Coronavirus en Argentina: Alberto Fernández va de la prueba a los errores
La parálisis en la que está entrando la economía como consecuencia del coronavirus no tiene antecedentes. No solo por su profundidad, sino, sobre todo, por su velocidad. Nunca antes sociedades enteras se coordinaron para provocar una recesión. Este impacto inevitable del distanciamiento social tiene en jaque a todos los gobiernos. La operación es de una extraordinaria complejidad. Paul Krugman la llamó ayer, en The New York Times, "coronacoma". Krugman comparó lo que hacen hoy, aquí y allá, los dirigentes con el coma inducido al que debe apelar a veces la medicina. Es decir, el economista lo equiparó a una receta que consiste en la deliberada suspensión de la actividad cerebral, que compensa con otras intervenciones para que el paciente no fallezca.
Es comprensible, entonces, que a medida que afloran los daños de esa estrategia sanitaria sobre la vida material las autoridades no tengan un discurso y un programa del todo consistentes. En el mundo entero se está ante un experimento de ensayo y error.
En la conducta de Alberto Fernández, ese desafío es evidente. Desde que la agenda sanitaria comenzó a vivir con la económica, sus planteos se fueron volviendo problemáticos. El domingo desató una polémica imprudente cuando habló de empresarios "miserables". Fernández había abandonado su rol de líder nacional que, por definición, sobrevolaría a las facciones para descender a otro lugar: el de una supuesta superioridad moral desde la cual clasificar al resto. No hay que pegarle mucho a esa tecla para que se desate una guerra de sectores. Así, el Presidente de la unidad de los argentinos se expuso a que le den lecciones de buena conducta. Y a que, en el extremo, un empresario le conteste "el miserable es usted". El arrabalero "muchachos, ahora les toca dejar de ganar a ustedes", dirigido a los hombres de negocios, recibió como respuesta un cacerolazo para que los políticos se bajen el sueldo. El único que reaccionó, siempre hipersensible a cualquier utensilio de cocina, fue Sergio Massa, que originó una dura discusión interna cuando adhirió a un proyecto de Cristian Ritondo (Pro) para disponer un recorte salarial en el Congreso. El lunes lo discutirán los presidentes de bloque.
Como explicaba ayer a sus amigos un intelectual que acompañó de cerca a Raúl Alfonsín, "no es fácil estar al frente del timón en una crisis; sentís, muy a menudo, que nadie te acompaña. Cuando te gana ese sentimiento, es muy fácil derrapar y sacar del bolsillo un repertorio de puteadas y acusaciones. Aquí es cuando hace su contribución deletérea el círculo íntimo, que te provee de un discurso para que te saques la bronca". Fernández intentó regresar ayer por la mañana de esa frontera. Emitió un tuit con su llamado a la concordia del 1º de marzo, y un video que termina con imágenes de su reunión del lunes pasado con Horacio Rodríguez Larreta.
Un rato más tarde, Fernández volvió a enredarse en un conflicto. No le bastó calificar al controvertido Hugo Moyano como un dirigente ejemplar. Dijo que su mérito radicaba en que los empresarios no lo quieren. El elogio a Moyano es comprensible. No por las virtudes del camionero, sino por la vulnerabilidad del Presidente. O, para ser más precisos, del sistema general. La logística es crucial en esta crisis. Los camioneros reparten desde las cajas de alimentos en los barrios sumergidos del conurbano hasta los insumos hospitalarios. Pasando por el dinero de los cajeros automáticos y la recolección de residuos. Además, Moyano puso a disposición del aparato sanitario las 200 camas sin usar del sanatorio sindical Antártida. Ayer, Fernández y Axel Kicillof cortaron por segunda vez las cintas de esa clínica, que había sido inaugurada por Jorge Triaca y Diego Santilli durante la gestión de Mauricio Macri. Si el Antártida estaba ocioso es porque Moyano lo mantenía fuera del sistema: la obra social de Camioneros rechazaba a trabajadores de otras profesiones, con aportes más modestos. Un caso típico de esa solidaridad que reclama la Casa Rosada. Esa reticencia de Moyano originó un alud de demandas debido a las cuales no podía recibir subsidios de la Superintendencia de Salud. Sin embargo, en el último reparto, le otorgaron 138 millones de pesos. Una suma que, por la cantidad de afiliados, es desproporcionada. Gracias a ese giro del Gobierno, el Gobierno pudo abrir ayer las puertas del sanatorio. La apoteosis de Moyano "el Inmenso" generó malestar en los demás sindicalistas. Sobre todo, en los que están atravesando un colapso en sus actividades y todavía no fueron convocados para explorar en conjunto alguna solución.
Si la prudencia obligaba al Presidente a celebrar a Moyano, no se entiende del todo la necesidad de volver a hostigar a los empresarios. En el oficialismo circulan las más diversas y, por momentos, imaginativas teorías. La más frecuente es que Cristina Kirchner y su entorno exigen esa letanía. Otros fantasean con que Fernández se envuelve en la bandera antinegocios porque quiere sustituirla. Conjeturas. Tal vez todo sea más simple. Suele suceder que, expuestos a situaciones traumáticas, los seres humanos se aferren a los prejuicios más arcaicos. A lo que, de verdad, creen. En la encrucijada de la pandemia, presa del temor, el oficialismo estaría recurriendo a su verdadero credo. Días atrás, el grupo Agenda Argentina, que se inspira en Santiago Cafiero y está integrado por intelectuales y profesores tan ligados al Gobierno que lo llaman, con cariño, "Carta Alberta", publicó un documento en el que aparece este párrafo: "La respuesta a esta situación es política, porque es la política la que define la ecuación Estado-mercado-sociedad civil. (...) Estos vínculos pueden ser democráticos o autoritarios; pueden ser individualistas o cooperativos, pero fundamentalmente se diferenciarán en si se pone por delante la necesidad de preservar la vida de las personas o si, en cambio, se priorizan las necesidades del capital para seguir reproduciéndose".
Más allá de la problemática opción "vida o capitalismo", lo que llama la atención de esta proclama es el modo en que relativiza el carácter democrático del régimen político. Es difícil encontrar un precedente de esta idea desde 1983. Democrático o autoritario, lo único que interesa de un sistema es si se opone al, por decirlo con la etiqueta más usual, "neoliberalismo".
Las diatribas antiempresariales del Presidente están envueltas en este clima conceptual que puede inspirarse, como otros actos oficiales, en el papa Francisco, para quien "el dinero es el excremento del diablo". Son ideologemas que remiten, por contraste, a aquella humorada zoológica de Churchill, tan citado en estos días, para quien "muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir; otros lo miran como a la vaca que hay que ordeñar; pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro".
Mientras desde el oficialismo se debaten entre la imagen del lobo o de la vaca, en la sociedad civil comienza a haber una expectativa creciente en que los empresarios jueguen un papel destacado en aliviar el rigor de la recesión entre los que menos tienen. El lunes pasado, un grupo de religiosos y laicos, liderados por el sacerdote católico Rodrigo Zarazaga, visitaron a Fernández para que avalara una colecta bajo la consigna Seamos Uno. Es una iniciativa organizada por Cáritas, el Centro de Investigación y Acción Social de los jesuitas, la AMIA y la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas. El objetivo de este grupo, que se localiza en el mail seamosunodonaciones@gmail.com , es reunir 1000 millones de pesos para proveer de alimentos y productos de limpieza a un millón de hogares de las zonas más postergadas del país.
La situación en los barrios con mayores carencias es delicadísima. Allí ya están castigados por el dengue. Y la parálisis de la actividad se vuelve más corrosiva. En especial porque el cierre de los bancos limita la circulación de dinero en efectivo, que es la manera en que realizan sus transacciones los más pobres.
La recesión es un demonio de mil cabezas. Krugman consignó que, en los Estados Unidos, alcanzaron dos semanas para que se destruyera la misma cantidad de puestos de trabajo que durante la Gran Depresión de los años 30. Todos los gobiernos se debaten acerca de cómo controlar los contagios y, al mismo tiempo, ir saliendo de la cuarentena. En la Casa Rosada analizan el modo de implementar la propuesta de Rodríguez Larreta: aislar a las personas de más de 70 años. El Presidente avaló esa idea anteayer, en una reunión con intendentes bonaerenses. Esos alcaldes analizaron la organización que demanda esa estrategia. Supone identificar a esas personas y, en muchos casos, asistirlas con voluntarios que les provean medicamentos y comida. En las zonas más humildes, que son más desafiantes, se seguiría el mismo método.
El resto de la población podría ir reincorporándose, de a poco, a la actividad. Esa normalización sería más segura en la medida en que se realicen muchos tests para identificar a los enfermos. Según las estadísticas del Deep Knowledge Group nuestro país está, según información de anteayer, bastante por debajo de la mitad de la tabla en cantidad de chequeos. Al parecer, los reactivos que se necesitan están tardando mucho en llegar desde el exterior.
El Ministerio de Salud resolvió centralizar la compra de esos reactivos para garantizar un acceso equitativo a ellos en todo el territorio nacional. El mismo criterio se decidió para la fabricación de respiradores. El Estado intervino la fábrica cordobesa que los producía. La decisión levantó la queja, por ejemplo, del gobierno mendocino, que tenía contratada una cantidad que ahora no le será entregada, al menos en los plazos del contrato. El próximo paso podría ser que la cartera de Ginés González García tome el control de las camas disponibles en el sector público y también en el privado. Sería una medida igualitaria, que pondrá en discusión, entre empresarios y sindicalistas, el funcionamiento del sistema de salud.
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