En Caracas, todos buscaron minimizar la manifestación
CARACAS.– Nadie quiso hablar en público de la protesta, pero el cacerolazo fue el tema excluyente en las largas charlas de espera en la comitiva argentina. Desde críticas al jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, por no haber ido a la manifestación, hasta risas irónicas dedicadas a Patricia Bullrich, los funcionarios que acompañaron en esta ciudad a Cristina Kirchner se mostraron indiferentes al reclamo.
La Presidenta ordenó silencio total y no hubo reacción alguna sobre una de las más nutridas marchas de protesta desde que el kirchnerismo llegó al poder. Ella se había quedado disfónica, la excusa perfecta para evitar hablar. "Me quedé muda", dijo al salir del hotel Tamanaco, en el barrio de Las Mercedes, cuando se dirigía al Congreso para participar de la asunción de Nicolás Maduro. Hizo una seña con su mano, señalando su garganta, y cortó cualquier diálogo con los periodistas que la esperaban en el lobby. Por la noche, con el argumento de la disfonía, lanzó una nueva catarata de 46 tuits sobre temas varios. En algunos pareció aludir al cacerolazo: "Por qué será que en todas partes los que no pueden argumentar o convencer para ser mayoría, se tornan violentos? Porque son minoría?".
Desde media mañana, la comitiva hacía tiempo en el bar a la espera de la partida de la jefa del Estado. Allí, entre aguas con hielo y rondas de gaseosas, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, y el canciller Héctor Timerman, se instalaron en una intensa charla privada. Al rato se sumó el resto de la comitiva, entre ellos el embajador argentino, Carlos Cheppi; el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, y el intendente de Florencio Varela, Julio Pereyra. Otro de los destinatarios de las ironías fue Macri, a quien cuestionaban por su decisión de no haber ido a la marcha. "Tenía miedo que la gente lo insultara", razonó un funcionario.
"No me interesa hablar", cortó Zannini cuando LA NACION lo abordó para que diera su impresión del cacerolazo, y se metió en la librería del hotel. El hombre fuerte del Gobierno no ocultó su malestar, aunque unos minutos antes se lo vio bromista, como suele ser cuando habla en privado. El canciller tampoco quiso dar su punto de vista sobre la protesta. Dijo que no mira televisión y que le gusta leer diarios extranjeros.
Dentro de lo poco que se animaban a analizar los miembros de la comitiva, algunos sostenían que los protagonistas de las protestas representaban a la mitad de la sociedad que no votó a Cristina. "Acá, en Estados Unidos, o en la Argentina, las sociedades se dividen, es normal", razonó un funcionario. "La diferencia es que no tienen un líder, como en los otros países, que encarne el reclamo", abundó, sobre las divisiones de la oposición. El Gobierno se recuesta en esa falta de liderazgo que capitalice el reclamo para mostrar indiferencia sobre lo ocurrido en Buenos Aires. Pero más de uno se acercaba a los medios para preguntar cómo había estado el cacerolazo. Claro: habían viajado toda la noche, con la escala en Lima, y no vieron imágenes en vivo de la protesta.
Casi sin dormir, la comitiva llegó aquí a las 6. La mayoría intentaba hacer cuentas sobre la concurrencia: algunos sostenían que había tenido menos concurrencia que el 8-N. Se conformaban, al menos, con que se haya igualado la cantidad.
En las charlas, integrantes de la comitiva insistían en marcar que la protesta se concentró en los centros urbanos. Un hombre de confianza de Cristina Kirchner hacía cuentas sobre el conurbano. Según decía, la protesta tuvo "baja intensidad", excepto en las zonas más cercanas a la Capital. Sí destacaban al distrito de Lanús como foco de protesta, y La Plata, motivado por las inundaciones. Un poco en broma y otro tanto en serio, un integrante de la delegación se animó a darle una causa a la disfonía de Cristina. "¿Dio muchas órdenes?", preguntó LA NACION en referencia a la anterior confesión presidencial sobre su problema en las cuerdas vocales tras el temporal en La Plata. "No, fue el 18. El 18-A", aclaró el hombre.
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