Elecciones en Córdoba: el “cordobesismo” se pone a prueba en un microclima de campaña a medida de Schiaretti
El concepto nació en 2011 con De la Sota, suplantó a “la isla” de Eduardo Angeloz y sigue condicionando la política mediterránea
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CÓRDOBA.- Fue el exgobernador José Manuel de la Sota quien, por primera vez, habló de “cordobesismo”. Era agosto de 2011 y celebraba su tercer triunfo electoral. Con el paso del tiempo, el concepto pasó a integrar el vocabulario político de la provincia, sea con interpretación positiva o negativa. La idea se basa en una identidad local fuerte que se muestra rebelde cuando, desde afuera, quieren incidir. Como “modelo” político, el peronismo cordobés lo usa como sinónimo de la defensa de los intereses provinciales y el reclamo ante lo que considera “arbitrariedades” nacionales.
Pero también tiene una faz arquitectónica: bajo el paraguas del cordobesismo, De la Sota y Juan Schiaretti crearon un frente capaz de incluir y, a la larga, deglutir, a expresiones políticas que van desde la derecha a la centroizquierda, con capacidad para sostener en simultáneo tanto valores como a dirigentes del PJ ortodoxo, kirchneristas, radicales, macristas, progresistas y conservadores. Con cada nueva incorporación llueven las denuncias de compras de voluntades por parte de los afectados. Pero el ciclo no se detiene. Nada que envidiarle al MPN neuquino o al Frente Renovador de la Concordia misionero.
“El cordobesismo somos todos los que estamos a favor de Córdoba y todos los que estamos dispuestos a defenderla de los que quieran atacarla. Es una idea más grande, superadora de las diferencias entre los partidos y de las peleas feroces entre sus dirigentes”, dijo De la Sota en 2011, al celebrar la victoria que lo llevaría por tercera vez a la gobernación, luego de dos mandatos consecutivos entre 1999 y 2007.
Su socio político y sucesor en el gobierno, Juan Schiaretti, que gobernó entre 2007-2011 y volvió al poder en 2015, continúa con el concepto e incluso intenta “nacionalizarlo” con su candidatura a presidente al sostener que el “modelo” cordobés puede extrapolarse a una administración nacional.
Después de ser derrotado por la UCR en 1987 y 1991, De la Sota impulsó su tercera candidatura a gobernador en 1999 bajo el paraguas de Unión por Córdoba, sumando a sectores que se habían acercado al menemismo como el Partido Demócrata y la Ucedé. Schiaretti fue más allá e incorporó a referentes del socialismo, el GEN. En los últimos meses, directamente sumó a dirigentes de la UCR y de Pro, a los que les dedicó lugares protagónicos, como la radical Myrian Prunotto, candidata a vicegobernadora de Martín Llaryora, y Javier Pretto (hasta hace poco presidente del Pro cordobés), postulante a viceintendente de Daniel Passerini en la ciudad capital.
Lo mismo sucedió puertas adentro del PJ, con quienes buscaron, con apoyo del kirchnerismo, desbancar a la dupla De la Sota-Schiaretti. Eduardo Accastello, intendente de Villa María, fue candidato a gobernador en 2015 y consiguió un 17% de los votos. Poco después retornó al oficialismo cordobés. Su sucesor en Villa María, Martín Gill, se perfilaba como la apuesta del kirchnerismo para dar la batalla este año (fue diputado nacional del Frente para la Victoria y secretario de Obras Públicas de Alberto Fernández), pero también se realineó con Schiaretti meses atrás.
El propio Llaryora, antes y después de coronarse como intendente de San Francisco, en 2007, sufrió a De la Sota: compartían partido pero el gobernador tenía un mejor vínculo con el cacique radical Hugo Madonna. Llaryora volvió a desafiar al dúo cuando enfrentó en internas a Schiaretti en las elecciones legislativas de 2013. Perdió, pero era hora de integrarlo definitivamente al “cordobesismo”. Llaryora se convirtió en ministro de De la Sota ese mismo 2013, en vicegobernador de Schiaretti dos años después y en intendente capitalino en 2019. Todos adentro.
La traducción del “cordobesismo” a un “frente de frentes” es el planteo que Schiaretti dijo estar dispuesto a armar este año a nivel nacional si Juntos por el Cambio (JxC) aceptaba armar una nueva coalición y sumarlo.
La propuesta de Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales no prosperó pero generó un tsunami a menos de un mes de la elección a gobernador en Córdoba. Luis Juez se paró de manos para rechazarla. “No necesitamos que desde el puerto nos digan qué es lo mejor para los cordobeses”, reclamó a viva voz frente a la cúpula de Juntos por el Cambio. La frase parece sacada del diccionario básico del “cordobesismo”, aunque la usó para separarse de sus adversarios electorales.
La decisión de Schiaretti de presentarse como candidato a presidente este año, sin un esquema de contención, resultó una novedad para el “cordobesismo”. Hasta la muerte de De la Sota en 2018, ambos dividían sus áreas de acción. “El Gallego” era el interesado en salir de las fronteras y “El Gringo” se quedaba a administrar. Este año los dos segmentos se superpusieron. En el círculo chico del gobernador admiten que la jugada conlleva “riesgos” ya que, cada vez que hay elecciones nacionales, una buena parte del electorado “cordobesista” arría banderas para votar por Juntos por el Cambio.
El microclima de los cierres y el caos Chaco-Jujuy
No faltan incluso quienes miran las encuestas y advierten que el “affaire” Schiaretti-Juntos por el Cambio puede haberle costado tanto al gobernador como a sus rivales. Por unos días, Juez recuperó iniciativa y visibilidad en la versión que mejor le sienta, la combativa, para plantarse “contra el puerto”. Pero el votante cordobés y la estructura partidaria de Juntos por el Cambio quedaron entrampados en las dudas por la sociedad impulsada por Larreta y Morales. Patricia Bullrich y Mauricio Macri se apersonaron en la provincia para recalibrar la brújula.
Schiaretti y Llaryora, por su parte, podrían haber pagado un costo en la bolsa no menor de votantes indecisos por la maniobra poco “cordobesista” del mandatario, que se mueve mejor en los carriles del cálculo y la gestión que en los del arrojo político.
De todos modos, pese a ese “pico”, la campaña volvió a perder temperatura y a centrarse en en la agenda propia que respira la provincia, que lleva a todos los contendientes a polarizar con el oficialismo. Incluso el cierre de las listas nacionales quedó enturbiado en Córdoba por otros factores.
Dos fueron ajenos: el femicidio de Cecilia Strzyzowski en Chaco, primero, y la violencia de las protestas y la represión por la reforma constitucional en Jujuy, después, desviaron la atención sobre la campaña local. El tercero fue un “mérito” de Schiaretti: al ubicar la fecha de las elecciones provinciales un día después del cierre de listas, la semana previa a los comicios quedó contaminada con las especulaciones, y luego los anuncios, de las fórmulas presidenciales.
Con un plus: más de un candidato que este domingo buscará el voto de los cordobeses quedó entrampado en un dilema: si su nombre aparece anotado también en una lista para un cargo en el Congreso nacional, sus reales aspiraciones “cordobesistas” quedarán en duda.
La suma de esos factores hizo que Córdoba atravesara lo que debían ser sus días de campaña más calientes en un microclima templado, si no frío. Como una “isla”, diría Eduardo César Angeloz, el radical que gobernó estas tierras entre 1983 y 1995. No existía aún la palabra “cordobesismo”, pero la idea que guiaba a la política local era la misma.
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