En Gilbert House, el chalecito de gobierno
Gilbert House, la sede de la Asamblea de las islas es un chalecito de madera blanca con techo verde a dos aguas. Allí trabaja n los ocho asambleístas, elegidos por voto. Más que un edificio público, parece una sede de parques nacionales en la Patagonia. En realidad, todo acá tiene ese tono amable y austero, como si se tratara de algo recién hecho, sin esas perspectivas "estatales" que caracterizan a casi todas las sedes de gobierno en la Argentina. Si el lector quiere imaginar algo semejante, que piense en las aldeas de madera de las películas del Oeste: James Stewart, entrando a la asamblea popular en Un tiro en la noche , de John Ford.
La ausencia de imagen "estatalista" refuerza la impresión de que los lazos comunitarios son tan fuertes como los cargos oficiales.
En un lugar tan pequeño, los asambleístas siguen siendo vecinos. Dick Sawle, en su perfecto castellano aprendido a los 15 años en Sevilla a comienzos de los años setenta, asegura que en la última campaña sus gastos fueron 90 dólares, con los que pagó un folleto. Agrega: "No tenemos partidos políticos. Acá es la democracia pura, sin jefes de bancada". Janet Cheek, también miembro de la Asamblea, subraya: "No hay partidos políticos en las islas. Incluso si hubiera partidos, yo me presentaría como independiente; no estoy convencida de las divisiones por líneas ideológicas".
Hoy se discute si se deben aumentar los sueldos de los miembros de la Asamblea para que puedan ser full time en el cargo. Sawle me muestra un organigrama repleto de funciones: "El salario es una barrera y no quiero que haya barreras económicas para dedicarse a todo esto".
Jan Cheek razona: "Ganamos 3000 libras anuales, más las compensaciones por desplazamientos y días en funciones. Si queremos gente más joven en la Asamblea, tenemos que subir nuestro salario. Ser político acá no es fácil. Nos llaman por teléfono a cualquier hora del día y de la noche. Viajamos al exterior y nos ocupamos del estado de los caminos, todo al mismo tiempo; tenemos que pensar nueva legislación sobre derechos humanos, migraciones".
A esa lista, Sawle agrega el sistema de comunicaciones en las dos islas, la sistematización de ocho volúmenes de leyes y la relación entre sector público y privado.
Si Dick Sawle es casi un recién llegado de 1986, contratado como profesor, Jan Cheek, de pelo blanco, traje negro, afable mujer de 65 años, es sexta generación en las islas. Sus padres vivían en Georgia del Sur. Para que fuera a la escuela, la enviaron a la casa de sus abuelos en Stanley. De allí, a los 12 años, partió a Inglaterra con una beca. Como la mayoría de los becarios, regresó a las islas. Es una historia de autonomía, para darle un nombre.
Trabajó como maestra hasta jubilarse y, en 1981, escribió el discurso electoral de su marido como aspirante a la Asamblea. Nunca compitió con él, "porque compartíamos los principios y alguien podía desconfiar de un matrimonio en el mismo lugar de poder". Enviudó y, en 1997, fue elegida por primera vez. Allí sigue, ya que la Constitución permite la re-elección indefinida.
Las islas se autofinancian, excepto en defensa y relaciones exteriores. Cheek, con la sencillez de quien está acostumbrada a rendir cuentas frente sus votantes, me lo explica. El impuesto a las ganancias tiene un piso no imponible de 14.000 libras. No existe impuesto al valor agregado, ese impuesto que los economistas llaman el más injusto. Los servicios médicos reciben un uno por ciento tomado de todos los salarios e ingresos. En los ochenta la pesca desplazó al campo en la recaudación. Pero suena extraño que, durante varios años, fueran las estampillas postales una fuente importante de recursos. Sobre el futuro, iluminado por antorchas petrolíferas, Cheek no teme un cambio fundamental en la comunidad isleña. A partir de 2017, calcula que habrá cien trabajadores establecidos en tierra, y dotaciones que entrarán y se irán de las plataformas offshore . Esta versión parece particularmente pacífica y Cheek evade una pregunta sobre el cimbronazo que la explotación de petróleo puede traer a esta comunidad regida por otros ritmos. Es básicamente una optimista.
Sólo en un tema falta espacio para su tranquilo optimismo: "No tenemos grandes esperanzas sobre el gobierno argentino". Le señalo que también la oposición ha convertido el referéndum en causa nacional dando un apoyo masivo a la Presidenta. ¿Por qué no se invita a las islas a políticos argentinos? Me dice que no lo intentaron porque no vendrían. "Todo ese asunto de que se les va a sellar el pasaporte." Para esta política isleña, la época que permitía albergar ciertas esperanzas terminó con la llegada de los Kirchner, no con el fin del gobierno de Menem. Aunque, obviamente, la edad de oro del diálogo fue mientras Guido Di Tella fue canciller. Hacia el fin de esa etapa, algunas comisiones bilaterales estaban funcionando: sobre pesca y exploración petrolera. Luego, "los argentinos simplemente se ausentaron; no se puede trabajar con gente así". Le pregunto: "¿Esas comisiones dejaron de funcionar después de 2003?". Lo afirma sin dudar.
Frente a la Asamblea de Gilbert House está el hotel Malvina (en singular). Cruzo la calle y entro al bar desierto, salvo un periodista inglés que se acerca a mi mesa y me pregunta cómo creo que va a seguir todo. Yo no tengo mucho tiempo para conversar y, sin mentirle, le contesto: "Del lado argentino todo va a seguir exactamente igual".
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