Artem Viktorovich Dultsev y Anna Valerevna Dultseva tuvieron dos hijos en la Argentina y tejieron una trama de engaños y falsedades; protagonizaran el intercambio de prisioneros más grande desde el fin de la Guerra Fría
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La carta con membrete del estudio jurídico Godec, Černeka & Nemec, a cargo de la defensa de la pareja detenida en Eslovenia con pasaportes argentinos, era amable, pero inequívoca. Llegó a la embajada argentina en Austria, meses atrás, cuando la historia de los “topos” rusos, digna de la serie “The Americans”, comenzaba a dar el vuelco definitivo.
El mensaje trazaba una línea roja: María Rosa Mayer Muños y Ludwig Gisch, que aún sostenían que así se llamaban, le comunicaron a la diplomacia argentina que rechazaban toda asistencia consular para ellos y para sus hijos, menores de edad y nacidos en Buenos Aires. Gracias, pero no. Faltaban meses para que admitieran que eran espías rusos y protagonizaran el intercambio de prisioneros más grande desde el fin de la Guerra Fría.
Para entender, hay que retrotraerse a diciembre de 2022, cuando Mayer Muños y Gisch fueron arrestados por fuerzas especiales en Liubliana, la capital eslovena. Ante los sabuesos de ese país siempre sostuvieron que eran víctimas inocentes de una terrible confusión y no lo que sostenía la acusación -dos espías al servicio de Vladimir Putin-, sustentada en datos aportados por, ahora se sabe, la inteligencia británica.
Ella reafirmaba que había nacido en Grecia, que tenía la nacionalidad mexicana, que se dedicaba al arte y que había migrado a la Argentina, donde había obtenido la ciudadanía y conocido a quien sería su marido, con quien tuvo a dos hermosos hijos: una niña, Sofía, y un niño, Daniel. Él trazó un recorrido distinto, pero similar: que había nacido en Namibia, que era de nacionalidad austríaca, que era informático y que había ingresado desde Uruguay a la Argentina, donde también había obtenido la ciudadanía y conocido a su esposa. Juntos, completaban, habían decidido migrar a Europa para alejarse de la inseguridad callejera que asolaba en Buenos Aires. Todo era un grave error, sostenían.
Los servicios de inteligencia utilizan, sin embargo, una palabra para las biografías de cartón que montan los “topos”, como la que urdió la pareja detenida en Eslovenia, con detalles sobre una vida apacible en el barrio porteño de Belgrano. Esa palabra es “leyenda”. Y construir esa fachada puede tomarles décadas… y derrumbarse en un instante.
La “leyenda” de estos topos se remonta, en efecto, tan atrás como 2009, cuando un austríaco identificado como Martin Hausmaninger ingresó por primera vez a la Argentina. Volvería en julio de 2012, vía Uruguay, pero ya reconvertido en Ludwig Gisch. Y ella lo secundaría dos meses después, en un vuelo de Aeroméxico, en un recorrido que terminaría en celdas de máxima seguridad eslovenas, una década después.
Ajena a todo esto, la Cancillería argentina se activó desde el momento en que se conoció la detención de la pareja a través de los medios de comunicación. Por ley debe asistir a los nacionales en el extranjero; en particular, cuando menores de edad pueden estar en problemas o requerir apoyo. Y eso hizo la embajada argentina con sede en Viena y jurisdicción sobre Austria, Eslovenia y Eslovaquia. Contactó a las autoridades en Liubliana, pidió datos sobre la pareja detenida y sobre sus hijos, argentinos nativos.
“La respuesta que recibimos fue que la pareja se encontraba detenida en celdas de máxima seguridad y que los hijos se encontraban en un hogar de acogida temporal en las afueras de la capital”, resumió una fuente diplomática argentina al tanto del diálogo bilateral, ante la consulta de LA NACION.
Tratándose de menores, las embajadas argentinas tienen la obligación de supervisar su situación de manera periódica, requerir información detallada al país donde esos niños se encuentren y remitir sus informes por cable a la Cancillería en Buenos Aires. Y así fue. Durante meses, el ida y vuelta con las autoridades eslovenas no registró contratiempos.
“Nos informaron que los padres, detenidos, mantenían contacto virtual con sus hijos, todos los días y que, a pesar de sus condiciones de alojamiento, también se reunían con ellos, de manera presencial, una vez por semana”, precisó la fuente diplomática argentina.
Eso no fue, sin embargo, lo que afirmó ante la televisión pública rusa la mujer que decía llamarse María Rosa Mayer Muños. “Nos amenazaron con que Argentina supuestamente quería llevarse a nuestros hijos, que los niños podían ser dados en adopción a otra familia”, detalló, ya de regreso en Moscú y blanqueada su identidad real: Anna Valerievna Dultseva, nacida en Nizhni Nóvgorod y oficial del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR).
Desde la diplomacia argentina niegan que hayan pujado por los menores. “Nos interesamos porque nadie se presentó en Buenos Aires, en la embajada argentina o ante las autoridades eslovenas, para interesarse por los chicos. Ningún posible pariente de la pareja, ni nadie que fuera a asumir la tutela. En ese contexto, debíamos velar por ellos; eso fue todo”.
Estrategia
¿Los investigadores eslovenos afirmaron que la Argentina podría llevarse a los menores en un intento por quebrar las voluntades de sus progenitores durante los interrogatorios? ¿Afirmó eso Dultseva para condimentar su testimonio con una dosis de dramatismo ante la audiencia televisiva rusa? ¿O se debió a un simple error de comunicación o traducción?
En cualquier caso, esa versión explica la carta que la pareja envió a la embajada argentina en Austria con la firma de sus abogados. Informaron que rechazaban toda asistencia consular, tanto para sí, como para sus hijos menores. Y así lo reportó a Buenos Aires, por cable, el embajador Holger Federico Martinsen.
En la entrevista que concedieron a la televisión pública rusa, Ludwig Gisch -en realidad, Artem Viktorovič Dultsev, oriundo de Bashkortostán y agente del SVR-, detalló algo más. Relató que un agente ruso los visitó regularmente mientras estaban detenidos para verificar cómo se encontraban, cruzar información y que, incluso, “les pasó un saludo” de Putin.
Negociaciones secretas
Las autoridades eslovenas, mientras tanto, habían logrado verificar las verdaderas identidades de los detenidos, gracias a Interpol y a las fichas dactilares disponibles en el Registro Nacional de las Personas, en Buenos Aires. Y mutaron, según las fuentes diplomáticas argentinas consultadas. Pasaron de responder cada requisitoria consular, aportar detalles sobre la situación de los menores en el hogar transitorio y en el colegio y remitir un informe ambiental, al silencio total.
“Por un lado, no podemos interferir con la patria potestad de los padres; pero, por el otro, los padres estaban detenidos y los hijos eran argentinos nativos, menores de edad, sujetos a la ley 346 de Ciudadanía Argentina”, precisó una fuente diplomática a LA NACION. En esa situación, la embajada en Viena requirió, por escrito, ver a los menores.
¿Respuesta? Silencio.
“A la luz de todo lo que ocurrió durante los últimos días, comprendemos qué pasó”, resumió una voz de la Cancillería, “en especial desde que a principio de año dejaron de contestar nuestras consultas por escrito y nuestras llamadas”.
¿Qué ocurrió? Se sabe, ahora, que los agentes de los servicios de espionaje rusos y de la Agencia de Inteligencia estadounidense (CIA) llevaban más de un año sondeando la posibilidad de un intercambio de prisioneros. Entre ellos, el periodista de The Wall Street Journal, Evan Gershkovich, y la pareja detenida con pasaportes argentinos en Eslovenia.
Las negociaciones comenzaron en enero de 2023, apenas semanas después del arresto de la pareja. Agentes rusos y estadounidenses mantuvieron una reunión secreta en una capital de Medio Oriente, para sondear la posibilidad de intercambiar a Paul Whelan por la pareja detenida en Eslovenia. Los rusos rechazaron la oferta, pero dejaron claro que estaban dispuestos a negociar si la oferta era más generosa.
Dos altos funcionarios del Departamento de Estado, James Rubin y Roger Carstens, se abocaron a “agrandar el problema”, según reveló The New York Times. Es decir, a ampliar el universo de personas que podrían integrar el trueque, para luego plantearle la idea al superior de ambos, el secretario de Estado, Antony Blinken, quien obtuvo la aprobación del presidente Joe Biden, en marzo de 2023.
Un mes después, Blinken sondeó a la ministra alemana de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock durante una cumbre del G7. Le consultó si su país podría sumarse al intercambio de prisioneros, aportando al sicario condenado y preso en Alemania, Vadim Krasikov, si el trueque incluía al líder opositor ruso Aleksei Navalny.
El apoyo inicial de Alemania al posible intercambio pareció evaporarse cuando murió Navalny, a lo que se sumó el rechazo ruso a intercambiar a Whelan y Gershkovich por cuatro espías de Moscú, incluidos los “topos” detenidos en Eslovenia. Por eso las reuniones se extendieron durante meses y abarcaron también a la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, con el canciller alemán Olaf Scholz, según reveló la cadena CNN, y la intermediación del otrora CEO de Google, Eric Schmidt, y el oligarca ruso Roman Abramovich. Hasta que, ya en junio, Scholz aprobó entregar a Krasikov. Y otros países aportaron otros eslabones a la cadena de trueques y favores: de Noruega a Bielorrusia y de Polonia a Turquía.
“Enorme presión”
Los tiempos se aceleraron. Todos los juicios que se desarrollaban en Rusia llegaron a un cierre abrupto. Todos con condena. Gershkovich fue sentenciado a 16 años de prisión el 19 de julio. Ese mismo día, la periodista estadounidense Alsu Kurmasheva también fue condenada. Y el 21, una hora antes de bajarse de la campaña por su reelección, Biden llamó al primer ministro esloveno, Robert Golob, para informarle sobre la situación.
En los tribunales de Liubliana, mientras tanto, Mayer Muños y Gisch le dijeron adiós a los pasaportes argentinos. Se declararon culpables, recibieron una condena a un año y siete meses de prisión, pero no enfilaron hacia la cárcel, sino hacia el aeropuerto, junto a sus hijos, agradecidos con Rusia, pero también con sus cazadores.
“Sentíamos que los servicios de seguridad eslovenos hacían todo lo posible por mantener a los niños en Eslovenia y mantenernos juntos”, afirmó Anna Dultseva, ante la televisión rusa. “Sentíamos que había una enorme presión sobre Eslovenia por parte de los servicios especiales de otros países”.
El resto se sabe. Trascendieron videos del matrimonio ingresando junto a sus hijos al avión que, desde el aeropuerto de Ankara, Turquía, los devolvió a Rusia. Allí los recibió Putin, al pie de la escalerilla con un ramo de flores blancas, rosas y púrpuras para la madre y otro para la niña Sofía, que hasta minutos antes desconocía toda la trama, es católica y no habla ruso. “Buenas noches”, la saludó Putin en español.
“Nunca dudamos, ni por un momento, de que nuestro país se acordaba de nosotros, que Rusia y el servicio secreto nos respaldaban, y que al final todo estaría bien”, afirmó Artem Dultsev a la televisión rusa, en un primer plano que incluía, más atrás, a su mujer y a sus hijos. Sofía, de 11, sujetaba una muñeca en sus manos; Daniel, de 8, una pelota de fútbol bajo su pie derecho.
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