¿Fin de plazo o fin de ciclo?
Por Mariano GrondonaEspecial para lanacion.com
La elección de anteayer en la Capital trajo consigo dos novedades. Una, no ya la victoria de Mauricio Macri, que se descontaba, sino su victoria aplastante sobre Daniel Filmus. La otra, la felicitación que la Presidenta le hizo llegar a quien había considerado, al menos hasta anteayer, su principal enemigo.
Vientos de cambio soplan, por lo visto, sobre la Argentina. ¿Hasta dónde llegarán? Según una tesis minimalista, estamos viviendo simplemente el fin de un plazo, el del primer período presidencial de 2007-2011 de Cristina Kirchner, y todo estriba en saber si el 23 de octubre el pueblo le otorgará el segundo plazo de 2011-2015 al que, en principio, tiene el derecho de aspirar. Los minimalistas creen, en este sentido, que pese a las tensiones que nos rodean, los argentinos estamos atravesando un trance normal en las democracias presidencialistas, en el fondo similar al que deberá atravesar por ejemplo Barack Obama de aquí a noviembre de 2012, cuando los norteamericanos deberán decidir si le otorgan o no le otorgan un segundo mandato.
Para los maximalistas, en cambio, el proceso electoral que estamos viviendo no es "normal" sino "extraordinario" porque lo que tendremos que decidir no es simplemente la continuidad o el fin de un "plazo", algo habitual en las democracias, sino si termina o no termina un ciclo, lo cual es enteramente diferente. Aunque se conectan entre sí, los conceptos de "plazo" y de "ciclo" responden a regiones diferentes de la realidad. El plazo es un período legal que fijan la Constitución o la ley. El ciclo es un período natural que, por serlo, no depende del legislador. Pero a menos que se convierta en autista, cuando el legislador fija un plazo legal trata de asemejarlo a su contrapartida natural. Cuando define a un ciudadano como un "menor", así, no le asigna un tope de treinta sino de diez y ocho años, acercando la ley a la realidad.
Es por esta razón que varias constituciones democráticas, entre ellas la argentina, la brasileña y la norteamericana, han determinado los plazos de los presidentes entre un mínimo de cuatro años si no son reelectos y un máximo de ocho años si lo son, con lo cual nos están diciendo que estiman que los ciclos del poder presidencial tienen un techo de ocho años. ¿Por qué es esto así? Porque la experiencia nos demuestra que, después de ocho años, la gente se cansa.
En 2003, Néstor Kirchner asumió por un plazo de cuatro años. En 2007, su esposa lo sucedió por otro de cuatro años. La pregunta que separa a los minimalistas de los maximalistas es si lo que vence en 2011 es sólo el primer "plazo" de Cristina o si vence, además, el "ciclo" que ella y su marido iniciaron hace ocho años, una pregunta que conduce a otro interrogante central: ¿este año termina meramente un plazo al que podría seguir otro más, o termina en verdad un ciclo que abarcó dos plazos y que ahora se agota porque los dos plazos que lo integraron fueron, en definitiva, una continuidad?
En este punto de la discusión se abre la valla que separa a dos actitudes incompatibles entre sí: de un lado el espíritu republicano; del otro, el espíritu del personalismo autoritario. Son republicanos todo aquellos que aceptan de antemano el carácter cíclico de la vida política y que, porque lo hacen, ponen un límite a la duración del poder si son legisladores y se resignan a acatarlo si son gobernantes. Pero son personalistas y autoritarios aquellos que fuerzan los plazos legales destinados a limitarlos porque en el fondo no aceptan los ciclos. Porque, aunque no se lo reconozcan ni a ellos mismos, actúan como si fueran inmortales.
Hugo Chávez también vivió como si fuera inmortal hasta que asomó la tragedia. Cuando la diputada Diana Conti lanzó por su parte la consigna "Cristina eterna", expresó el anhelo existencial del personalismo autoritario, y lo hizo pese a que el destino ya le había demostrado que Néstor no lo era. El espíritu de las constituciones democráticas como la nuestra es, sin embargo, que los ciclos políticos suelen durar hasta ocho años. Si Cristina fuera una gobernante republicana, ya se habría resignado a sus ocho años de poder. Como no lo es, ahora quiere estirar el ciclo que inició con su marido por lo menos a doce años. Cuando a un gobernante no lo habitan la humildad y el buen sentido, no se resigna a su temporalidad. En situaciones como ésta, le toca hablar al pueblo.
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