Un día, la hermética y autorreferencial Argentina abrió sus puertas para ser anfitriona de la máxima reunión de líderes mundiales. Un día, ese país que desde hace décadas zigzaguea entre el estancamiento y la promesa de reacción encontró un atajo para igualarse por un rato al club de los más poderosos. Un día, el presidente Mauricio Macri encontró un sosiego en medio de su peor año de gestión que lo llevó hasta las lágrimas. Todo eso ocurrió en un histórico fin de semana repartido entre noviembre y diciembre durante la cumbre del G-20 , con la presencia de Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Angela Merkel y Emmanuel Macron, y otras estrellas de esta suerte de franquicia política y económica.
El mundo llegó a Buenos Aires agobiado por las tensiones de una globalización irresuelta y una transición de poderes inédita desde el fin de la Guerra Fría. Parecía que una guerra comercial podía estallar con un gesto mal traducido entre Trump y Xi, que la Cortina de Hierro podía reeditarse con un desplante de Putin a su pares europeos, o que el mundo islámico escalaría sus conflictos con un cruce entre el turco Recip Erdogan y el príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin-Salman. Pocas veces el planeta estuvo tan pendiente de lo que pasaba en la Argentina.
Buenos Aires fue elegida sede de la cumbre en 2016 en un gesto de respaldo de las potencias a la entonces incipiente presidencia de Macri y a su promesa de reformas y reinserción global. El país con el segundo PBI más bajo de todo el grupo (solo Sudáfrica tiene un producto bruto inferior) tomaba así la responsabilidad de encauzar dinámicas internacionales que desde entonces solo se complicaron. Nacionalismos, pujas arancelarias, guerras irresueltas, multilateralismo amenazado, cambio climático. Una agenda imposible.
Macri adoptó la estrategia del equilibrista. Pasos cortos y cuidadosos para alcanzar la orilla de enfrente sin caerse. Ordenó hacer todas las concesiones necesarias para llegar a un documento final de consenso, algo que no se había logrado en la edición anterior de Hamburgo. El capítulo de cambio climático, el más debatido, finalmente quedó escrito con un asterisco para salvar la posición contraria de Estados Unidos al Acuerdo de París. Macri también se mostró equidistante entre Trump y Xi, no criticó el proteccionismo de algunas potencias y evitó incomodar a Theresa May con Malvinas y a bin Salman con el asesinato del periodista Jamal Kashoggi. Fue un anfitrión amable y componedor. Sabía que no tenía margen para mucho más. A veces la modestia de los objetivos favorece al éxito de su realización. Contribuyó mucho una organización aceitada y un sistema de seguridad, que para sorpresa de casi todos, funcionó con eficacia. Si hasta hubo una protesta anti G-20 civilizada.
Sin duda la cumbre será uno de los principales hitos cuando termine la gestión de Macri el próximo año. Aunque el mundo haya seguido igual de complicado al día siguiente y la Argentina se haya vuelto a replegar en su confortable endogamia.
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