Emilio de Alvear, entre un intento de homicidio y un invento culinario
La tarde del lunes 6 de septiembre de 1841 iba terminándose. El jardín de William Niblo -en el actual Soho de Nueva York- se hallaba iluminado con cientos de luces de gas. En el escenario ubicado en el centro, un grupo de artistas ejecutaban melodías clásicas. Los violines marcaban el ritmo y las parejas que bailaban entretenían al público desperdigado en sillas por el prolijo pasto.
Emilio de Alvear abandonó la pista y se acercó, junto con dos señoritas, a la barra del salón interno, donde se ofrecía café, limonadas y otros refrescos. Tenía 23 años, nacido en Río de Janeiro, era un joven atractivo con un mostacho muy a la moda. Había completado sus estudios de Derecho en los Estados Unidos, adonde había acompañado a su padre, el general Carlos María de Alvear, quien se desempeñaba como diplomático en ese país. Emilio actuaba como su secretario personal. Por lo tanto, integraba la comisión argentina.
En el momento en que Alvear alzó el vaso para tomar su bebida, recibió un fuerte golpe que le hizo perder dos dientes. Se dio vuelta diciendo "What is this?" (¿Qué es esto?) El agresor lo embistió con un cuchillo y lo hirió en ambos labios. Cayó sangrando al piso, manchando los vestidos de las damas, y apenas pudo contener un nuevo ataque usando su mano para protegerse, lo que le valió la pérdida de una fracción de un dedo.
Ante los gritos de las damas, varios acudieron y entre ellos míster Harmony, quien persiguió al atacante. Mientras tanto, llevaron al argentino a un cuarto en la planta superior del salón. Mandaron buscar a un médico que acudió de inmediato. Por la cantidad de sangre perdida, la sensación general era que esa misma noche el joven moriría. Se decidió trasladarlo a su casa. Un carruaje llevó al moribundo. Pero no era para tanto. Fue cosido y solo quedaba esperar que se repusiera.
Harmony alcanzó al agresor y lo sostuvo. El hombre, con actitud pasiva, le dijo que no hacía falta, que estaba yendo a la oficina de policía a confesar su acción. Y aclaró el motivo: según Harmony, el atacante dijo que Alvear se había metido en el cuarto de su mujer y que ella lo había permitido. Que al viajar a Nueva York, estaba dispuesto a matarlo y que agradecía a Dios no haberlo conseguido. Entonces Harmony dijo:
-¿Pero, por qué no lo retó a duelo?
-Porque pensé que no habría de aceptar
-¡Claro que el Signor Alvear hubiera aceptado! Ahora será él quien le pedirá una satisfacción.
-Por supuesto, y estaré muy feliz de dársela.
El agresor
Samuel A. Suydam, oriundo de Carolina del Sur, fue el agresor. Se presentó ante la autoridad policial y confesó su ataque. Lo demoraron por algunas horas hasta que fue liberado mediante el deposito de una fianza que él mismo pagó. Era una persona conocida y solo le pidieron que no abandonara la ciudad y que siguiera alojado en Astor House hasta que se haya aclarado debidamente el asunto. Era un caballero y no había motivos para dudar de su palabra. Por lo tanto, continuó tomando sus vacaciones. Precisamente, Astor House había sido el escenario de los hechos fundamentales de esta historia.
Fue el primer hotel de lujo que existió en Nueva York. Hoy, en ese lugar se encuentra el City Hall, sede del gobierno de la ciudad, vecino al emplazamiento que tuvieron las Torres Gemelas. El Astor tenía 309 habitaciones, distribuidas en seis plantas. La superior, de menor altura, se reservaba para el personal de servicio que llegaba con los viajeros. Una de las particularidades del hotel es que tenía salones exclusivos para caballeros y otros en donde se permitían las damas, pero siempre acompañadas. Una mujer sola era, a los ojos de aquel tiempo, una prostituta o una cazafortunas.
En la temporada de verano el hotel estaba colmado. Era el tercer año consecutivo que el matrimonio Suydam pasaba los meses cálidos hasta mediados de septiembre en Astor House. El asunto que lo alteró había ocurrido un año antes, en agosto de 1840.
¿Hubo algo entre el joven abogado y la señora María Suydam?
Las posiciones estaban muy enfrentadas. El agresor afirmaba con vehemencia que el argentino había ofendido a la dama. Alvear negaba todo. Su cara quedó estropeada por las costuras y durante un par de semanas tuvo que ingerir líquidos utilizando un canuto.
La noticia se esparció en diarios del país y, frente a una versión que el atacante consideraba incompleta, envió una carta explicando con lujo de detalles lo que había ocurrido. Alegaba que cualquier marido que sintiese que ofendían a su mujer hubiese hecho lo mismo que él.
Por tratarse de una causa penal, el Estado de Nueva York accionó contra Suydam. Se realizó una audiencia, convocada por el respetable juez Samuel Rossiter Betts. Estuvieron presentes el victimario, quien había contratado a uno de los estudios de abogados más importantes de Nueva York, y la víctima, cuyas cicatrices eran notorias. Un periódico mencionó al pasar que las dotes galantes del argentino se verían afectadas para siempre.
Una ley dictada en 1790 establecía que un homicidio, intento de homicidio o cualquier otro tipo de ataque, tenía la condición de agravado si la víctima era un embajador o representante de algún país. El espíritu de la ley buscaba ofrecer seguridad a los ministros de las naciones extranjeras. Siempre iban a estar protegidos en territorio norteamericano.
Atendiendo a esa garantía, el juez Betts le impuso a Suydam una fianza más alta que la que se había ordenado al principio. El acusado pagó el nuevo monto y regresó al hotel.
En los meses posteriores fueron reuniéndose las evidencias y se conformaron las listas de quienes deberían dar sus testimonios. Surgió un inconveniente. Dos testigos presenciales que habían sido llamadas a declarar se ausentaron de Nueva York. Una de ellas viajó hacia el sur del país, mientras la otra, la señorita Selinda Stewart, se embarcó rumbo a París. Pero antes de partir, dejó una carta en la que aclaraba que no le interesaba ser objeto de atracción en la corte por este tipo de escándalo, exponiéndose a las preguntas indiscretas de los periodistas y a los chismes de los diarios.
Durante el juicio, mucho no se trató el tema de la agresión en sí. Apenas, el debate acerca de si las heridas en la cara fueron provocadas por un cuchillo. Un perito presentado por la defensa sostuvo que pudieron haber sido cortes generados por el anillo que usaba el agresor.
Pero la discusión se desvió del punto principal, el ataque en Niblo’s Garden, para centrarse en si Emilio de Alvear había cortejado a la señora Suydam. El argentino manifestó que durante unas cortas vacaciones que se tomó en Astor House, en agosto de 1940, había conocido al matrimonio, pero aclaró: "Nunca estuve en el dormitorio de la señora, nunca le escribí una carta y tampoco sabría decir si volví a verla alguna vez más".
Suydam, por su parte, expresó que aprobaba que las leyes ofrecieran seguridades a un ministro de otra nación, pero que no estaba de acuerdo con que protegiera a libertinos extranjeros. Para contrarrestar el testimonio de Alvear, el acusado aportó testigos, como Ralph Bogart (empleado del hotel), que aseguraron que vieron al joven acercarse a la señora, o Joseph Gavin (mucamo) que afirmó haber visto a Emilio en el cuarto de Lady Suydam.
El juicio culminó el sábado 30 de julio de 1842, a once meses de los hechos. A esa altura, las cicatrices de Alvear eran bastante pequeñas, es decir no habían generado una desfiguración en la cara como se había pensado en las primeras semanas. El jurado dio su veredicto: culpable. Suydam apeló ante la Corte.
El juez Smith Thompson presidió el tribunal que analizó el caso en diciembre. Se permitió al acusado hacer un nuevo descargo. En esa oportunidad, el hombre dijo que la ley que protegía a embajadores, descuidaba a personas como su mujer y él. Y pidió que se escuchara a la señora. María C. Suydam subió al estrado y dio su testimonio.
Dijo que con su marido habían tomado vacaciones en los años 39 y 40 en Astor House de Nueva York. A Emilio de Alvear lo vio en agosto del 40, pero nunca nadie los presentó. Aseguró que el joven solía sonreírle e inclinarse cuando ella pasaba. Se vio en la obligación de rechazarle varios ofrecimientos para que conversaran. Afirmó que Alvear le había escrito esquelas "de carácter repugnante" y se las había pasado por debajo de la puerta de su habitación. Pero aún faltaba aclarar un punto. ¿Era verdad que el argentino había entrado a su cuarto?
María contó que una noche, después de comer, había subido a recomponerse el peinado. Nosotros asumimos que se encontraba sola, ya que el marido debía estar fumando un puro, tomando un bourbon o jugando a las cartas, como se estilaba. María se sentó frente al tocador y se peinaba cuando ingresó Alvear. Según su versión, el caballero intentó tomarle la mano, pero ella reaccionó levantándose y se ubicó junto a la mesa que estaba en el centro del cuarto. Los dos se movían en círculo alrededor de la mesa hasta que ella huyó corriendo hacia la puerta y consiguió escapar. Bajó por la escalera hasta los salones comunes.
¿Por qué no acudió a su marido? La dama respondió que prefirió esperar porque sabía que Samuel reaccionaría generando un escándalo. Esperó a que regresaran a su casa en Carolina del Sur y recién allí le contó la situación incómoda.
La declaración de la señora, sumada a las explicaciones que dio el marido no fueron suficientes para modificar el veredicto, pero seguramente atenuaron la pena. Suydam fue condenado a seis meses de prisión más quinientos dólares de multa.
El 21 de febrero de 1843 cuando llevaba dos meses tras las rejas, el presidente de los Estados Unidos, John Tyler, firmó su indulto y ordenó que se le devolvieran los quinientos dólares. Luego de un año y medio de ausencia, regresó a Carolina del Norte. Un diario de Misisipi celebró la noticia del indulto: "Esto es para que aprendan los extranjeros que a una mujer norteamericana no se la insulta".
El general Carlos María de Alvear, ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina, murió en Nueva York el 3 de noviembre de 1852. Los funerales, presididos por Emilio, tuvieron lugar en la antigua Catedral de San Patricio, situada a tres cuadras de Niblo’s Garden. Como dato anexo, el cargo del Alvear padre sería ocupado, luego de trece años de acefalia, por Domingo F. Sarmiento.
El joven Emilio regresó a Buenos Aires y el pollo saltado
Aquí estableció un estudio jurídico en la calle Perú. Se promocionaba como un abogado que hablaba inglés y francés. En 1858, contrajo matrimonio con Delia Fernández y se convirtió en una figura destacada. Fue diputado del Congreso de Paraná y ministro de Relaciones Exteriores en 1860, durante el gobierno de Santiago Derqui. La familia Alvear Fernández tenía su quinta en San Isidro, donde Emilio integró la comisión que actuó ante la epidemia de fiebre amarilla en 1871, hace ciento cincuenta años. Se lo conocía como el más mundano de los Alvear. En 1880, tuvo el honor de ser uno de los tres oradores que despidieron los restos del general San Martín en el puerto de Le Havre cuando fueron embarcados en el vapor Villarino rumbo al Río de la Plata.
La concurrida casona de Buenos Aires
La familia vivía en Artes (hoy Carlos Pellegrini) y Juncal. Era conocida como el palacio del doctor Alvear. En aquella casa se creó el pollo saltado con jugo de uvas. Ocurrió de la siguiente manera:
El Brasileño Francisco Figueredo, cocinero de personalidades de aquel tiempo, fue contratado para una comida íntima en casa de los Alvear Fernández. Según las instrucciones, tenía que preparar un pollo al champagne. Le trajeron de la bodega de la casa la botella del espumante importada de la región francesa y, con claro sentido profesional, se dedicó a probarlo. Estaba tan rico, que el profesionalismo pasó del claro al castaño y del castaño al oscuro. Sorbo va, sorbo viene, cuando quiso acordarse, se había tomado el champagne. Pero no permitió que el mareo le hiciera perder el norte. Había que superar el problema de la escasez. "Fui a la quinta que había en los fondos de la casa, corté varios racimos de uva y fabriqué el pollo al jugo de uva". Aquí, la receta dictada por el creador:
1) Pele, pase por llama de aguardiente, parta como para guisar, sazone con sal, nuez moscada y pimienta.
2) Ponga en una sartén con dos cucharadas de manteca, dos de aceite fino, deje dorar perfectamente.
3) Agregue tres cucharadas de cebolla picada muy menudas, una de perejil, un diente de ajo, media hoja de laurel, una cucharada de harina,
4) Agregue media cucharadita de azúcar derretida color caramelo, dos tomates maduros.
5) Cinco minutos antes de servir ponga el jugo de dos racimos de uvas bien exprimidas.
6) Sirva con la salsa bien reducida y la guarnición que le guste; puede poner trufas y champiñones al último.
El novedoso plato de Figueredo cautivó a los comensales.
Un accidente en París, le provocó daños irreparables a don Emilio. El 21 de abril de 1885, en el palacio de Retiro, y en tiempos en que su hermano menor Torcuato cumplía funciones de intendente, murió el hombre que había nacido en Brasil y que casi muere en los Estados Unidos por un asunto que nunca fue debidamente aclarado. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta, en el imponente panteón de la familia.
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