En busca de una nueva hegemonía libertaria
Milei analiza la posibilidad de nombrar a los jueces de la Corte por decreto si no hay acuerdo antes de fin de año; la idea de una reforma constitucional y la lógica detrás de la disputa contra los medios
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En la cúspide del poder de la Casa Rosada se percibe que el clima cambió. Se respira un aire de sosiego mezclado con cierto aroma a triunfalismo. Todavía recuerdan cuando meses atrás estaban con la vista inquieta sobre los mercados y la reacción social al ajuste. Hoy exhiben casi en tono de revancha los datos financieros en alza, la acumulación de reservas y el éxito del blanqueo para pronosticar que en los próximos tres meses la economía crecerá con fuerza. “Javier cambió mucho últimamente. Está envalentonado, agrandado. Te ametralla con los indicadores y te mete miedo. Percibo que en su entorno le tienen pánico”, describió un legislador amigo que habla regularmente con Milei.
Los empresarios que acceden al ministro Luis Caputo pintan un retrato similar. “Acá vino muy confiado a sentarse con el Fondo y dejó en claro que por ahora no piensa ceder en su estrategia”, sintetizó un operador de Wall Street que lo trató la semana en su viaje a EE.UU.
El Gobierno vive un momento de prematura euforia, como si las lecciones del pasado no aplicaran simplemente “porque esta vez es distinto”. Incluso coquetean con naturalidad con lo que van a hacer en “los próximos siete años de gestión”, dando por asumida la reelección presidencial.
Esta efervescencia embriagadora que vive el Gobierno libera el camino para los sueños más profundos de Milei, esos que apuntan a una transformación refundacional de la Argentina; aquel discurso que resonaba como fantasía en la campaña pero que el Gobierno se lo toma muy en serio. “Queremos construir una nueva hegemonía libertaria y una superestructura que la sustente. Suena un poco gramsciano (por el teórico marxista Antonio Gramsci), pero es así”, sintetiza una figura muy cercana al Presidente, como si se tratara de una consigna aprendida de memoria.
Esa nueva hegemonía imaginada tiene un plano económico (el dogma del déficit cero y la liberalización de los mercados); uno político (la destrucción de la vieja “casta” y la reconfiguración del tablero a partir de la polarización entre las fuerzas libertarias del bien y las socialistas del mal) y otro cultural (la batalla por la imposición de las ideas en materia de género, salud, medio ambiente, derechos humanos, aborto). El Gobierno entiende que en los dos primeros ya hay progresos tangibles, y que en consecuencia es momento de avanzar hacia el último.
La batalla que la Casa Rosada se propone profundizar para intentar reconfigurar parte de la idiosincrasia nacional tiene aristas judiciales, culturales, institucionales y comunicacionales. Y el corolario, bien a futuro, sería poder transformar lo que definen como la “aberrante” Constitución Nacional de 1994, que según sus términos “sólo sirvió para desvirtuar la original y crear kioscos y cargos para la política”. Un agrio homenaje a los constituyentes por los 30 años de la reforma, que al igual que las críticas a Raúl Alfonsín demuestran la irreverencia para interpelar los principios que se creían intocables. Milei, que no siente ninguna deuda con el pasado, está dispuesto a sacudir las bases más sensibles del sistema institucional para remodelarlo por completo. Va por todo, y no lo disimula.
Por esa razón, al principio de su gestión le dio un mandato terminante a Santiago Caputo, el arquitecto de su proyecto reformista: “Garantizar la sostenibilidad del proyecto en el mediano y largo plazo”. “El proyecto sólo es sustentable si está basado en principios claros. Y para eso es necesario tallarlo en piedra. Si tenemos los consensos suficientes en la política menor, vamos a querer dar la discusión constitucional”, avalan en el entorno presidencial. No importa que hoy les cueste aprobar una simple ley.