El tiempo que empieza y se acaba para Massa
¿Nos alcanzará el tiempo? La pregunta queda flotando en los pasillos del quinto piso del Palacio de Hacienda. En medio de la noche cerrada, el laberinto amarillento y apenas iluminado por lámparas de otro siglo se ve desierto. Suena desierto. Pero el olor a cigarro que se cuela desde el despacho principal alcanza para advertir que Sergio Massa sigue en el edificio. “Está con Rigo”, advierten. En unas horas, el ministro de Economía enfrentará su primera reunión de Gabinete y Raúl Rigo, el secretario de Hacienda, un experto en cuentas públicas, en el debe y haber diario del Estado, acompañará a Massa durante ese encuentro. No es habitual, pero su presencia se explica por el mensaje que el ministro de Economía le dejará a sus pares: no pidan más fondos. Rigo y el lavagnista Leonardo Madcur, el jefe de asesores que esa noche también sigue en su oficina, con la vista clavada en un abanico de monitores, comenzaron a llevar ese mensaje a los secretarios de coordinación y directores de administración de cada ministro.
Un detalle: en cuatro ministerios consultados dieron a entender que el ajuste de gastos y personal no los afecta. Que ya estaban a regla desde la era Batakis. El proceso se ofrece mucho menos traumático que el que protagonizó Shimon Peres ante su gabinete en Israel, en 1984, y que Massa usa como inspiración. Los ministerios no podrán escapar del presupuesto que dejó Martín Guzmán, que preveía un 60% de inflación. Con una suba de precios que se estima hoy en al menos 90%, el ajuste se sentirá con fuerza en los últimos meses del año, anticipan cerca del ministro.
El tiempo para Massa se ha convertido en un parámetro elástico. Según qué puerta del Gobierno se golpee, el ministro tiene por delante un año entero para lograr “estabilizar la economía” –así piensa la mayoría– o apenas un puñado de meses para que la inflación muestre señales de ralentización. Octubre, el Mundial de fútbol y las Fiestas también son muescas que aparecen en ese calendario. O menos, para quienes ponen la mira en que los productores vendan sus granos e ingresen dólares a un Banco Central diezmado. Demasiados relojes.
El tiempo para Massa tiene pliegues, como el fuelle de un acordeón. Lo que hoy lo mantiene extendido al máximo puertas adentro del Gobierno es la política. Una suerte de convicción o ánimo inaugural. “Estamos todos adentro, hay señales de eso, se ve en la gestión”, se entusiasman desde uno de los ministerios que más empujó a Alberto Fernández, durante largos meses, para que volviera a tener diálogo con Cristina Kirchner. “Hay confianza política en Massa, pero también un esfuerzo, porque de lo contrario no se salva nadie. Si Alberto Fernández se destruye, nos destruimos todos”, agregan desde una terminal de La Cámpora.
Luego de construir durante dos años una relación con Máximo Kirchner, Massa se esforzó especialmente en el último tiempo por establecer canales fluidos con la vicepresidenta y su economista de cabecera, Axel Kicillof. Con el gobernador bonaerense tiene revisiones periódicas. Al menos los dos últimos fines de semana el tigrense recibió a Kicillof, que llegó acompañado de su propia cohorte, el ministro de Producción bonaerense, Augusto Costa, y el presidente del Banco Provincia, Juan Cuattromo.
Esos encuentros dejan una estela curiosa. En el massismo señalan que Kicillof no llega ni se va pidiendo fondos para su provincia, como sí lo hace en público, aunque apunte hacia la Corte Suprema y los recursos que reclama la ciudad de Buenos Aires. “Pide medidas, leyes, no plata”, cuenta un testigo. Ese desprendimiento bien podría interpretarse como un gesto prudencial del ministro de Economía y el gobernador, ambos bonaerenses, de cara al resto de los mandatarios peronistas, que a diferencia de Kicillof solo están en condiciones de reclamar pero no de auditar las intenciones del Palacio de Hacienda. Este jueves, de hecho, los gobernadores levantaron el encuentro de “La Liga” que habían previsto en La Plata, con Kicillof como anfitrión, incómodos por un ajuste que, anticipan, no será parejo para todos. Para la anécdota queda la frase que Kicillof le habría dedicado a Massa en la última cumbre. “No aflojés”, dicen que dijo el mandatario. Hablaba del ánimo del tigrense, no de un torniquete para el resto de las provincias. En La Plata hacen silencio.
Con una regularidad mayor a la que trascendió habrían transcurrido también varios encuentros tripartitos entre Fernández, Cristina Kirchner y Massa. Al menos desde que Silvina Batakis reemplazó a Guzmán y hasta la semana pasada. Para evitar filtraciones o atenuar desconfianzas en sus interlocutores, el tigrense acudió a algunos de esos cónclaves manejando su auto, sin chofer. Desde entonces, el teléfono reemplazó el cara a cara con el Presidente y la vice. Cerca de Massa se esfuerzan en poner a Fernández siempre primero en la enumeración, pero a nadie escapa que el vínculo con Cristina Kirchner es el central. Es ella quien puede mantener extendido los tiempos, o aplastar el acordeón.
En el medio, la realidad impone sus propios cronograma. Más breve. Mucho antes de que llegara el calor, la Plaza de Mayo se llenó el miércoles de carpas piqueteras. Piden un bono. La noche siguiente, buena parte de los colectivos del AMBA dejaron de funcionar y siguieron a medias el viernes, amontonando usuarios en las veredas. Reclaman subsidios. El Banco Central perdió más de US$700 millones solo en agosto y tocó esta semana los US$1500 millones de reservas netas. Un colchón para aguantar 15 días, si no cambia el ritmo. Y lejos, muy lejos, de la meta de US$4100 millones de reservas acordada con el FMI para septiembre. Massa espera volver a reconfigurar esas metas con una visita a Washington y Nueva York, a fines de mes, para pasar revista ante el FMI, el Tesoro norteamericano, el BID y el Banco Mundial. La primera charla con Mauricio Claver-Carone, jefe del BID, fue auspiciosa. Se conversó sobre tres créditos que, acumulados, alcanzan los US$1200 millones. Claver-Carone, además, habría festejado tener “por fin” un interlocutor en el Gobierno. Gustavo Beliz ya no está, el rencor persiste.
Antes de pisar los Estados Unidos, Massa deberá retomar el control de sus propios tiempos. La segmentación de tarifas, que con su sistema de consumos máximos se ofreció como la medida más novedosa que disparó al asumir, se postergó otra semana. Tampoco llegó la reunión con la UIA y la CGT, prevista para este jueves. Sí logró, el viernes, reunirse con la Mesa de Enlace del campo, en donde confía encontrar el grueso de los US$5000 millones de exportaciones con los que prometió alimentar las reservas del Central en los próximos 60 días. Recibió reclamos. Por ahora, consiguió una promesa de US$300 millones del sector pesquero, un guiño del BID y otro de la CAF, por US$750 millones, que podría concretarse esta semana.
Ante semejante desafío parece anecdótica la ausencia de un viceministro que complete el equipo. Pero esa vacante, mucho más palpable que otras variables más dramáticas y todavía sin respuesta, se instaló en la discusión pública. Massa no le cierra la puerta a Gabriel Rubinstein, pese al malestar del kirchnerismo por las opiniones del economista. No deja de ser llamativo que ese veto sea más leve que el que pesa sobre Emanuel Álvarez Agis, exviceministro de Kicillof.
En el medio, Massa mantuvo un ritmo de al menos uno o dos anuncios diarios. En más de una ocasión, comenzó el anuncio recordando las horas o días que lleva como ministro. El reloj también es personal. Reintegros al Central, promesas de inversión, acuerdos sectoriales. Las dos novedades más palpables de esta semana, sin embargo, fueron devoradas por un fenómeno climático conocido por el tigrense: el huracán Elisa. Carrió inició un operativo “limpieza” utilizando como vara la cercanía de cualquier dirigente de Juntos por el Cambio con el tigrense. Aunque diferenció entre portadores sanos, como Horacio Rodríguez Larreta, y todos los demás. Convalidó la misma centralidad que el Gobierno le da a Massa, pero en la orilla opositora. También se adjudicó la autoría de la maniobra que dejó a Massa afuera del Cambiemos inaugural, en 2015, despejando el camino para la presidencia de Macri. Una jugada electoral exitosa, como la de Cristina Kirchner con Fernández. Lo que vino después, en ambos casos, fue mucho menos rutilante.
En el Frente Renovador creen que el costo del temporal fue todo para la oposición, aunque la próxima vez que Massa pise el Congreso, con el Presupuesto 2023 bajo el brazo, probablemente encuentre menos amigos de los que dejó al cerrar la puerta. Cuando asumió, Massa expuso parte de su ecosistema de relaciones. José Luis Manzano fue la figura más esa tarde. Esta semana, el tigrense renunciará públicamente a intervenir en temas que involucren a empresarios de su entorno. Le pedirá a Fernández que designe a un tercero para encabezar esas gestiones. Para que no haya “conflictos de interés”, en lenguaje macrista. Sus aliados insisten: todo el daño que Carrió pudo infringirle a Massa ya está hecho. Cuestión de fe. La líder de la Coalición Cívica también tiene tiempo. Por lo pronto, parece haber evangelizado a Macri que, parado nuevamente en el centro de Pro, difunde profecías.
Con las miradas puestas en Carrió, el anuncio de aumento para los jubilados quedó en segundo plano. También su contracara: que las jubilaciones siguen por detrás de la inflación. Igualmente quedó opacado el anuncio que Massa hizo un día antes: un canje de deuda por dos billones de pesos, que logró trasladar hasta 2023. Más precisamente, hasta agosto de 2023. El massismo mira con especial atención esa fecha: significa trasladar un vencimiento enorme para después de las PASO. Si Massa lograra su cometido como ministro, transformándose en el candidato de la “estabilidad”, podrá ofrecerse como garantía para volver a negociar esa deuda. Si no lo logra, esa gigantesca bola de nieve, que encima ahora quedó atada a la inflación y al dólar, alterará los ánimos y los mercados en medio de la contienda electoral. Ganancia de pescadores.
Cada instancia de la carrera política de Massa tuvo asociada una gestualidad. Esta hora no es la excepción. Desde que abandonó la Cámara de Diputados Massa se muestra serio, no sonríe, incluso cuando presenta novedades positivas. “En tiempos de crisis surge un gestor responsable, alguien que se hace cargo”, es la narrativa que impulsan en el Frente Renovador. La nueva ancha avenida del medio, el cambio justo. Cerca del ministro rechazan volver a embanderarse en etiquetas morales, que ya se probaron equivocadas o insuficientes para escapar de la polarización. Solo queda la gestión, ante una crisis acelerada, que inhibe cualquier festejo. De ahí los gritos de reprobación de Massa contra quienes celebraron con cantos durante el acto de su jura.
La directora de Trespuntozero, Shila Vilker, pone la mira en esa intersección entre crisis y acción. Su última medición arrojó que nueve de cada diez argentinos se ven en una situación grave o muy grave ante la consulta por el futuro. “No cambia la imagen que se tiene de Massa ni sus etiquetas. Ventajita, por ejemplo. Pero hay un reclamo generalizado de la sociedad para que la dirigencia haga algo, no importa qué, pero que dejen de pelearse y hagan algo. Esa demanda de acción es la que acepta Massa. El solo hecho de afrontar ese compromiso abre expectativas”, analiza Vilker, que no obstante advierte: “Es un salto al vacío”.
Por ahora, el massismo disfruta el vuelo. Sienten que el aire golpeando el rostro es impulso, no caída. “Rompimos la burbuja”, señalan en el equipo de redes del Frente Renovador, que midió un 300% más de interacciones asociadas al tigrense, sobre todo Instagram y entre nuevos seguidores, con respecto a solo 15 días atrás. La consultora SCI Data registró una escalada similar en las menciones de Massa en los medios digitales. Destacan, además, haber llegado a un universo más joven, la franja de 30 a 35 años, hasta ahora refractario. “A Massa le dimos el pasaje a Miami. Ahora le toca a él: si quiere entrar a Disney y subirse a los juegos tiene que ganarse los boletos”, ironiza en lenguaje renovador un dirigente de La Cámpora.
Insumos que dan cuerda al primer y último mecanismo que define los tiempos de Massa: la ambición. La única razón para someterse a tantos relojes. “Tenemos diez meses para parar la inflación y estabilizar la economía sin frenar la actividad”, sintetiza uno de sus laderos en el quinto piso del Palacio de Hacienda. Diez meses. La definición de las listas. Asoma, eso sí, una condición: “Massa no quiere hablar de lo obvio: que si le va bien después de tomar esta decisión arriesgadísima, va a ser candidato, va a comenzar su tiempo”.
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