El técnico y el político que se fue con un portazo
José Luis Machinea -el 5 de octubre último cumplió 54 años- apareció en 1999 como el ministro de Economía de consenso, el posible, el aceptable para poder mantener unida la Alianza.
Descartado Ricardo López Murphy, que en plena campaña electoral cometió el error de proponer una rebaja de salarios, ningún otro pareció capaz de conseguir al menos la tolerancia de todos los sectores de la coalición de gobierno. Machinea llegó entonces al cargo con la obligación de defender cosas en las que no parecía creer cuando conducía el Instituto de Desarrollo Industrial (IDI) de la UIA.
Ese antecedente le franqueó la aprobación de los sectores productivos, pero también generó temores y desconfianzas entre quienes son partidarios de mantener la convertibilidad o de dolarizar.
Machinea, convocado para conducir el IDI por Roberto Rocca, decía mucho antes de llegar al Palacio de Hacienda que la Argentina tenía problemas de precios relativos. Y quienes no lo veían con buenos ojos y hubieran estado encantados con López Murphy creían ver en esas expresiones una encubierta propuesta de devaluación.
A la defensiva
De carácter hosco, con poca capacidad para las relaciones públicas, pareció estar durante toda su gestión a la defensiva. De todos modos, quienes lo conocen no pueden asegurar que esa haya sido una consecuencia de las tensiones a las que estaba sometido dentro del propio gabinete.
Nació en Buenos Aires, pero pasó la infancia en Puerto Madryn. Se recibió de economista en la Universidad Católica en 1968, logró un máster en 1974 en la Universidad de Minessotta y en 1983 obtuvo el doctorado.
Machinea siempre tuvo una escasa vocación por la figuración pública. Siempre mantuvo un aire distante y es habitual que parezca que hay que tener cuidado con lo que se le dice porque es fácil hacerlo enojar.
De ascendencia vasca, hay quienes atribuyen a esa herencia la causa de su carácter reservado y hasta gruñón.
Como provinciano por adopción llegado a Buenos Aires para iniciar su educación secundaria, el ahora ex ministro tuvo etapas exitosas. Para empezar, acreditaba un muy buen promedio en el Colegio Don Bosco y luego ocurrió lo mismo en la facultad.
Para 1986 se había transformado, a los 38 años, en el más joven de todos los presidentes del Banco Central. Ese paso lo marcó de modo poco feliz, ya que su nombre quedó asociado con la debacle del gobierno de Raúl Alfonsín y, sobre todo, a la devaluación de febrero de 1989, con la que finalizó el llamado Plan Primavera.
Hay quienes creen que las tensiones imperantes en el seno del actual gobierno, entre los sectores ultraliberales o ultrafiscalistas representados por Fernando de Santibañes, López Murphy y el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini lo habrían impulsado a hacer cosas en las que de verdad no creía mucho.
Entre ellas figuraría el impuestazo de diciembre de 1999. Otros prefieren creer que el respaldo de los sectores más progresistas de la coalición lo llevaron a no administrar toda la mala medicina de golpe, lo que hizo que en mayo del año último tuviera que volver a apretar el torniquete con la rebaja de salarios del sector público.
Su abrupta salida revela que el ex ministro ha decidido dar un portazo. Que su paciencia dijo basta. Podrá tal vez dedicarse unos días a sus dos hijas y su esposa. Y tal vez luego reiniciar la tarea en Machinea, Bein y Asociados, la consultora que tenía junto a su amigo Miguel, ahora ex secretario de Política Económica.
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