Final feliz, pese a la impericia y negligencia
El Tribunal Internacional del Mar, como era previsible, falló a favor de la Argentina y la Fragata Libertad volverá en poco tiempo más a estar con nosotros.
La satisfacción que nos produce su regreso –ella es de todos y de cada uno de los argentinos– no debe ocultar que la absurda situación que vivimos durante varios meses se debió a la impericia y negligencia de las máximas autoridades de la Cancillería y del Ministerio de Defensa, que diseñaron el derrotero de la Fragata sin considerar el riesgo de que ésta recalara en Ghana.
Sería deseable que junto con la alegría del regreso, el Gobierno pusiera atención en el deplorable estado en que se encuentra el capítulo armado de nuestra Defensa.
La Armada tiene a la mayoría de sus barcos con enormes dificultades de mantenimiento. Designó un buque para participar en un ejercicio conjunto con las Armadas de Brasil, Uruguay y Sudáfrica, que no pudo zarpar porque no estaba en condiciones de navegabilidad. Se designó un sustituto que se rompió y está varado en Sudáfrica, quién sabe hasta cuándo. El rompehielos Almirante Irízar tuvo un incendio en 2007 y aún se sigue reparando. Pese a las promesas, nadie sabe cuándo volverá a navegar. Con lo que se ha gastado en su reparación y en el alquiler de una nave rusa para las campañas antárticas, sobra para haber adquirido y superequipado a una embarcación nueva. Las horas de navegación previstas para el año próximo son insuficientes para proveer de adiestramiento a sus oficiales y suboficiales. Y ni la Armada ni la Prefectura realizan el patrullaje suficiente sobre nuestro mar para proteger a nuestra riqueza que está siendo depredada.
La Fuerza Aérea carece de un mínimo de aviones de combate y de transporte para cubrir las necesidades más elementales. Estos últimos, ni siquiera están en número suficiente en condiciones de transportar personal propio o de otras fuerzas en caso de emergencia. Lo sucedido con los gendarmes que regresaban de Cerro Dragón es un triste ejemplo de su impotencia.
El Ejército, al decir de sus máximos responsables, no está en condiciones de cumplir con la misión que por ley tiene asignada y su equipamiento tiene una antigüedad que sobrepasa los 35 años. Conserva una estructura que, para ser correctamente servida, debe contar con no menos de 80.000 soldados y su número actualmente apenas rodea los 15.000.
El único valor que nos queda para proteger es la solvencia profesional de nuestros cuadros. Sin embargo, a ellos se los maltrata con una política de haberes caótica, que ha colocado a las Fuerzas en situaciones que bordean la indisciplina, que es lo peor que les puede pasar a instituciones jerárquicas como las Fuerzas Armadas. Esta política salarial ha llevado a que en este momento haya más de 150.000 juicios en trámite iniciados por uniformados, que el Estado va a perder–ya ha perdido un número sustancial–, lo cual está generando un pasivo enorme que alguien algún día deberá pagar.
El ministro de Defensa se ha comprometido a abordar esta situación. No lo ha hecho, lo cual ha tornado ilusoria la promesa de la Presidenta formulada en la Cena de Camaradería de las Fuerzas Armadas, hace más de seis meses.
La Fragata Libertad pronto va a regresar. La ocasión es propicia para que la Presidenta de la Nación y comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas ponga la mirada en esta área, donde la desidia y el abandono han acompañado a la gestión del Gobierno.
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