Massa adopta medidas que no comparten y que nunca se hubieran imaginado no rechazar, adopta caminos que contradicen su narrativa y posicionamiento político-ideológico, y reafirma vínculos o adopta compromisos internacionales que están mucho más que en sus antípodas.
Sabe el cristicamporismo que su ministro no hace lo que hace solo por conveniencia sino también por convicción (o adhesión). Está claro cuál es su norte y no hay en su cosmovisión ningún planisferio invertido. Para ellos, Massa sería su prestamista de última instancia. Al ministro no le disgusta disponer de algún crédito.
El camporismo, por necesidad, oportunidad y conveniencia, apuesta a la reinstalación y reempoderamiento de Cristina Kirchner hasta vociferar una candidatura presidencial, que el “haré lo que hay que hacer” no habilita a imaginar todavía, ni a darle visos de factibilidad, dado el alto rechazo que fuera de su propio espacio sigue generando la vicepresidenta. Coincide eso con las necesidades y angustias judiciales de la vicepresidenta.
Las huestes de Máximo Kirchner, aunque ya cada vez son menos juveniles y han entrado cronológicamente en la madurez, asumen que este todavía no es su tiempo y que su techo y su piso electorales son más bajos aún que los de la propia Cristina Kirchner.
También, sus dirigentes saben que la homogeneidad interna no es tan absoluta como en los primeros tiempos. Los años van acrecentando una diversidad de visiones, que no llega a ser demasiado amplias, pero sí tiene matices diferenciales que se van asentando.
Máximo Kirchner no se representa, no mira, no cree, ni actúa exactamente igual que lo hace y lo harían otros de sus compañeros de la comandancia camporista, como Wado de Pedro o Andrés Larroque, ante muchas circunstancias. El liderazgo colectivo y, muy especialmente, la enorme presencia activa de Cristina Kirchner impiden tanto diferenciaciones como discusiones. Mucho menos disputas. La emergencia de uno de ellos alteraría ese sistema. No es momento de cambiarlo. Que el tiempo pase. “Cristina presidenta” es una necesidad más que un deseo o un anuncio.
Massa conoce todo eso y trata de que nada altere sus vínculos. Por eso, solo deja de jugar al equilibrista cuando entre el cristicamporismo y Fernández difieren sobre medidas concretas.
En el partido por el bono de fin de año, en lugar de aumento de salarios, o la suspensión de las elecciones primarias, siempre se enrola con los Kirchner madre e hijo. Ese es su vagón blindado con el que pretende extender su horizonte de llegada.
Podio indeseado para Alberto
Fernández, como siempre, resiste y procrastina. Todo lo que puede y más. A pesar de los malos resultados económicos de su gestión y la soledad política que ha construido con notable “éxito”, se mantiene (casi) en pie por su decisión de no terminar de claudicar nunca suficientemente. Y cada tanto, para desconcierto de sus adversarios internos y externos, logra una cuota de oxígeno que lo repone en el centro de alguna escena.
Es lo que acaba de ocurrir durante su visita a Francia. Los viajes internacionales suelen recuperar la autoestima de los presidentes aun en sus peores momentos. Pero esta vez todo fue más lejos de lo que habitualmente generan el protocolo, las alfombras rojas y los hoteles de super lujo, lejos del agobio de la cotidianidad local.
Su par Emmanuel Macron le regaló a Fernández un podio donde pararse y verse mejor que cuando partió de Ezeiza. La inclusión en la mediación que intenta Francia para destrabar la situación venezolana es algo más que un reconocimiento a su atributo históricamente más reconocido, ser un eficaz intermediario.
No son pocos los que en el oficialismo lamentan esta cuota de oxígeno. Temen más reticencias y resistencias presidenciales y más conflictos internos en ciernes.
Sin embargo, también hay algunos que lo celebran con perspectivas electorales. Son los peronistas que alguna vez soñaron con construir el albertismo que el propio Alberto se encargó de abortar una y otra vez. Son los no se quieren tener que someterse una vez más a Cristina Kirchner y La Cámpora después de tantos intentos fallidos de emanciparse que los obligaron a volver siempre a comer el mismo plato que tantas veces rechazaron.
No es que el Movimiento Evita, algunos gobernadores y algunos intendentes crean o se ilusionen (o desvaríen) con que Fernández pueda intentar su reelección con alguna perspectiva de éxito y por eso apuestan a que haya una primaria dentro del oficialismo.
En realidad, ellos también buscan ganar tiempo. Primero, para mejorar su posición negociadora y, después, para que si la situación económica mejora, aunque sea parcialmente para entonar un poco el humor social, pueda aparecer algún otro candidato, que hoy no se visualiza fuera de la tríada fundadora del FdT compuesta por Cristina, Massa y Alberto.
El regreso de Scioli
Entre los que resisten empieza a aparecer el nombre del campeón de la resiliencia de la política argentina. Un sobreviviente de todo. De los accidentes mortales, de las sociedades políticas perdidosas, de las derrotas electorales y hasta de los papelones y las humillaciones sin que nada haga mella en su ánimo, en su autotestima, en su espíritu competitivo y en su capacidad autorregenerativa.
Daniel Scioli vuelve a encarnar una esperanza para los albertistas nonatos. Su regreso de Brasilia no sería solo a causa del retorno de Lula a la Presidencia, como se ha dicho.
“Estamos trabajando para construir una alternativa. Nuestra opción no es Cristina, y tampoco lo es Sergio, mucho menos como delegado de ella y de La Cámpora. Tampoco creemos que pueda serlo Alberto. Pero sí Daniel podría convertirse en una alternativa superadora si Alberto se corre a tiempo y despeja el camino”, revela (y se ilusiona) un destacado dirigente del conurbano bonaerense, que ha empezado a trabaja en ese proyecto.
El exalbertista dialoga sobre esa entente con dirigentes de los movimientos sociales no kirchneristas, con varios gobernadores, numerosos intendentes y con lo que queda del ala albertista del gabinete con los que tiene un aceitado y viejo vínculo.
Esa es (o sería) la base del relanzamiento de la Gran Argentina, que no es el proyecto de país por el que trabajan sino la embarcación sciolista con la que pretenden llegar a la línea de largada de 2023.
Claro que para eso el Gobierno debe conseguir mantenerse a flote sin mayores y nuevos desvíos.
Como le sucede a la mayoría, la mayor victoria a la que pueden aspirar en lo inmediato y en el corto plazo es evitar que la situación se descomponga y que, en el mediano plazo, mejore levemente. Solo se trata de ganar tiempo.
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