Falla más la gestión que la comunicación
Un emoji basta para resumir la reacción más frecuente que genera Alberto Fernández en sus más estrechos colaboradores cada vez que enfrenta un micrófono o se expone a fotos o filmaciones. La carita de los ojos desorbitados, agarrándose la cabeza con las manos, alcanzó esta semana el carácter de trending topic en los mensajes entre altos funcionarios de las áreas de comunicación (en primer lugar), producción, relaciones exteriores y salud.
Las infinitas idas y venidas con la vacuna rusa contra el Covid-19 se convirtieron en un ovillo en el que el Presidente y todo su gobierno quedaron enredados, para desconcierto de una ciudadanía que no ha dejado de recibir mensajes y contramensajes en los últimos 40 días sobre la cuestión que la sigue teniendo más en vilo que ninguna otra.
Desde el 5 de noviembre, cuando Alberto Fernández anunció que este mes empezaría la vacunación masiva con la Sputnik V y que en dos meses habría 10 millones de personas inoculadas, no ha pasado casi ninguna semana en la que no apareciera alguna corrección a los anuncios. El Presidente; el ministro de Salud, Ginés González García, y su viceministra, Carla Vizzotti, han sido protagonistas de sonoros contrapuntos y notables disonancias.
Los problemas en la comunicación sobre el coronavirus y las vacunas para combatirlo sobresalen por el carácter dominante del tema en la opinión pública, pero lejos de ser una excepción aparecen como la confirmación de inconvenientes de gestión más que de comunicación, como señaló un experto en comunicación que fue parte de la campaña presidencial de Fernández.
La conducción axial del Presidente, su dificultad para delegar, su renuencia a aceptar consejos de expertos, la falta de coordinación entre áreas y los cortocircuitos que atraviesan a casi todos los ministerios emergen como las causas cuyos efectos solo expone la comunicación.
Las imágenes y las palabras más vistas y escuchadas de Fernández y su gobierno durante esta semana (que aún no terminó) han sido las vinculadas con la llegada (o no) de la vacuna rusa, con "los Moyano" y con el apoyo de una campaña contra un proyecto oficial. Todas, sin excepción, son contabilizadas como "tiros en los pies" por integrantes del equipo de comunicación presidencial, mientras se agarran la cabeza con las manos y sus ojos se ven más desorbitados que nunca.
"El Gobierno termina confundiendo transparencia con desnudez y queda impúdicamente expuesto", explicó con un dejo de ironía un experto en comunicación política que asesora a algunas carteras de la administración nacional. La frase opera como una palada de tierra sobre las forzadas justificaciones con las que se inmolan en público funcionarios de las áreas de información y prensa de la Casa Rosada, en defensa de los fallidos de su jefe. Los padecimientos que ellos expresan ante la imposibilidad de modificar hábitos del Presidente quedan reservados para la intimidad.
La recurrencia de los "errores no forzados", que durante los meses de confinamiento más severo habitó mayoritariamente el mundo de las redes, ya no despierta alarmas sino que empieza a afectar los ánimos de muchos colaboradores presidenciales.
"El Presidente no aporta herramientas discursivas para que lo defiendan los propios, sino que entrega argumentos para que lo critiquen sus detractores (internos y externos)", afirma un experto en opinión pública. Coincide, además, con el exasesor de la campaña presidencial de Fernández: "Lo que queda expuesto, además, no es la comunicación, sino la gestión. Ya le pasó cuando dijo que la Argentina era campeona del mundo contra el Covid-19 para terminar en el top 10 en muertos por millón de habitantes y en los últimos puestos en testeos. Ahora empieza a pasarle con las dudas instaladas sobre la vacuna, tras haberse jactado de que el país estaría entre los primeros del mundo en inmunizar a la mayoría de su población. Si llegara a verse que en países equivalentes se empieza a vacunar masivamente antes que aquí sería un golpe serio: para la sociedad no serán errores de comunicación sino de gestión". Nueve meses después el Covid-19 sigue siendo una temible amenaza.
Algunos expertos en epidemiología empiezan a advertir sobre otra consecuencia más peligrosa aún de los errores comunicacionales vinculados con el coronavirus: sostienen que parte del rebrote que se está registrando en estos días es fruto de un relajamiento profundizado por los anuncios oficiales excesivamente optimistas sobre una inminente vacunación masiva. A eso añaden un agravante: la inmunización masiva tardará muchos meses en lograrse aun con la aplicación de las vacunas. Un tropiezo más para el otrora exitoso profesor de las filminas y para "el gobierno de científicos".
Si el desconcierto y la resignación por los tropezones públicos atravesaban desde hace un tiempo a muchos de los colaboradores presidenciales, la de ayer fue una jornada de desconsuelo: "Ya los teníamos a Alberto y Ginés diciendo cosas inconvenientes y encima apareció Putin para revelar que él no se había vacunado con la Sputnik V porque todavía no fue aprobada para mayores de 60 años. Era lo único que nos faltaba. Ni los aliados ayudan". Como diría el Chueco García, una vieja gloria de Racing: "Marquen a los nuestros".
El reciente desaguisado con las vacunas encuentra el agravante para la imagen presidencial de haberse encadenado a la doble jornada de alabanzas presidenciales a "los Moyano", el martes pasado, y a la foto de Fernández junto a la modelo Liz Solari en aval de una campaña contra el megaproyecto oficial de producción de carne porcina para exportar a China, que el Gobierno impulsó y propició con la esperanza de que aporte a la recuperación de la economía y al ingreso de las tan necesitadas divisas. La Cancillería, la embajada en Pekín y el Ministerio de Desarrollo Productivo todavía están desplegando acciones para tratar de mitigar el daño, asumiendo que dejará secuelas. Las diferencias con la hiperplanificada China son mucho más que idiomáticas.
Puertas adentro del Gobierno nadie puede explicar sin sonrojarse el episodio antiporcino. Solo se escuchan elogios a los organizadores de la campaña que pusieron al frente a la modelo Liz Solari. Asociaciones peligrosas en tiempos de la igualdad de género.
Aunque parezca desvinculada, la gaffe guarda, además, una inesperada relación con los tropiezos con la vacuna: ambos afectan a un aliado presidencial. El empresario de los laboratorios Hugo Sigman fue quien le permitió a Fernández dar la primera buena noticia sobre la vacunación con el anuncio de que se elaboraría en el país y se aseguraría la provisión masiva del desarrollo realizado por AstraZeneca y la Universidad de Oxford. Sin embargo, las urgencias presidenciales echaron luego sombras sobre ese logro con la búsqueda desesperada de otras opciones de competidores y con la proliferación de informaciones que sembraban dudas sobre aquel avance.
También el dueño del Grupo Insud es el principal impulsor, desde aun antes de que Fernández asumiera la presidencia, de las supergranjas porcinas. La foto en la Casa Rosada del Presidente con Liz Solari le cayó como una patada al hígado. Dicen que aún no puede explicarse lo sucedido.
Lo cierto es que a la dificultad que encuentran muchos observadores para comprender la sucesión de daños autoinfligidos a la imagen presidencial se suma la casi imposibilidad de muchos de sus voceros para justificarlos, ante la recurrencia de episodios en el último mes.
A los hechos de esta semana se suman la viralización del video del presidente del megáfono intentando ordenar a los barrabravas que pretendían tomar por asalto la Casa Rosada y el fallido apoyo a los gobernadores que demandaban suspender las PASO. Un proyecto tan nonato, por ahora, como el "albertismo", torpedeado por el comando superior de La Cámpora, donde ocupa un lugar preponderante el ministro del Interior, Wado de Pedro, al lado de Máximo Kirchner. Los colaboradores de Fernández siguen gritando "marquen a los nuestros". Temen que haya más goles en contra. Es lógico.
Los archivos recuerdan también que en el último mes el Presidente se ató al carro que los intendentes bonaerenses empujaban para que se derogue la ley que les impide presentarse a una re-reelección en 2023. El apoyo presidencial aún no logró sacarlo del pantano y se duda seriamente de que lo logre. Es cierto que faltan tres años para esas elecciones, pero no será igual el poder de los intendentes para disputar el armado de listas con chances de reelección que sin ellas.
La dificultad para cambiar la realidad es mucho más que un problema de comunicación. Eso es lo que tiene cada vez más claro y más preocupa a Cristina Kirchner, dicen quienes frecuentan el Instituto Patria. Para esto aún no hay vacuna a la vista.
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