Fernández, el equilibrista que en Estados Unidos perdió el equilibrio
Le enrostró a Biden el endeudamiento con el FMI que propició Trump y le reclamó por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua sin incorporar un matiz de objeción a esos regímenes dictatoriales: demasiado agravio para millones de víctimas de esos autoritarismos
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La realidad política argentina se asemeja cada vez más a una sucesión inconexa de historias de Instagram, posteadas por cuentas de muchos países distintos. Difícil de encontrarles un hilo causal y de ubicarlas en un mismo contexto histórico-geográfico.
Así, las sonrisas de Alberto Fernández y Fabiola Yañez, vestidos en espejo (azul y blanco) con sus anfitriones y “pares” estadounidenses Joe y Jill Biden contrastan ruidosamente con las acciones que el mandatario argentino desplegó respecto de su asistencia (y amenazada inasistencia) a la Cumbre de las América. Más aún cuando ese amable encuentro quedará enmarcado por las críticas a Estados Unidos y la reivindicación de regímenes antidemocráticos que el Presidente se propuso representar, en ejercicio de un aspiracional liderazgo continental del que en el país carece.
Las escenas impactan tanto como el récord histórico del precio de la soja (principal producto de exportación argentino) junto al simultáneo despegue hacia la estratósfera del riesgo país a niveles de default y el desplome de bonos argentinos, que aceleran los temores de un estrés cambiario.
Todo con el telón de fondo del bloqueo masivo de los accesos a la ciudad de Buenos Aires y las principales avenidas porteñas dispuesto por las organizaciones sociales de izquierda, que desafían al Gobierno, exponen las grietas del optimista relato oficial y muestran los límites del control de la calle. El espejo devuelve la imagen de muchas argentinas y demasiados Fernández.
Con ese contexto tan complejo en su propia casa, el Presidente se dispuso a cuestionar a Estados Unidos con un discurso más duro que el que se había anticipado. Las disputas en su frente interno y el protagonismo internacional que le daría la presidencia temporal de la Celac habrían propiciado el jueguito para la tribuna y afectado la autopercepción. A veces la audacia se confunde con la temeridad, el ridículo o el oprobio.
Fernández le enrostró a Biden el endeudamiento con el FMI que propició su antecesor y rival Donald Trump, tanto como le reclamó por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua en la Cumbre sin siquiera incorporar un matiz de objeción a esos regímenes dictatoriales por la violación de los derechos humanos. Demasiado agravio para millones de víctimas de esos autoritarismos. El equilibrista perdió el equilibrio.
El antinorteamericanismo de Cristina Kirchner y La Cámpora a veces se complementa con las contradicciones de Fernández. Durante su gestión el Presidente ha pendulado sin descanso desde las diatribas a Estados Unidos hasta el ruego desesperado de ayuda para cerrar la negociación con el FMI; desde el acompañamiento en foros internacionales hasta el desafío geopolítico, desde la deserción en acuerdos elementales hasta la búsqueda de alianzas y asistencia.
Las idas y vueltas que rodearon la participación en la Cumbre exponen las inconsistencias en la política de relaciones internacionales. Más allá del multilateralismo que se declama y la realidad que lo amerita.
La defensa de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que lo llevó a desafiar a Estados Unidos y a amenazar con una contracumbre de realización imposible, responde menos a cuestiones de principio o a una fina estrategia de construcción de un liderazgo continental que a errores o prejuicios conceptuales, a una sobreactuación de trazo grueso y a un supuesto seguidismo de México, ignorante de circunstancias históricas y geopolíticas que definen la política exterior de ese país. Al final, Fernández quedó solo. Lujos de corto plazo, que nunca son gratis, aunque en estos tiempos parezcan haberse ampliado los márgenes para dárselos.
Quizá, el Presidente haya olvidado el paternal y maternal consejo que le dieron su par mexicano Andrés Manuel López Obrador y su esposa en su primer viaje como presidente electo, allá por noviembre de 2019: “Nunca te pelees con los americanos”. Tampoco parece haber reparado en que el nac&pop AMLO solo hizo tres viajes al exterior. Los tres con el mismo destino: Estados Unidos. Y en uno celebró su relación personal con Donald Trump.
La relación entre los Estados Unidos de México y los de América está jalonada en los últimos 100 años de tantas disputas ruidosas como de discordias acordadas y tensiones amortiguadas que pueden explicarse por la enorme frontera compartida y el impacto que para la seguridad y la economía de Estados Unidos tiene su vecino. Beneficios y perjuicios que da la cercanía y que no pueden extrapolarse sino a riesgo de sentirse engañados, decepcionados o de quedar a contrapie, como le ocurrió a Fernández y al equipo de Cancillería a cargo de Santiago Cafiero.
La hora de Massa
Por contraste, el contexto no pude favorecer más a Sergio Massa, el flamante mejor aliado presidencial de estas horas agitadas, según se desprende de las últimas fotos y relatos que el propio presidente de la Cámara de Diputados se encargó de difundir a toda hora y en todo lugar y a las que el jefe del Estado se prestó.
El hiperactivo diputado, que se mostró en menos de una semana como autor de iniciativas tributarias, consejero y chofer presidencial en días de niebla (literal y metafórica) y ministro renunciante antes de ser designado, se exhibe como miembro destacado de la comitiva argentina a la Cumbre.
Frente a las diatribas presidenciales antinorteamericanas, resalta, así, la coherencia que Massa muestra en la relación con Estados Unidos. Disfruta como pocos de este viaje y no solo por su pasión irrefrenable por viajar en aviones no comerciales.
De la comitiva presidencial pocos acreditan mejores relaciones que el tigrense con el establishment estadounidense, público y privado. Podrá decirse que la vara está baja, pero no es poco. Las relaciones carnales que lo deslumbraron cuando dejó la Ucedé por el menemismo parecen no haber perdido su atractivo. Y lo explota. Para él todo parece sumar.
En estos días, convertido en bastón presidencial político-emocional, recuperó así una nueva centralidad en la agenda pública que solo había adquirido cuando en 2013 decidió enfrentar al kirchnerismo y logró sus mejores registros de imagen positiva. Aunque ahora transita el camino inverso.
Desde la hiperpresencia mediática y su inmejorable relación con el ultrakirchnerismo, Massa vuelve a instalarse en busca de una popularidad perdida hace un lustro. Nunca le ha faltado ambición, confianza ni constancia. Por el contrario, muchas veces, lo ha complicado el exceso.
En medio del “internismo exasperante” (Kulfas dixit), el titular de Diputados se ofrece como un estabilizador hacia adentro y hacia afuera de la coalición (o colisión) gobernante. Y se encarga de publicitarlo. Así se muestra como el mejor interlocutor oficialista de los Estados Unidos, mientras aconseja al Presidente y habla con el cristicamporismo para acercar posiciones, evitar rupturas definitivas y, sobre todo, para enjugar su principal pasivo, el de la desconfianza que lo persigue desde que empezó a deslizarse cuesta abajo por la pendiente de la fama.
Al mismo tiempo, ofrece guiños a la golpeada clase media con proyectos de reducciones de la carga impositiva y evita exponerse en debates que podrían rayar de nuevo su imagen, como el que no presidió anteayer en Diputados, destinado a terminar con las boletas papel partidarias, que él siempre dijo combatir. Otro equilibrista.
Lo mismo hace con los sectores empresarios que todavía siguen apostando a su carrera, como los de la energía o las finanzas, con quienes sigue una línea de coherencia, que en otros espacios muchas veces zigzaguea o flaquea
Solo no pudo evitar Massa que se dijera que intentó impedir la llegada de su viejo rival (o enemigo) Daniel Scioli al Gabinete. Una mancha de estos días de vino y rosas que buscó quitarse negando tal rechazo y sugiriendo, a través de allegados, que la versión surgió del propio embajador en Brasil para enaltecer una designación que no esperaba ni satisfacía sus expectativas.
Son disputas que tienen historia, a las que les sobra presente y a las que les espera mucho futuro. Massa y Scioli compiten ý seguirán compitiendo en muchos planos. Tanto en el universo político como en el económico. El Estado es una contraparte fundamental de sus mejores amigos y mecenas empresarios. Muchos de ellos rivales entre sí. Subsidios, tarifas, regulaciones, protecciones, regímenes industriales especiales están tan presentes en sus preocupaciones y gestiones como sus ansias de revancha política. No son ni serán compartimentos estancos. Habrá que ver cómo conviven. A Fernández no parece disgustarle esa competencia, siempre que sea en su beneficio.
Por eso, Massa seguramente no se confiará. Se conocen demasiado con Fernández. Y sabe de muchos que han gozado de la benevolencia del Presidente cuando necesitaba de ellos para sostenerse en tiempos difíciles tantos como los que han padecido su inclemencia cuando le resultaron una complicación o ganaban demasiado protagonismo.
Sus amigos de Estados Unidos se lo pueden contar. Los funcionarios de la administración Biden también han experimentado suficientemente el péndulo inconstante del presidente argentino.
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