Elecciones 2023 | La osadía de Javier Milei ante su plebiscito particular
El candidato antisistema acentuó su perfil rupturista en busca de capitalizar la aceleración de la crisis; Bullrich y Massa creen que habrá una paridad similar a las PASO
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La sociedad argentina ha sido capaz de gestar el módico consenso de que las elecciones de este domingo son la antesala de una aceleración de la crisis aguda que se ensaña con el país sin que nadie asuma la responsabilidad ni los costos de ensayar una solución.
En esa frontera imaginaria a partir de la cual se abre lo desconocido los focos iluminan a Javier Milei, favorito a convertirse en el próximo presidente desde el momento en que sorprendió con su desempeño en las PASO de agosto. La inercia de aquel huracán electoral reconfiguró el sentido de la primera vuelta presidencial hasta convertirla en un virtual plebiscito sobre la propuesta de derrumbar el sistema político que ofrece el candidato de La Libertad Avanza.
Por voluntad o simple improvisación, Milei se adaptó a esa lógica. En lugar de moderarse, como le sugerían después del triunfo, encaró el camino hacia el gran desafío de su vida con una versión desaforada de sí mismo. Irrumpió en el acto de cierre de campaña en medio de imágenes de bombas atómicas y demoliciones de edificios, mientras alentaba a sus seguidores a cantar que “se viene el estallido”.
Es un mensaje que conecta con el ansia de revancha contra la política que supo detectar en una parte importante de la población. Promete una destrucción selectiva de los enemigos del pueblo, como si fuera posible salvar a “la gente de bien” de una explosión nuclear o hacer un ajuste del Estado a pura motosierra sin talar a sus propios votantes. Lo expresa con un ritual celebratorio de la catástrofe posible, desconectado misteriosamente de la gravedad de sus consecuencias.
Las señales disruptivas se acumularon en las últimas semanas, en medio de discusiones en el entorno del candidato sobre cómo enfrentar el desafío de crecer. Fogoneó el pánico económico con sus declaraciones sobre el dólar y los depósitos bancarios, abrió un debate sobre los crímenes de la dictadura, negó el cambio climático, dejó que sus aliados lo enfrentaran de nuevo con la Iglesia Católica o promovieran el derecho de los hombres a renunciar a la paternidad de sus hijos.
Milei sacó 31,6% de los votos válidos en agosto. Para consagrarse en primera vuelta necesita retener esos apoyos y dar un salto adicional muy considerable. Tocar los 40 puntos (que le darían la presidencia si sus rivales no llegan a 30) implica convencer a unos 2 millones de votantes nuevos. Alcanzar el 45%, que le garantiza el ascenso al poder, implicaría otro millón adicional. ¿Tiene sentido ponerse tantos nuevos “techos” o simplemente quiere probar su tesis de que existe una pulsión irrefrenable hacia un vuelco político y social drástico?
A su lado están convencidos de que a estas alturas el deterioro institucional y el dólar de 1000 pesos son un trueno que tapa cualquier cosa que él o sus candidatos puedan decir. “La crisis juega para nosotros”, resumen.
La osadía lo llevó a vaticinar antes de la veda que ganará sin necesidad de ballottage. Se fijó una vara altísima en el juego de las expectativas. ¿Cómo se reacomodará de cara a la segunda vuelta si se queda en la orilla? Acaso para atenuar efectos no deseados instaló en paralelo la sospecha de que será víctima de un fraude y mandó a su apoderado legal, Santiago Viola, a dejar constancia de sus inquietudes en la Justicia. Paraguas bien abierto.
La convicción de que en las PASO el kirchnerismo “le cuidó las boletas” a La Libertad Avanza y que eso ahora podría modificarse está muy arraigada en Milei. Su pacto con Luis Barrionuevo responde casi exclusivamente a la obsesión por no perder puntos valiosos en el mercado de las picardías peronistas. Aceptó pagar el precio de pegotearse con un símbolo de “la casta” contra la que predica. El argumento mesiánico de que “aquellos que abracen las ideas de la libertad” serán redimidos de todo su pasado es otra de las sentencias que se ponen a prueba en el combo del plebiscito dominical. Se sabrá, en otras palabras, si el pacto con Barrionuevo fue una genialidad o un tiro en los pies.
“Nuestros números nos dicen que ganamos, pero parece difícil que sea en primera vuelta”, dice uno de los estrategas de la campaña de La LIbertad Avanza. El candidato también le responde con cautela a los conocidos que le escriben en busca de hurgar en sus sensaciones. “Soy bilardista”, dice en privado, aunque el Doctor lo hubiera castigado por gritar el gol antes de tiempo en sus últimas apariciones públicas.
Cuentan que desde el viernes está enfocado en la preparación del discurso de la noche electoral. Sabe que –de mantener el primer lugar– sus palabras tendrán un impacto decisivo en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Lo escribe solo. Mantiene diálogos radiales con sus colaboradores, atrapados todos en una nube de ansiedades. Se han acostumbrado a que la campaña se rige más por la sorpresa que por la estrategia.
Sergio Massa y Patricia Bullrich repiten que la definición electoral va a ser extremadamente pareja. De sus búnkeres salen encuestas (siempre bajo un manto de dudas) que muestran un bajón de Milei en las últimas tres semanas. ¿Datos o expresión de deseos? La incertidumbre es la marca de este proceso electoral.
“Todo se reduce a si predomina el miedo o la bronca”, dice un ministro muy activo en la campaña de Massa. “No sabemos si la gente responde de verdad a los encuestadores, si hay un voto oculto y si, en ese caso, Milei puede volver a sorprender”, se sincera un exfuncionario macrista muy cercano a Bullrich.
Las contradicciones de Massa
Massa articuló su mensaje y su acción como ministro sobre la idea de inyectar temor al estallido que anuncian los libertarios. No gastó energía en explicar cómo va a solucionar como presidente los problemas que se agravaron durante su gestión como mandamás de la economía. Sus rivales le permitieron ocultar esa contradicción sin incordiarlo demasiado. La fantasía de que la Argentina vive una transición sin responsables es acaso el mayor éxito de su estrategia de comunicación.
Desde agosto esta campaña ha sido toda de él. Cristina Kirchner salió de escena y su hijo Máximo se bajó de los palcos. Alberto Fernández se dedicó al turismo presidencial y a llenar el álbum de selfies con políticos extranjeros. Para bien o para mal, el resultado será patrimonio de Massa.
En su triple rol de ministro, candidato y jefe de campaña ajustó las tuercas de gobernadores e intendentes para exprimir al extremo la capacidad del aparato peronista de influir en el destino de una elección.
Es un desafío mayúsculo. Desde las PASO, en las que Unión por la Patria terminó en tercer lugar, el dólar paralelo casi duplicó su precio y al final Massa tuvo que apelar a la Policía Federal para contener una corrida para la que no encontró soluciones de técnica económica. Van dos meses seguidos de inflación por arriba del 12%. Los comerciantes suspenden operaciones y los consumidores compran como si en lugar de unas elecciones viniera una guerra. ¿Puede el ministro de Economía de un gobierno en esas condiciones aumentar su cosecha de votos y aspirar a un triunfo? ¿Lo rescatará el temor de aquellos que se aferran a no perder lo poco que les queda?
El objetivo mayor de la campaña oficialista está en la provincia de Buenos Aires, donde obtuvo en agosto el 44% de todo su caudal nacional. Necesita estirarse todavía más. Estudios que circulan en el búnker massista indican que el ausentismo en las PASO se acentuó en circuitos electorales de bajos niveles de ingresos donde el peronismo habitualmente arrasa.
En esa geografía recogió Milei una parte decisiva de sus apoyos. Una de las claves del escrutinio pasa por saber si los desencantados que decidieron no participar en agosto le dan una oportunidad a Massa, saltan hacia los libertarios o insisten en pasar del sistema.
Otro inmenso signo de interrogación se dibuja alrededor del impacto que tendrán los escándalos de corrupción en la Legislatura y el pus que dejaron a la vista las aventuras mediterráneas de Martín Insaurralde.
La inquietud atrapa a Axel Kicillof, que en agosto creyó tener la reelección en el bolsillo. Tiene en contra al 65% del electorado, pero como no hay ballottage la gobernación se puede ganar con el tercio restante. Se sacó la lotería con la división opositora que desorienta el voto estratégico. Pero el deterioro acelerado de la economía y la exposición de mugre política lo exponen a una carambola: ¿será capaz de no perder votos en ese contexto y que además le juegue a favor el reparto entre Néstor Grindetti (Juntos por el Cambio) y Carolina Píparo (La Libertad Avanza)? La diferencia en las PASO a favor del gobernador fue de apenas tres puntos.
La supervivencia –y también la eventual metamorfosis– del kirchnerismo depende de manera trascendental de cómo salga la batalla bonaerense.
¿Resurge Bullrich?
Patricia Bullrich se propone resurgir sobre el final, después del decepcionante resultado que Juntos por el Cambio obtuvo en agosto. Las PASO la arrastraron a una crisis existencial. Milei le arrebató la bandera del “cambio profundo” y la dejó en un lugar del tablero político donde no se reconocía. El triunfo en las primarias contra Horacio Rodríguez Larreta no vino acompañado de un carnet de líder indiscutida de su coalición.
Tardó en encontrarse. Se aceptó “un poco paloma” después de años de esmero en moldear su identidad de halcón. Y entendió que su diferencial es “el equipo”: la gobernabilidad que puede ofrecer JxC en contraposición a la dinamita de Milei y la inestabilidad política intrínseca a la coalición kirchnerista que Massa se propone conducir.
Un segundo debate presidencial mejor que el primero la alentó a integrar a Larreta con el anuncio de que sería su jefe de Gabinete en caso de ganar. ¿Jugada tardía? “Puede ser, pero mejor tarde que nunca”, responde un integrante de la mesa chica del Pro. También se abrió a darle protagonismo a Mauricio Macri.
La posibilidad de mejorar el pobre desempeño de agosto en Santa Fe, Mendoza y Córdoba sostiene la ilusión de Bullrich de pasar al ballottage. ¿Podrán los gobernadores de JxC influir sobre un electorado que en agosto fue esquivo a Bullrich y Larreta? ¿Se repetirá la tendencia histórica del macrismo a experimentar un alza entre las PASO y las generales? En la respuesta a esas preguntas se juega no solo la subsistencia de una candidata en esta carrera: hay una convicción muy extendida en toda la coalición de que si Bullrich saliera tercera Juntos por el Cambio se encaminaría a la disolución.
Los integrantes de la coalición se adaptaron a regañadientes a la lógica que la primera vuelta se asemeja a un plebiscito sobre Milei. Bullrich aceptó enfrentarlo de manera decidida. A él y también a sus ideas. En las últimas semanas apuntó a describir la propuesta de La Libertad Avanza como una salida fallida del kirchnerismo hacia una nueva forma de populismo. Los seguidores de JxC y los de LLA trazan una minigrieta que se reproduce en las redes sociales con la violencia propia de ese ecosistema.
Las tensiones acumuladas en una campaña que empezó hace una eternidad, la incertidumbre sobre el resultado y el telón de fondo de la crisis entorpecen cualquier atisbo de cooperación entre rivales. A medida que se cristaliza la idea de que “para arreglar la economía primero hay que arreglar la política” parece aumentar el precio de explorar acuerdos.
¿Podrá el voto popular desatar este nudo? No es casual el dramatismo con que los argentinos afrontan el domingo electoral ni que aquello que se adivina más allá sea un territorio de tinieblas en el que todo lo malo que experimenta hoy esta sociedad dolida puede aún desbarrancarse hacia algo peor.
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