El Sur Global, un nuevo protagonista
En este texto que envió a LA NACION el presidente Fernández resume su participación en el G-20 de India y explica sus razones para impulsar la integración de la Argentina al grupo de los BRICS
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Escribo estas líneas en la noche, y el vuelo. Hace algunas horas hemos despegado desde Nueva Delhi luego de participar del G-20. Dejamos India, con su exuberancia y sus contrastes. Una de las potencias económicas emergentes que acaba de llegar al polo sur de la luna mientras lucha cada día contra la desigualdad. De esos claroscuros está hecho el sur global, el gran protagonista del nuevo orden mundial que estamos construyendo.
El G-20 es el foro de debate más importante que el mundo tiene. El mundo está allí representado. No hay imposiciones ni condicionamientos. Cada uno expresa su mirada y reclama los cambios que estima pertinentes. Ahora se ha sumado la Unión Africana y con eso se concreta una suerte de reparación histórica a un continente castigado por la codicia de los poderosos. Queda por sumar a la Celac: llevé ese pedido al foro y esperamos ser escuchados. Los países del Caribe, tal vez los que más padezcan la inclemencia del cambio climático, no tienen en ese ámbito ninguna voz que los exprese.
Argentina está allí. Promueve su idea multilateral respetando la carta de las Naciones Unidas, promoviendo la vigencia y el respeto al Estado de Derecho y a los derechos humanos, asumiéndonos como parte del Mercosur y comenzando nuestra integración a los BRICS. En ese ámbito asociativo, nuestras oportunidades se multiplican en un mundo que demanda los alimentos y las energías que hoy producimos.
En el G-20 denunciamos en su momento la desigualdad que la pandemia había dejado al descubierto y demandamos también, durante los últimos cuatro años, que el FMI deje de cobrar sobrecargos a los países sobreendeudados. Al fin y al cabo, el FMI nació como un prestamista de última instancia para socorrer financieramente a los países necesitados y no para medrar con los intereses que cobra como hace un usurero. Llevamos al G-20 como a todos los foros internacionales la voz del Sur sobre los problemas que nos aquejan cada día. Las enormes desigualdades, las injusticias que condenan a millones, el fracaso de las viejas estructuras del siglo XX que no pueden dar respuesta a los desafíos de este presente.
Entender que de la política internacional depende en gran medida nuestra propia suerte es un imperativo de este tiempo. Es tan inadmisible pensar que podemos aislarnos y vivir de lo nuestro como creer que debemos someternos al juego geopolítico de los poderosos.
En estos cuatro años hemos ganado un lugar claro en el plano internacional. Fuimos recibidos en la sede presidencial del Kremlin, en el Palacio Presidencial de China y en el Salón Oval de la Casa Blanca. Fuimos la voz de América Latina y el Caribe en Los Ángeles en la última cumbre de las Américas. Por primera vez, nuestro país participó en Múnich de una reunión del G-7 en donde planteamos nuestra posición frente a la Guerra. Fuimos promotores y artífices en el encuentro Celac-Unión Europea. Sostuvimos el Mercosur en un tiempo donde algunos de nuestros socios pugnaban por su disolución. Finalmente, el G-20 tuvo siempre nuestra presencia y nuestra postura clara.
Son tiempos de clivaje. Las viejas estructuras ya no sirven, y las nuevas no terminan de nacer. Los hechos se suceden con un vértigo inusual y el mundo se ve conminado a revisar su presente y buscar alternativas. Nada parece duradero. Todo se vuelve efímero. Una realidad siempre cambiante se precipita de tal modo frente a nosotros, que se impone la necesidad de estar presente y alerta en ese frágil escenario en el que se ha convertido el mundo.
La globalización no ha muerto. Está viva, pero es distinta. No es aquella globalización que nació bajo la consigna naif que trataba al mundo como una “gran aldea”. El hegemonismo estadounidense está cediendo. El Brexit puso en crisis la unidad europea que acaba profundizándose más cuando Rusia invadió Ucrania. China, silenciosamente, terminará convirtiéndose en el actor central de este tiempo. India camina sigilosa. El despliegue de ambos países en el ámbito del comercio internacional ha puesto en guardia al hemisferio norte que empieza a ver con preocupación el desarrollo de un nuevo bloque de naciones: los BRICS. Allí aúnan objetivos diez naciones que representan el 44% de la humanidad y el 36% del PBI global. El G-7, la unión de los grandes países industrializados, acabarán relegados ante esa nueva alianza. Argentina ha construido su ingreso a los BRICS de la mano de Brasil y otros países hermanos. Se juega allí parte importante de nuestro futuro.
La multipolaridad gana terreno. Se consolidan bloques regionales o económicos que solo preservan sus intereses sin someterse al imperio de nadie.
En esa lógica multipolar, las instituciones del mundo nacidas tras la Segunda Guerra Mundial exhiben su insuficiencia. Las Naciones Unidas ya no garantizan la paz y su voz suena cada día mas afónica. Lo mismo ocurre con las instituciones financieras. El Banco Mundial no logra socorrer a los países más postergados. El FMI, cooptado por una burocracia embelesada por Wall Street, insiste en repetir las mismas lógicas que generaron la especulación financiera, la concentración del ingreso y la estrepitosa desigualdad que la pandemia mostró impiadosa.
En ese cuadro de tanta precariedad, Rusia desata una guerra que merece ser condenada. Es éticamente inadmisible que después de padecer el tormento de una pandemia que arrasó con quince millones de vidas humanas, un país avance con violencia sembrando más muerte en su marcha. Es políticamente cuestionable porque en la multilateralidad que impera, los conflictos territoriales no se resuelven disparando misiles.
La guerra conmocionó la economía mundial. Los precios de los alimentos y de la energía acabaron disparándose. El mundo de hoy registra mayores tasas de desempleo y un aumento significativo de la pobreza. En ese contexto, las voces que descalifican la democracia y propagan el odio encuentran un campo orégano.
Todo este escenario fue objeto de análisis en el G-20. El diagnóstico es unánime, pero la realidad se sostiene. La guerra perdura sin que pueda nacer un canal que pueda ponerle fin al conflicto. Lo mismo sucede con las crisis financieras, o los efectos del cambio climático. Sostuve frente a los líderes del mundo: basta ya de palabras y diagnósticos, debemos encontrar nuevas herramientas frente a los nuevos conflictos.
La crisis financiera se prolonga y los organismos internacionales llamados a resolverlos no brindan respuesta. Exhiben impúdicos su incapacidad de innovar, mientras tratan de ocultar su resistencia a reinventarse.
La crisis climática ya ha sometido a enormes catástrofes a todas las latitudes del planeta. Nadie ha quedado exento. Los países centrales que han generado el conflicto ambiental siguen prometiendo un apoyo financiero que jamás se concreta en procura de desarrollar energías renovables.
La seguridad alimentaria no está asegurada. Millones de seres humanos no acceden a los alimentos mientras fondos financieros especulan intermediando en la comercialización de granos y cereales que permiten producir los alimentos que consume la humanidad. Ante esa realidad, la OMC mira para otro lado y hace de cuenta que eso no sucede y la FAO solo es capaz de preanunciarnos más penurias.
En esta nueva globalización debemos consolidarnos como región e integrarnos a todos los espacios multilaterales donde nos convenga integrarnos. El secreto, como antes dije, no es aislarnos ni quedar diluidos en el mar de los poderosos. El secreto es ser nosotros, respetando y haciéndonos respetar. Participando, oyendo y haciéndonos oír. Exigiendo al mundo central los cambios imprescindibles que devuelvan a los pueblos la igualdad perdida.
Porque al fin y al cabo la política tiene su eje de desarrollo en la dimensión humana. Pues como supo escribir Bukowski, no se trata de la historia de los pueblos lo que nos convoca. Se trata de la vida de los hombres y mujeres que hoy habitan este mundo.
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