El sugestivo silencio del kirchnerismo ante el escándalo de la foto en Olivos
Ningún referente de ese espacio se pronunció sobre la polémica; el episodio coincide con un momento de tensiones internas
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El silencio atronador del kirchnerismo ante al hundimiento de la credibilidad de Alberto Fernández por las fotografías del cumpleaños de Fabiola Yáñez alimentaron interpretaciones inquietantes. Nadie del kirchnerismo salió hasta ahora a defender al Presidente. Lo dejaron caer a solas mientras primero se conocían las visitas a Olivos y luego aparecían las imágenes que mostraban la doble moral entre las imposiciones públicas del gobernante y los privilegios privados. La defensa de Fernández recayó especialmente sobre los hombros de Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete encañonado por Cristina Kirchner y su universo político. El ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, lo acompañó hoy con descargas hacia la oposición. Cuando Vilma Ibarra, secretaria de Legal y Técnica, intervino en la polémica fue solo para defender a la actriz Florencia Peña. A nadie más.
La soledad de Fernández en su caída abonó las elucubraciones que atraviesan la política por estos días, desde aquellas que interpretan que Cristina Kirchner deja avanzar el fuego en el entorno presidencial porque es funcional a sus planes postelectorales de tomar el Palacio por completo; a otras, más conspirativas, que le atribuyen directamente el origen de las llamas. Entre las fantasías hay dos elementos irrefutables: el mutismo kirchnerista y la comprobación de que el escándalo se alimenta con datos e imágenes surgidas de la intimidad el poder: la quinta presidencial de Olivos.
Antes de que Cafiero admitiera finalmente que las fotografías eran reales e intentara contener el desastre, el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, un funcionario de diálogo predilecto con Cristina Kirchner, se valió del escándalo para subrayar las diferencias “de fondo y de formas” que tiene con el Presidente. “Ojalá sea una foto trucha y no sea lo que no corresponda”, dijo el ministro de Axel Kicillof, para cuando ya todos sabían que la imagen era real.
Berni estaba anticipando que Fernández había hecho algo que no correspondía, justamente un funcionario que sobrevive en su cargo gracias al respaldo directo de Cristina Kirchner, pese a denostar públicamente al gobierno nacional. “No son reservadas las diferencias que tengo con el Presidente, no sólo de fondo sino de formas”, acotó, para despejar cualquier duda y a sabiendas de que está autorizado a decir en público aquello que su jefa expresa en privado.
A la Casa Rosada cada reacción le cuesta estragos. Aníbal Fernández, comensal de almuerzos presidenciales, intentó una defensa de su amigo y el abrazo resultó aniquilador. “La complicación la quieren poner porque la señora hizo una comida que puede ser criticable -dijo sobre Fabiola Yáñez-. ¿Qué va a hacer el marido, cagarla a palos?”, se preguntó luego, como si la violencia sobre la mujer fuera una opción, una misoginia cavernícola que puso en crisis los mismos argumentos que había esgrimido el oficialismo para defenderse de los cuestionamientos opositores.
El día anterior, Cristina Kirchner se había preguntado junto a Kicillof y su hijo Máximo, si Alberto Fernández sufría de “ingenuidad política”. Fue durante un acto en Lomas de Zamora donde insistió en abonar el terreno para una salida política al endeudamiento. El tercer elemento irrebatible en la trama es la certeza de que Cristina Kirchner le exige a Alberto Fernández cambios en el Gobierno que todavía resiste. Un sector del kirchnerismo considera que la contundencia de los mensajes enviados al Presidente en los últimos días terminarán por vencer la resistencia. A Alberto Fernández ya no le queda margen para la ingenuidad política, argumentan. Al momento de preservar el poder no hay piedad en la coalición gobernante.
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