Ferias de usados: un fenómeno que se expande al calor de la crisis en el conurbano y la Capital
Entre los feriantes no faltan jubilados que buscan llegar a fin de mes y en los puestos también se ofrecen artículos nuevos
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“Pase y aproveche, venga, está barato”, grita Ramón, mientras agarra un puñado de cargadores para celulares y los exhibe ante la poca gente que pasa caminando. La frase se repite pocos segundos después, pero ahora el producto es otro: Ramón muestra unos zapatos negros de niña. Abrigado con una campera polar, bufanda, barbijo y un gorro de lana, el hombre está allí desde las 6 de la mañana. Sobre el asfalto colocó dos mantas. En una hay elementos electrónicos: cables, cargadores, algunos selfie sticks. Sobre la otra, un popurrí de usados: ropa de niños y juguetes.
La consigna es simple: buenos precios. Zapatillas a $100, jeans a $400, lámparas y camperas a $1500. Quienes conocen Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora, hace años coinciden en que ante cada escalada de la crisis económica aumentan también los puestos improvisados de artículos usados, incluso atendidos por jubilados que buscan una diferencia para llegar a fin de mes. El circuito de ferias en el conurbano y la ciudad de Buenos Aires se mantiene activo incluso cuando se va la luz: los vendedores más avezados no desaprovechan las redes sociales para promocionar y vender.
En la calle de Budge, los rubros se mezclan entre los puestos: fruterías, verdulerías, productos de almacén, accesorios y camisetas de fútbol, montados en diferentes formatos. Los que cuentan con autos o camionetas optan por usar los baúles y las cajas como vitrina para la mercadería, y se intercalan con carpas, mesas y tablones, aunque no faltan las lonas apoyadas directamente sobre el asfalto.
Mientras su marido barre la vereda, Araceli acomoda las prendas sobre una tela. Para completar el puesto callejero se suman un perchero y la reja de la casa con ropa colgada, que oficia de vidriera. No están frente a su casa: se la “prestaron” porque el frente de la vivienda está ubicado estratégicamente sobre la calle Campana de Budge, donde los vecinos improvisaron una feria popular. Ellos llegaron al barrio hace tres meses, cuando se tuvieron que mudar por el aumento del alquiler de la vivienda donde vivían en Flores. “Estamos aprovechando las vacaciones, tratando de sumar algo”, cuenta Araceli, que durante la semana sigue trabajando en un colegio de su antiguo barrio. “Se mueve poco. Está difícil, aumentó todo”, se lamenta la mujer.
A pocos metros de su puesto está el de Ricardo, el primero de la cuadra, en donde combina productos de limpieza nuevos con una variedad de usados que van desde sartenes a $400 hasta una garrafa valuada en $10.000, todo apoyado sobre el asfalto. “Está todo mal”, dice el hombre de 55 años, mientras posa su mano sobre su barba canosa. “Yo hace 20 años que trabajo en ferias, pero desde la época de [Raúl] Alfonsín viví todas las crisis en la calle. Se nota, siempre se nota. Cuando hay hambre la gente sale más”, describe.
Una camioneta atravesada corta la calle e indica que es jueves de feria. A pocas cuadras, sobre la calle Virgen de Itatí, se suma otra feria que se repite los domingos. Se expande hacia las cuadras perpendiculares a la principal, a donde se trasladaron la mayoría de los feriantes cuando cerró el Olimpo. Según cuentan los vecinos, de esa gran feria que llevaba más de 25 años hoy solo quedó una pequeña plaza donde algunos se amontonan los fines de semana.
Venta y paseo familiar
Isabel, una mujer de 49 años, camina con su hija, que ronda los 20. Lleva abajo de su brazo una bolsa con una campera violeta. “$1500 la pagué, ¿dónde vas a conseguir algo así por este precio? Es impermeable, térmica”, dice, mientras exhibe orgullosa la prenda. Demuestra así también sus dotes de vendedora, trabajo que abandonó hace unos años para dedicarse a sus hijos. Isabel conoce a la perfección el cronograma de las ferias. Los jueves y domingos pasea por esta y los sábados va a la Urkupiña, más conocida como La Salada, donde compra ropa para sus hijos.
Cuenta que algunos productos, como el aceite o el azúcar, tienen casi el mismo precio que en los supermercados. “Me conviene comprar acá, porque no tengo que pagar el boleto. El punto es economizar. No viajar y caminar”, resume. “Hay que buscar. Algunos puestos lo tienen más barato porque revenden lo que les dan con algunos planes del gobierno”, relata Luz, una mujer de 53 años que camina tirando de un changuito.
Marisol también paseaba con su nuera Romina ese jueves por la mañana. Aprovecharon para llevar a los chicos de la familia durante sus vacaciones de invierno. “Los sacamos un poco. Está difícil, en las vacaciones hicimos así, buscamos planes gratis”, dice Romina, mientras hamaca el cochecito de su hija más chiquita. “Hoy no hay mucha gente. Los domingos, la mayoría de los puestos son de cosas usadas. O muchos vienen como nosotros a pasear”, agrega.
“La jubilación de él no nos alcanza”, relata Daniela Díaz. Junto con su marido, Juan Héctor Díaz, dedican la mañana a vender en ferias. Por la tarde, prenden una pochoclera para vender en la puerta de los colegios. Sobre un mantel verde colocaron todos los productos que ofrecen: utensilios de cocina, sets de tazas, salero y pimentero, un reloj, una lámpara. “Esa lámpara la vi en internet a $5000. Él las arregla y las vendemos: nosotros la tenemos $1500. La gente compra. Hoy no hay mucho movimiento, es fin de mes”, se lamenta.
Una tendencia que crece
La tendencia no es exclusiva de esta zona, sino una muestra de lo que sucede a lo largo y ancho del conurbano. En algunos casos se nota el ingreso de las clases medias en el circuito. En Pilar, por caso, circulan flyers para promover ferias de usados que organizan los colegios. La mayoría de los puestos son de ropa, aunque también se intercalan con elementos del hogar y electrodomésticos. Lo que más se vende es la indumentaria de niños. “Compran mucho, pero los precios tienen que ser bajos. $1000, $2000″, relata una de las madres organizadoras. Ante el éxito de la primera feria decidieron organizar otra, y aunque iban a esperar a la primavera por el clima, resolvieron adelantarla para agosto. La consigna es la misma: sale lo barato.
Desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires plantean que las ferias de usados hace tiempo que existen en las villas 20, 31 y la 1-11-14, donde también los locales de usados se mezclan con aquellos que ofrecen productos nuevos. Pero identifican otra tendencia que muestra la gravedad de la crisis: el fraccionamiento en productos básicos. El aceite, uno de los artículos que más aumentaron en los últimos meses, ya no solo se vende en su envase habitual, sino también en recipientes más pequeños. Señalan que no es un comportamiento que identificaron puntualmente en algunas zonas, sino una tendencia que se extiende en todos los barrios populares.
Cerca del mediodía, los puesteros empiezan a guardar la mercadería. “Pensé que hoy no estaban, por el clima, viste. Por eso recién vine”, le dice Luz al vendedor. Después de una semana nublada, varios vendedores festejaron la mañana soleada del jueves. “Hay que laburar, acá estamos”, le contestó el hombre, mientras busca el paquete de arroz que ella le acaba de pedir. “Vengo el domingo para lo que me falta”, se despide la clienta.
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