Fragilidades del poder político
Los diez años de la crisis de 2001 me sugieren una reflexión acerca de las fragilidades del poder político. Comienzo marcando el contraste entre la partida de Fernando de la Rúa y la celebración de los resultados electorales de 2005. En esos escasos cuatro años tuvimos, en un extremo, un país sumergido en una crisis económica de grandes proporciones y un presidente que, a dos años de haber obtenido el 48% de los votos, debió abandonar en forma ominosa el cargo. En el otro, un presidente, Néstor Kirchner, que con sólo el 22% de los votos consiguió dos años más tarde, en 2005, legitimar electoralmente su mandato, gobernando un país en franca mejoría.
Mucho se habló en ese entonces de la recuperación de la política motorizada por Kirchner. Visto en perspectiva, ¿fue acaso resultado, como se ha dicho, de la voluntad política? Por cierto, no se trata de ignorar diferencias de estilos y de preferencias, pero la autonomía de la política, esto es, la capacidad de decisión para fijar un rumbo propio, sólo se puede ejercer a partir de un Estado con recursos. El hábitat del poder político es el Estado y no existe autonomía de la política por más voluntad que se tenga bajo un Estado maniatado y endeudado como el de 2001.
La recuperación de la autonomía de la política llegó de la mano de un hecho externo, los precios de las materias primas, y uno interno, la revolución tecnológica agrícola, que contribuyeron a alimentar las arcas estatales. Se fortaleció, luego, con una iniciativa audaz del presidente Kirchner: la reestructuración de la deuda. No obstante, la actual crisis internacional o eventualmente malas decisiones pueden recrear las condiciones de fragilidad del poder político y poner a prueba la sabiduría y habilidad del gobernante.
La autora es politóloga y profesora de la Universidad Di Tella
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