El Volcadero, el basural donde murió un chico de ocho años, que es el “comedor” de un barrio en Paraná
El accidente que se cobró la vida de Víctor “Chicha” Barreto puso en evidencia la tragedia humana, social y ambiental que se registra en las afueras de la ciudad capital de Entre Ríos
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PARANÁ.- Cuando cae el sol los perros, caballos, ratas, hombres, mujeres, jóvenes y niños se abalanzan sobre las parvas de residuos, donde se disputan la comida en el basural que todos conocen con el nombre de Volcadero, que está entre dos lagunas, en el borde de la ciudad de Paraná, a 15 cuadras del centro. Es una carrera infernal por “los frescos”, como le llaman a la comida vencida y en mal estado que arrojan supermercados y comercios, y que servirá de cena.
Allí nada cambió desde que el domingo pasado Víctor Sebastián Barreto, de ocho años, murió aplastado por un camión, del que se había colgado cuando esa tarde iba a rumbo al Volcadero, el enorme basural de ocho hectáreas que sirve desde hace más de un siglo para descartar lo que después se transforma en el sustento y alimento de unas 200 familias, que sobreviven en casas precarias, construidas sobre el propio relleno sanitario en el barrio San Martín. Nadie mira hacia allí desde hace décadas. A modo de homenaje, los vecinos colocaron un pedazo de columna de mampostería en el lugar donde murió “Chicha”, que nadie toca, e incluso los camiones esquivan.
El Volcadero es un lugar que irradia indiferencia en Paraná, porque ninguna gestión pudo resolver un problema que parece de otro siglo. Se mezcla un serio problema ambiental irresuelto, en medio del humedal con una trama social desoladora, atravesada por una indigencia inhumana. Pero nada parece casualidad. La grieta de esa indiferencia es transversal en una provincia donde el exgobernador peronista Sergio Urribarri fue condenado a ocho años de prisión por corrupción. Del otro lado Sergio Varisco, quien falleció en mayo del año pasado, exintendente de Juntos por el Cambio, fue sentenciado a seis años por narcotráfico. Su socio, el narco Daniel “Tavi” Celis, repartía droga en los camiones recolectores de residuos que hoy tiran los desperdicios en el Volcadero, donde el domingo murió “Chicha”, como reveló el libro Territorio Narco de los periodistas Daniel Enz y José Amado.
Envueltos en un humo denso y un olor nauseabundo, copado por las avispas que causan terror entre los niños, estas familias que están en el filo del sistema -la mayoría no recibe ni siquiera planes sociales y muchos de ellos están indocumentados, con altos niveles de analfabetismo entre mayores- compiten por obtener lo que el resto de la capital de Entre Ríos, una de las provincias más ricas del país, decide desechar. No sólo buscan comida, que también utilizan para alimentar a los animales de granja que tienen para subsistir, sino además los tesoros más preciados, como bronce, cobre y plomo, entre otros, que venden a intermediarios que también están asentados en la zona.
Francisco Peralta, de 31 años, uno de los llamados “recicladores”, se queja que ese lugar deja de ser invisible sólo en las campañas políticas o cuando ocurre una tragedia, como la que tuvo como víctima a “Chicha”, que estaba solo, sin ningún familiar en ese gigantesco basural. El padre del chico fue asesinado por su cuñada y su madre enfrenta serios problemas de adicción. “El consumo de droga se cuela en este escenario desolador”, explica Román Giménez, que pertenece a la Corriente Clasista Combativa y trabaja en la Casa de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC), que está a unos metros del basural. Ese lugar fue desguazado por los propios vecinos cuando quedó abandonado durante la gestión de Varisco y ahora volvió a tomar impulso un plan de prevención de adicciones, financiado por Sedronar.
Nube de humo blanco
El jueves a la tarde el calor es infernal. La gente que busca los insumos que tienen más valor, como el cobre, prende fuego las montañas de basura para hacer más fácil la búsqueda. Lo orgánico se quema y es más fácil encontrar los metales. Familias enteras quedan encerradas en esa nube de humo blanco, mientras revuelven los residuos con pedazos de telas que usan para cubrir sus caras. En el único momento que es visible el Volcadero es cuando el humo va hacia la ciudad y genera las quejas de los vecinos.
La muerte de “Chicha”, que hasta el domingo cazaba pájaros con una onda y hurgaba en las montañas de basura con otros pibes de la zona, tuvo un impacto mayor en Buenos Aires que en Paraná. La indiferencia es profunda hacia ese lugar que parece olvidado, desprendido de la ciudad. “Es como si estos niveles de indigencia y marginalidad extrema generen resignación”, señala Luis Hualde, un joven de 24 años que coordina la panadería social San José, de la Fundación Puentes, a dos cuadras de allí, donde nueve jóvenes del barrio se van a capacitar en el oficio de hacer pan. El trabajo de las organizaciones sociales y religiosas son gotas de agua en ese desierto de basura.
Hay una pelea encarnizada entre los habitantes del Volcadero cuando llegan los camiones con los desperdicios. Todos esperan cuando arrojan allí los “frescos”, como le llaman a los alimentos vencidos y en mal estado que tiran los supermercados. La imagen es demoledora. Un remolino de gente que pelea por comida en mal estado.
Ariana, una nena de 7 años, encuentra en el piso un paquete de salchichas cubiertas de moho verdoso y las empieza a comer una tras otra, con desesperación. Esas postales parecen quedar fuera de las estadísticas. Según el último informe del Indec, la indigencia bajó del 8,3 al 7,3 por ciento de la población del Gran Paraná en el último año.
“Hoy Paraná tiene un 4 por ciento de desocupación, con lo que se puede afirmar que hay pleno empleo”, advierte el intendente Abal Bahl. Gran parte de ese empleo es estatal, con sueldos en su mayoría por debajo de la canasta básica de alimentos. Por ejemplo, sólo en la recolección de residuos, que era manual, se usaban 1400 empleados del municipio. Ahora el sistema se modernizó tras la adquisición de contenedores y se utilizan 85 empleados.
Dylan tiene 12 años y era uno de sus mejores amigos era “Chicha”. Cuenta que cuando llegan los camiones todos corren detrás para poder llegar primero a revolver la basura. Su amigo se colgó del camión. Cayó y el chofer no logró verlo y lo pisó. Dylan se emociona cuando recuerda a su amigo con el que estaba todo el tiempo en el basural. Lo vio morir debajo del camión. Esteban Abrego, padre de Dylan, busca metales. Este hombre de 38 años, analfabeto, sube a las parvas de basura con una sola pierna, ayudado por unas muletas fabricadas con palos. La pierna izquierda la perdió a los 12 años cuando un disparo le provocó una infección que terminó en una amputación. Su hijo Dylan padece trastorno madurativo, según cuenta su padre, y va a la escuela cuando puede. Los dos viven a unos metros de allí en un rancho de madera y chapa que no tiene ni siquiera baño. “Dylan se baña en la escuela”, apunta.
El intendente Abal Bahl, exministro de gobierno de Urribarri, admite que la muerte Barreto generó más impacto en Buenos Aires que en Paraná. “Nadie duda que fue una tragedia, pero algunos medios nacionales lo abordaron desde un punto de vista sensacionalista”, afirma. “El chiquito no iba a buscar comida sino que estaba jugando. El camión del que se colgó no llevaba comida sino ramas”, aclara.
Bhal cree que la muerte de “Chicha” obliga a que en el Volcadero “deben intervenir distintos sectores del Estado, en un problema que nunca nadie se quiso meter”. Su planteo recae en que con participación del Ministerio Público de la Defensa y del Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia se dispongan patrullajes de la policía del menor en el basural. “Si detectan que un niño se está subiendo a los camiones que sea trasladado a la comisaría del menor para que intervengan los otros organismos”, explica a LA NACION. Bahl señala que la asistencia nacional se canaliza a través de los movimientos sociales, que trabajan en la zona. “La distribución de los planes no pasa por el municipio”, aclara.
Luis Hualde, de la fundación Puentes, cuenta que un censo que realizaron el año pasado en los barrios que viven del basural arrojó que “un 90 por ciento de los habitantes no tiene agua potable, ni baño. La mayoría hace sus necesidades en un pozo”. Viven rodeados por uno de los ríos más caudalosos del mundo, pero no tienen acceso al agua potable.
Emanuel Gainza, concejal de Juntos por el Cambio, quien perdió en las PASO en 2019 frente a Varisco, que estaba procesado por narcotráfico, advierte que “el problema ambiental está atravesado por una situación social muy grave que no está en la agenda política”. Paraná arroja los líquidos cloacales sin tratar al Paraná. “No nos damos cuenta el daño que estamos haciendo al medioambiente porque el río es muy caudaloso y se lleva todo”, dice.
Las negociaciones con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para financiar obras de infraestructura para generar un nuevo relleno sanitario que reemplace al Volcadero nunca terminaron de concretarse. Desde hace casi una década que está dando vueltas el proyecto, pero las exigencias del BID apuntan a trasladar las familias que viven en el Volcadero. “Es un problema porque nadie se quiere ir de ahí”, asegura el intendente.
El cuadro familiar de “Chicha” muestra los problemas que conviven con esa indigencia extrema, como el consumo de drogas y la violencia. “Hay altos niveles de consumo de drogas. En la campaña electoral en la época de Varisco le pagaban a la gente con “alita de mosca”, una cocaína barata, mezclada con fármacos. Hay un narcotráfico de subsistencia. Muchas veces el que vende drogas también revuelve la basura”, señala Román Giménez, que integra el colectivo “Ni un pibe menos por la droga”.
Al atardecer, después de que se aplaca el calor, los vecinos del barrio San Martín vuelven al Volcadero. A esa hora llegan los camiones con la comida de los supermercados. “Los chicos se alimentan en la escuela Los Nazarenos al mediodía. Y al atardecer vienen al basural a buscar la cena”, cuenta Sandra Villalba, de Mensajeros de Francisco.
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