Entre el aislamiento de Alberto y la debilidad de Cristina, un peronismo desmembrado
La semana que termina dejó una colección de situaciones que exhibió la inédita dispersión que atraviesa el oficialismo, en medio de la crisis de sus principales referentes
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El peronismo atraviesa el 2022 en medio de una situación tan inédita como desestabilizante: por primera vez desde la restitución democrática sufre un proceso de acelerada disgregación y desconcierto, estando en el Gobierno. El partido del poder y el verticalismo, ingresó en un peligroso espiral fragmentario guiado por la consigna del “sálvese quién pueda” frente a la amenaza de una derrota electoral grave el próximo año. La primera experiencia aliancista demostró severas incompatibilidades con la naturaleza histórica del partido.
Alberto Fernández se siente fortalecido en la resistencia pero expone un aislamiento cada vez más peligroso. Cristina Kirchner masculla impotencia ante sus críticas infructuosas y sus fallidos intentos de imponer condiciones. Sergio Massa, cansado de mediaciones inconducentes, se concentra en sus banderas simbólicas. Los gobernadores, solo interesados en revalidar su poder local y poco dispuestos a ser absorbidos por la interna nacional, empezaron a nuclearse en reclamo de más fondos. La CGT evalúa una medida de fuerza contra el Gobierno que por ahora postergó tras el anuncio de Ganancias. Y los intendentes bonaerenses integran un grupo de remeros en una barca a la deriva. El multicolor componente que nucleó al Frente de Todos en 2019 está completamente desteñido y solo se mantiene en sociedad formal porque Mauricio Macri recuperó protagonismo y Juntos por el Cambio expone internas tan profundas como las de ellos. Blandir la amenaza del “regreso de la derecha” se transformó en el único factor de adhesión. Como una vieja banda de rock que debe entonar un hit desgastado para conectar con su público.
De viernes a viernes la semana del oficialismo fue un deshilachado continuo. Arrancó con el acto de la Uocra que Gerardo Martínez le ofrendó a Alberto Fernández, como un gesto de apoyo, pero también de advertencia en forma de lapicera. Los gobernadores se ausentaron en masa, en parte porque si no hay una discusión por fondos, ya no se inmutan, pero también porque nadie los terminó de invitar formalmente. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, aseguran que solo recibieron un flyer enviado por el gremio; nunca un mensaje del Gobierno. Sergio Uñac, el único presente, en realidad estuvo porque es amigo de Martínez. Los intendentes bonaerenses, en cambio, sí fueron parte de una operación explícita de vaciamiento que encabezó Máximo Kirchner y que ejecutó Martín Insaurralde. Ninguno apareció por Esteban Echeverría. No los entusiasma demasiado quedar atrapados en la dinámica camporista, pero no perciben ningún futuro al lado de Alberto. La señal más clara vino desde el propio gabinete: no hay indicador más nítido que el reencuentro con el kirchnerismo de Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis, dos albertistas puros. El ministro de Desarrollo Social incluso estuvo reunido la semana pasada con Cristina Kirchner. En su entorno minimizan: “Hablan regularmente porque la vicepresidenta sigue muy de cerca la situación social”.
El Presidente ignoraba casi por completo toda esta trastienda del acto de la Uocra y fue a exhibir su fragilidad en Esteban Echeverría sin red de contención. En la Casa Rosada no podían entender cómo el día anterior habían hecho trascender la arenga de Juan Manzur para que todos los ministros fueran al acto, lo que transformó una movida sectorial en un test del respaldo al Presidente. Reprobado.
Ese mismo viernes, Martín Guzmán daba un paso decisivo en la consolidación de su rol al frente de la economía al absorber la Secretaría de Comercio Interior. Se lo comunicó a Roberto Feletti, quien allí no dio ninguna señal de rebeldía. Incluso en los equipos del Instituto Patria se trabajó un discurso de justificación para su permanencia. Pero durante el fin de semana Cristina habló con el funcionario y lo conminó a renunciar en señal de descontento con la política de precios. El lunes Feletti apareció con un set de condiciones incumplibles como para forzar su salida. “Él prefería quedarse porque decía que se podían hacer cosas desde adentro, e incluso se lo transmitió a Alberto. Pero ella fue terminante y lo presionó fuerte. Quería dar una señal de advertencia. Dice que esto va a ser un desastre”, relatan en el kirchnerismo.
En La Cámpora aseguran que no pasará lo mismo con sus funcionarios de Energía, a pesar de que deben habilitar los aumentos de luz y de gas que dispuso Guzmán. “Es distinto, primero porque no se trata de una sola persona sino de toda una estructura propia; y segundo, porque el rubro energético tiene otros intereses por fuera de las tarifas, como las obras en marcha”, ilustran. De todos modos, los que no son de La Cámpora, todavía sospechan que puede haber novedades. Tampoco al kirchnerismo le sobra paño. El sábado quiso hacer en Mendoza una movida espejo a la de la Uocra que no salió como esperaban. Esperaban a Máximo y a Kicillof, pero no aparecieron.
El regreso de los caciques
En la tarde del lunes que renunció Feletti, se produjo el dato más novedoso de los últimos tiempos: los gobernadores peronistas pasaron de los encuentros de catarsis a una reunión ejecutiva. Se encontraron en el emblemático CFI y mandaron señales a la Casa Rosada y a la Corte Suprema. Firmaron dos documentos, uno para reclamar por los subsidios al transporte y otro para proponer su propia reforma del máximo tribunal. En ambos casos el trasfondo es económico. Se entiende, los caciques están preocupados porque la inflación y el impacto en los bolsillos amenaza con arrastrarlos también a ellos. Instinto de preservación. Según los cálculos analizados allí, el Gobierno destina $25.000 millones de subsidios al transporte en la zona AMBA y $3000 millones para el resto del país, y como el nuevo presupuesto nunca se aprobó, los valores no se actualizaron. Timbre para Massa y su ministro Alexis Guerrera. “El resto lo tenemos que poner nosotros de nuestros fondos o transferir a usuarios”, se quejó Sergio Uñac, impulsor de la iniciativa, y bajo amenaza de paro de los transportistas de su provincia. Como cualquier reevaluación podría impactar también en la provincia de Buenos Aires, Kicillof planteó: “Che, esto no se va a hacer con mi plata, ¿no?”. “Quedate tranquilo, firmá y después vemos”, lo alentó su par sanjuanino.
El otro documento fue para reclamar una nueva Corte Suprema de 25 integrantes, uno por provincia, más uno por la Nación. Más allá de la tentación por tener un representante en el tribunal, pesó un dato que circuló en el CFI: que los jueces supremos preparan un fallo que favorecería parcialmente a la ciudad en su reclamo por la coparticipación. Del recorte a las arcas porteñas, se reparten 40-60 entre la administración bonaerense y el resto de las provincias. Por eso el mayor enojo se produjo cuando Horacio Rodríguez Larreta adelantó que bajaría impuestos si recupera fondos vía judicial. Gerardo Zamora estaba enardecido con la frase. Un gobernador definió el espíritu reinante: “Fue una manera de decirle a la Corte que si no tiene un criterio federal, está a tiro de que impulsemos una ley que los afectaría. Pero también fue una señal a Alberto, que no hace lo suficiente por las provincias”. Institucionalidad por plata, un trueque temible.
El martes Sergio Massa se reunió con Alberto Fernández y le confirmó que redoblaría la presión para que Guzmán adelantara la suba del piso de Ganancias. Lo habían conversado cuando el Presidente estaba en Alemania y le había dado el ok, pero el ministro dejó pasar los días para que recién se aplicara en julio. Se ahorraba así $2800 millones en el mes, más $1400 millones por el aguinaldo. “Eso es recaudación inesperada”, lo chicaneó Massa, quien había detectado dos amenazas: una, que la oposición se quedara con su bandera de la clase media y se apropiara del reclamo; la otra, más complicada, que los gremios empezaban a analizar un paro o una movilización. Si bien la mayoría había conseguido paritarias en torno del 60% el espíritu levantisco recién se aplacó cuando Guzmán cedió a la presión. Massa lo tiene atravesado desde hace tiempo, pero mucho más desde que el ministro dijo que era “una obviedad” el cambio que él había propuesto para Ganancias. Por eso Massa cree que Alberto dejó que las diferencias quedaran expuestas públicamente para mostrarle al economista que aún empoderado como está hoy, no debe desatender a sus aliados. Claro, el problema es que sus aliados son los que todo el tiempo corroen los números que hay que presentarle al FMI. Máximo forzó el adelantamiento del salario mínimo, Massa el de Ganancias y los senadores kirchneristas lo esperan con una moratoria jubilatoria. Todos se sienten mucho más identificados con la redistribución del ingreso y la recuperación de los haberes que con los intentos por mejorar las cuentas fiscales, algo que por ahora solo se logra vía inflación. Por eso Guzmán se aferra siempre al paso del tiempo.
El martes Fernández anunció la flexibilización al cepo para las petroleras, una medida que la mayoría evaluó positivamente por las oportunidades que tiene el sector. Pero en el kirchnerismo se quedaron con una imagen: la foto que distribuyó Presidencia con Alberto Fernández desenfocado en primer plano y Paolo Rocca detrás, en el centro y protagonista, mirándolo atentamente. “Esa imagen te demuestra que somos distintos”, comentaron con semántica política (causó mucho malestar en el empresariado que el propio Presidente divulgara una cena reservada con Luis Pagani, de Arcor). Por la tarde de ese mismo día, Cristina voló a Santa Cruz, donde se quedó hasta este fin de semana. Los suspicaces subrayaban la inusual coincidencia de que también Máximo fue a Río Gallegos para ver a su familia. Sus voceros desactivaron cualquier interpretación sospechosa, pero los memoriosos dicen que la coincidencia otras veces derivó en sorpresas.
En el campamento kirchnerista impera la admisión de que se agotó el recurso de las críticas y las presiones públicas porque no generan resultados y desgastan la interna. El silencio de Andrés Larroque lo ilustra. “Quedaron entrampados en su estrategia y ahora no saben cómo salir. Cristina siente que la confrontación no resulta y está pensando cómo reencauzar todo para no ir hacia la ruptura”, explicó un importante referente del FDT que habla seguido con ella. Por ahora apelan a generar desde afuera correcciones acotadas en el rumbo económico, como en el caso de las paritarias o el salario mínimo.
Es una admisión implícita de la debilidad de Cristina, la misma que hasta el año pasado generaba un terremoto con una carta y hoy no puede perforar la intransigencia del Presidente. Administrar el declive es un arte difícil. Quizás por eso también empieza a esparcirse el operativo clamor “Cristina 2023″. Lo planteó Carlos Bianco, el riñón político de Kicillof, y nadie lo llamó para cuestionarlo. Al contrario, le llovieron mensajes por haber blanqueado lo que el sector desearía. Como refleja uno de ellos: “Ella siempre dice que no quiere, pero también es cierto que es la que tiene mayor potencial del espacio”.
Entre la noche del martes y la tarde del miércoles, Fernández se rodeó de los propios en una secuencia de tres eventos: un locro en la sede del PJ el 24 a la noche, el Tedeum del día siguiente, y un poco más de locro en Florencio Varela en el mediodía patrio. No asomó ningún kirchnerista. Ni la Primera Junta inspiró señales de distensión. Alberto se arropó en el sector que más terreno ha ganado últimamente: el Movimiento Evita. Basta hablar con cualquier intendente para darse cuenta hasta qué punto la figura expansiva de Emilio Pérsico genera tensiones. Un retratista lúcido del interior albertista define: “Hoy los dos pilares más importantes del Presidente son la alianza territorial con el Evita y la gestión económica de Guzmán”. Luce exiguo.
El Presidente ingresó en una nueva fase de su administración. Se muestra refractario a dialogar con Cristina (“está loca”, dice ya sin cuidarse) y también a darle curso a una mesa de conducción, como le reclaman Massa y el kirchnerismo. Se siente fortalecido en su resistencia, convencido de que el país experimenta una recuperación económica que será acompañada por una baja en la inflación. “Más allá del bien y del mal”, diría un albertista cercano. No hay ningún contacto en la cúspide del poder y él prefiere seguir así, quizás sin advertir que su táctica oriental de quitarle fuerza al kirchnerismo también lo debilita. Cada vez son más los que le dicen que debe llamar a Cristina, y él cada vez se ofusca más con los que se lo proponen. Por eso perdió fluidez en el diálogo con antiguos interlocutores. En este contexto, funcionarios y gobernantes de distintos bandos despliegan una dinámica propia para seguir adelante en la gestión. “No hay nada orgánico ni formal, pero hay vasos comunicantes. Son gestos espontáneos para llevar el día a día”, explica un ministro que adoptó la postura de resignación pragmática. Impera el desorden pero también la voluntad por no dejarse arrastrar totalmente por la disputa.
Ante ese coyunturalismo extremo, hay sectores que empiezan a hacerse preguntas más profundas sobre la naturaleza del peronismo y sus problemáticas recurrente. El politólogo Federico Zapata -quien junto con Pablo Touzón y Martín Rodríguez acaban de publicar un dossier en la revista Panamá- plantea que “desde 2008 el peronismo entró en un achicamiento de su horizonte conceptual y demográfico, una entropía. Desde 2020 ese proceso pasó a una fase de crisis orgánica, porque hay un agotamiento organizacional y conceptual. No es solo una crisis de liderazgo, es mucho más profundo. Hay un debate que no se está dando”. Demasiado para un movimiento directamente interpelado en sus consignas básicas por la pobreza estructural, el estancamiento económico y los efectos de la pandemia.
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