Alberto Fernández, atrapado en su peor mejor momento
Después de tanto procrastinar, Fernández se empieza a encontrar con las consecuencias de lo que no resolvió y prefirió postergar; hoy el Presidente es más dependiente que nunca de lo que no construyó, de lo que no impidió que se construyera y de lo que permitió que se fortaleciera
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Una paradoja signó el comienzo del último tercio del mandato de Alberto Fernández. Cuando varios indicadores económicos (salvo la inflación) alentaban cierta ilusión, nuevos daños autoinfligidos aceleraron la degradación de su imagen y liderazgo. Fue un nuevo punto de partida hacia abajo. Antes de que cerrara la semana le esperaban tiempos todavía peores en lo político y algunas amenazas inquietantes en ciertas variables económicas.
Los mismos tres elementos que desde el origen complican al Presidente aceleran el proceso de descomposición de la gestión: su ausencia de liderazgo y resolución, el rol de Cristina Kirchner y la impericia en varios planos del propio equipo gubernamental. Eso es lo que produjo el estallido de las últimas 72 horas, en el cuarto “viernes-sábado de superacción” del oficialismo. Cine catástrofe para todos y todas. Pero no gratis.
Después de tanto procrastinar, Fernández se empieza a encontrar con las consecuencias de lo que no resolvió y prefirió postergar. Hoy el Presidente es más dependiente que nunca de lo que no construyó, de lo que no impidió que se construyera y de lo que permitió que se fortaleciera. Las estaciones del calvario albertista son los peldaños de la resurrección cristinista.
La sorpresiva salida de Matías Kulfas, uno de los tres últimos ministros indiscutiblemente albertistas que le quedaban, se inscribe en esa lógica. Pocos pueden explicar el proceso que terminó con la renuncia del ahora exministro de Producción si no es como el resultado de una acumulación de torpezas para enfrentar otra vez el proceso de acoso y demolición del cristicamporismo sobre Fernández y los suyos.
Esta vez tuvo su capítulo desencadenante en la previsible (para todos, menos para el Presidente) emboscada que le tendieron la vicepresidenta y La Cámpora en el acto por el centenario de YPF.
La explicación más repetida sobre la salida de Kulfas es muy poco edificante para la deteriorada figura del Presidente, aunque es también la que goza de mayor verosimilitud: las declaraciones on the record y el mensaje off the record contra el cristicamporismo y en defensa del Presidente lanzadas por el renunciado y su equipo no habrían sido fruto de un arresto individual, inconsulto y pasional del funcionario salido del albertista Grupo Callao.
La réplica a la vicepresidenta, que había vuelto a zamarrear a Fernández en un discurso en el que nada quedó librado a la improvisación, sino que contó con una cuidada preparación y edición previa, habría sido una respuesta que tenía el aliento y la venia de la Casa Rosada. Obviamente, desde el círculo íntimo presidencial no solo lo niegan, sino que argumentan que el ahora exministro incumplió una expresa directiva presidencial.
Lo cierto es que la airada reacción pública de Cristina Kirchner, apalancada en algunos gruesos errores técnicos de la argumentación de Kulfas expuestos por los cristinistas de Energía, derivó en el pedido de renuncia. Desde Olivos le soltaron la mano. Una especialidad de la casa que ya padecieron otros fieles albertistas.
Como en la seria Lost o en Los diez indiecitos, de Agatha Christie, los albertistas van cayendo de a uno sin solución de continuidad. Aunque acá no hay misterio: todos saben desde el comienzo quién los entrega y quién los ejecuta. Fernández debería recordar que el título en inglés de la famosa novela es And then there were none (Y al final no había ninguno). Nadie ya se sorprende.
Techint es la excusa
Más difícil parece explicar la secuencia que comenzó con la imputación en el discurso de Tecnópolis de la vicepresidenta sobre la supuesta benevolencia de Fernández con el Grupo Techint y que concluyó con la velada acusación de Kulfas a los funcionarios cristicamporistas de ser ellos los responsables de haber beneficiado al holding de la familia Rocca. Antes y en el medio pasaron cosas que permiten comprender mejor lo sucedido. Y en primer lugar todo indicaría que Techint aparece como el chivo expiatorio ideal para dirimir una nueva disputa en la cúpula del oficialismo. Siempre hay que encontrar a un tercero para echarle la culpa.
La sucesión de tropiezos, dilaciones y controversias que rodean la puesta en marcha del proceso para construir el gasoducto Néstor Kirchner encontró un punto de aceleración tras la adjudicación a Techint del contrato para la provisión de tubos. A pesar de que, según coinciden especialistas y funcionario, no debería haber sido motivo de controversia, ya que sería la única empresa en condiciones de proveerlos en tiempo y forma.
Por eso, el planteo de Cristina Kirchner no apuntaba a revisar esa adjudicación, sino que tendría por objetivo primario justificar la decisión tomada por los suyos, ya que podía verse como contradictoria con la batalla perenne que el cristicamporismo sostiene con la familia Rocca. Los funcionarios de Energía que tomaron la decisión aparecerían así como rehenes de un contexto que le otorgaría algunas ventajas a Techint y que Fernández no habría querido modificar. El tero en acción.
Su estrategia, sin embargo, iría más allá y pretendería dificultar nuevas adjudicaciones a ese holding en este u otro emprendimiento. Allí aparece la sombra de Cristóbal López meciéndose sobre la cuna de las obras públicas. Coinciden en eso fuentes albertistas y del sector empresario. Lo concreto es que una vez más las disputas del oficialismo atentan contra realizaciones que urge concretar para resolver problemas estructurales del país. Con el agravante de que, además, el Gobierno se enreda con sus zigzagueos en política exterior, sus avances inconducentes sobre la Justicia y los ataques a los medios de comunicación para ocultar sus propios errores.
Un golpe a la línea de flotación
Algunos observadores (públicos y privados) consideran que nada hay de casual en este caso. Entienden que Cristina Kirchner con su discurso y, finalmente, ayudada por la trampa en la que se metió Kulfas, lo que en realidad persigue es un objetivo de mayor calado y no exento de riesgos para ella misma.
Ese propósito consistiría en dinamitar el acercamiento que había empezado a construir el Presidente con los grandes grupos económicos en busca de inversiones en áreas claves, con el objetivo de apuntalar la recuperación económica en curso y sostener su gobierno. Ya sea para mantener alguna chance electoral (que el microalbertismo cree mantener) o, al menos, para llegar decorosamente al final del mandato. Así están de mal las cosas.
De manera indirecta, el ultrakirchnerismo ya había hecho algo similar tras la reunión que Fernández mantuvo con el presidente del grupo Arcor, Luis Pagani, al que acusaron públicamente por los aumentos por encima de la inflación aplicados a varios productos alimenticios. Rompiendo puentes se podría titular la saga.
La asistencia virtual del Presidente y la presencia física del ministro Martín Guzmán (otro apuntado por el ultrakirchnerismo) en el acto en el que mañana se celebrará el 20° aniversario de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), de la que Rocca y Pagani son fundadores y figuras centrales, puede ser otro disparador. Espectáculos para no perderse.
El nuevo round entre cristicamporistas y albertistas agrega ahora nuevos riesgos de consecuencias complicadas: amenaza con demorar más aún la construcción del gasoducto Néstor Kirchner. Para el Gobierno sería un golpe letal porque enterraría definitivamente la ilusión de contar con recursos imprescindibles y evitar erogaciones casi inabordables durante el próximo año electoral. El impacto fiscal y político del costo de la energía es una amenaza demasiado grande. La última rendición de Fernández ante el altar cristinista no ayuda a imaginar horizontes despejados.
Scioli, en el espejo de Manzur
La llegada de Daniel Scioli al gabinete habrá que mirarla así en el espejo que refleja el tránsito de Juan Manzur desde que se incorporó al Gobierno, luego de la catástrofe electoral del oficialismo en las PASO del año pasado. Otro tanto puede decirse de la designación de Agustín Rossi como jefe de los espías al frente de la Agencia Federal de Investigaciones.
Se trata en todos los casos de intentos de Fernández de robustecer con anabólicos políticos un gobierno anémico y trastabillante. Estímulos que cuando surten algún efecto suelen terminar siendo vistos como amenazas por parte del Presidente. Ya ocurrió y sigue ocurriendo con el jefe de Gabinete, al que el Presidente le ha bajado y subido el suministro de energía según sus necesidades e inseguridades.
En el equipo de gobierno asumen que cada vez que Fernández está débil impulsa a sus ministros y, en especial, a Manzur a ganar presencia y ocupar espacios de comunicación y gestión. Todo dura hasta que el Presidente recupera oxígeno y regresa sobre sus pasos para volver a apoyarse en Santiago Cafiero y devolver a un segundo plano a los que había puesto bajo los focos en su defensa. Hasta la próxima crisis.
Con ese lente fue mirado un episodio que podría ser menor en cualquier otro contexto. Una requisitoria de la jefa de gabinete de la Cancillería a sus pares de todos los ministerios para que informen sobre el estado de avance de algunos proyectos en las provincias encendió alarmas y quejas en varias carteras. Obviamente, también en el área de Manzur, principal afectada por tal orden, ya que se supone que esa es una de sus atribuciones y responsabilidades. Aunque ya están acostumbrados a tener que compartir funciones con Cafiero, según el estado de recaída o recuperación del Presidente.
La permanencia del gobernador tucumano de licencia en el cargo de jefe (formal) de los ministros es, por todo eso, motivo de profunda incertidumbre hasta para los suyos. No constituye ninguna excepción. En el gabinete abundan los que encuentran más incentivos para volver a su territorio que para permanecer en el equipo de Fernández. Y muchos menos estímulos para poner el cuerpo en defensa de un presidente que los usa como fusibles con demasiada rapidez y liviandad. Como para confirmar que en situaciones de riesgo Fernández usa la lapicera cargada con la tinta de Cristina Kirchner.
Sin embargo, antes de entregarse son varios los funcionarios puestos por Fernández que construyen túneles que conectan con el cristicamporismo, no necesariamente para rendirse (ahora), sino en busca de alguna señal y de apoyo para destrabar iniciativas que (por algún motivo) les interesa concretar en sus áreas y que no logran llevar a cabo.
Más del 60 por ciento de los ciudadanos que tienen una opinión negativa de la gestión presidencial deberán saber que, al menos en esto, los políticos (incluidos muchos funcionarios del Gobierno) no están tan lejos de sus perspectivas y sentimientos respecto del Gobierno y de sus padeceres. Fernández lo hizo.
A este gobierno y en este contexto llega el campeón mundial de la resiliencia. Daniel Scioli tiene todos los números para padecer otra vez un calvario que ya sufrió y, sin embargo, no se resistió a asumirlo.
Esta vez no será por la vía de la agresión, el destrato o el hostigamiento, como lo padeció con el matrimonio Kirchner, sino por la de la pasiva agresividad que ha caracterizado al Fernández presidente, ante la que sucumben aliados y adversarios ocasionales, que se suman a su lista de desilusionados y agraviados.
En tales condiciones todo hace prever un duelo sordo y mudo de titanes con estilos aparentemente parecidos. Aunque, en realidad, son muy diferentes. Uno se somete y se autodestruye, una y otra vez, pero sin colapsar. El otro resiste y construye incansablemente, aunque sin alcanzar éxitos ecuménicos. En el rincón y en el ringside observan expectantes Manzur y Sergio Massa.
Todo ocurre en el mejor peor momento de Fernández. Y cuando aún queda un año y medio de mandato por delante. Una eternidad.
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