El voto con mal humor presidió la jornada
Los argentinos votaron con un humor de perros; pero, argentinos al fin, lo hicieron tan a medias tintas que poco habrá cambiado en la Argentina después de las elecciones, acaso con la excepción, presente en las palabras del Presidente de última hora, de que el Gobierno introduzca en sus filas mayor homogeneidad.
La experiencia de ayer estuvo trabajada por una rara mezcla de bronca, impotencia e hipocresía, porque no se habría votado así si hubiera habido una inmensa mayoría dispuesta verdaderamente a poner patas arriba el país.
La suma de los votos en blanco e impugnados alcanzó porcentajes astronómicos en relación con las prácticas habituales de los votantes, con excepción de los años en que el peronismo estuvo proscripto. Sin embargo, no había hasta el cierre de esta edición un solo distrito en que ese voto de protesta contra todos y contra todo representara siquiera a uno de cada tres sufragantes. Sólo Santa Fe parecía estar en ese promedio.
La media del país fue bastante menos, por cierto. Esto no fue la Revolución de las Flores de 1968 de los estudiantes norteamericanos ni nada que se le parezca. No se percibió un afán colectivo por destruir lo existente, sino un sentimiento de repulsa por un ciclo de corrupciones que cuesta desmontar, y de desánimo y decepción por una recesión que no da sosiego traspuestos 40 meses de su instalación.
No puede decirse que haya salido victorioso de esta emergencia comicial un solo candidato identificado con el Presidente, por la simple razón de que no hubo uno solo que se haya identificado como tal en los actos proselitistas. Tampoco los amigos políticos personales del ministro Cavallo tuvieron un día para celebrar, ¿pero qué plan de alternativa para la economía y las finanzas, para las grandes cuestiones que enfrentan al país consigo mismo y el mundo, presentaron las grandes figuras de este nuevo justicialismo post-Menem, que, sin un caudillo único, prevaleció en el país?
¿Qué hubo de nuevo que no se haya previsto en los cálculos previos? Poco, muy poco, a no ser que el humor más exasperado contra la clase política dominante prefirió pronunciarse sin atar compromisos con nadie antes que hacerlo por quienes prometían cambios de fondo en las prácticas y en la sustancia políticas. A no ser, por eso mismo, que el desconsuelo de algunos seguidores de la diputada Elisa Carrió, que confiaban en un mejor desempeño -el de un ganador- para la lista encabezada aquí por el diputado socialista Alfredo Bravo.
Eso permitió, según los datos parciales existentes a la hora de escribirse este comentario, a la Alianza alzarse con el mayor número de votos positivos en la Capital Federal y diluir así la gravedad de su retroceso electoral en el distrito en que hizo su carrera política el actual Presidente. Y fue también aquella actitud colectiva lo que ayudó al ex presidente Alfonsín y al radicalismo bonaerense a llegar a la orilla en un segundo lugar, claramente distanciados del padre Luis Farinello y de los candidatos de ARI, pero en una performance del viejo partido que no puede ser interpretada sino como de debacle. Un día negro para la UCR bonaerense, de esos que en los partidos europeos se paga con la renuncia colectiva de todo un gobierno partidario.
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Las elecciones de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe confirmaron que entre los gobernadores justicialistas de los principales distritos del país están los candidatos naturales a suceder en 2003 al presidente De la Rúa. Debería producirse una transformación singular de las expectativas públicas para que pueda decirse algo distinto en esa materia.
No fue, sin embargo, ninguno de esos candidatos potenciales a la presidencia de la Nación, sino el ex gobernador Eduardo Duhalde, consagrado senador por Buenos Aires, la figura más exitosa de la jornada. Por eso, si el gobernador Carlos Ruckauf logra reacomodar de aquí en más su gestión, esta jornada habría de servirle como un punto de partida aún más firme que para su colega de Córdoba, José Manuel de la Sota, cuyos candidatos fueron seguidos por los radicales más de cerca que en Buenos Aires.
También triunfaron los candidatos sostenidos por el gobernador Carlos Reutemann, pero a él le alcanza, como a todos los políticos santafecinos, el excepcional porcentaje de votos en blanco e impugnados en la provincia.
Tal vez en sus cavilaciones más íntimas el ex presidente Alfonsín se pregunte cuánta injusticia hubo en el voto popular tan significativamente alto en favor de quien dejó una administración provincial que ha estado a un paso de fundir lo que parecía ajeno a esos riesgos terrenales desde su nacimiento, en 1822, por obra de Martín Rodríguez: el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Pero lo que no deberían olvidar los radicales bonaerenses es que el doctor Duhalde realizó, a pesar de ser opositor al gobierno nacional, una campaña electoral más prudente y articulada respecto de la situación general que la del partido supuestamente oficialista.
Se sabía desde hacía tiempo que la Alianza era una ficción como coalición gobernante en el plano nacional. Se conocían los efectos deletéreos producidos por la mixtura del radicalismo con el Frepaso -del que se tiene más nítido registro del nombre de sus principales dirigentes que de su materialidad como fuerza política-, pero nunca como en los meses y semanas previos a los comicios mostró signos tan patológicos sobre lo que en realidad representa en el escenario nacional.
Puede ser que en algunas situaciones provinciales la coherencia interna de la Alianza haya sido preservada, pero en la Capital Federal y en Buenos Aires se constituyó en la más elocuente representación de lo paradójico de estas elecciones: difícilmente haya habido otras situaciones en que resultó más arduo interpretar correctamente por quién había que votar para premiar al Gobierno o para castigarlo.
El slogan base de la campaña de los candidatos a senador por la Alianza, el ex jefe de Gabinete Rodolfo Terragno y Vilma Ibarra -tan desconocida ella para los radicales que potenció la perplejidad de los de boinas blancas-, lo decía todo: "Para ganarle a Cavallo".
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Hoy se abre un período de dos años sin competencias electorales. Hay, pues, por delante, un primer año en el que pueden prosperar acuerdos básicos entre el Gobierno y quienes se apresten a sucederlo en mejores condiciones de las que pueda ofrecer una tierra arrasada. La Corte Suprema de Justicia de la Nación, intacta desde la administración del doctor Menem, viene actuando como garantía de la gobernabilidad. En el Congreso, el Gobierno perderá, por un lado, bancas y hasta la conducción en la Cámara baja; por el otro, su situación será más o menos la misma en el Senado.
La izquierda ha crecido, sobre todo en la Capital, si se observan los sufragios logrados por todos los agrupamientos actuantes en esa franja, pero ninguna de sus expresiones -ni siquiera el ARI de la diputada Carrió- se alzó con sufragios suficientes como para endurecer el discurso político del país.
El justicialismo ha triunfado con la consigna de que el Gobierno debe cambiar de política, pero se dispone a negociar con él, sabiendo que se mantendrá el rumbo encarado desde el discurso presidencial del 9 de julio. Más aún: los gobernadores del PJ no ignoran que el actual Presidente carece de otra alternativa que la de perseverar y, si cabe, acelerar y otorgar mayor coherencia y homogeneidad a la marcha en aquella dirección.
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Se achacan a la muchedumbre de voceros presidenciales contradicciones y ausencia de claridad en lo que dicen. No son más que la expresión de un gobierno que ha exasperado a quien quisiera reclamar precisión en sus definiciones. Esos voceros son el reflejo incuestionable de un estilo de conducción política, como la clase política dirigente del país es la resultante del conjunto de la sociedad argentina, porque de ella han salido, no de otra parte.
De manera imperfecta, como todo lo que se enuncia desde esferas oficiales, anoche, aun antes del discurso pendiente del Presidente, se confirmaba que el Gobierno seguirá en su línea ya trazada de déficit cero, defensa de la convertibilidad y prosecución de acuerdos que permitan reestructurar la deuda, primero en el ámbito interno, y luego, en el exterior.
Si en las horas que antecedieron a la consulta electoral salió del entorno presidencial la idea de que a partir de aquí alrededor del doctor De la Rúa se trabajará para su reelección en 2003, probablemente haya sido para anticiparse a una requisitoria conjetural que pudiera hacérsele desde la oposición: negociamos, con la condición de que el Presidente se excluya de los comicios de 2003.
De otra forma, aquella idea no habría sido más que una sorprendente manifestación de irrealidad, una triste llovizna de palabras leves a espaldas de la gran audiencia del país.
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