El stand up de la semana: una parodia en Tribunales
La audiencia protagonizada por Grabois y una funcionaria será recordada por los ribetes de una comedia grotesca
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Eran las 11 de la mañana y con puntualidad las dos partes se presentaron en la mesa de entradas de la Sala de Cámara para firmar e ingresar a la audiencia. Ni juicio oral y público, ni alegato final de un fiscal, sino un simple trámite protocolar de fundamentación de una apelación del Ministerio de Capital Humano al pedido del juez Casanello para que presenten un plan de reparto de alimentos. Entre la audiencia, compuesta de testigos, periodistas y personal judicial, una mezcla de cringe y expectativa por dos motivos. Primero, por el incómodo silencio inicial, casi actuado, entre Juan Grabois y Leila Gianni y, segundo, por la contradicción latente entre la defensiva oficialista en Comodoro Py cuando en la calle ya rumbeaban los motores de los camiones del Ejército yendo a buscar las leches en polvo a Villa Martelli y Tafí Viejo, para llevarlas a centros de Conin.
Toda la mañana fue una gran puesta en escena. El show comenzó incluso antes, con despliegues de ambos contendientes, envalentonados y en preparativos para una simple y sencilla audiencia procedimental. Grabois, con su masa crítica de porristas, banderas y bombos en la puerta de los tribunales y Gianni, que en horas tempranas ya había comenzado a desfilar su remera de león y gorra de “fuerzas del cielo” en dorado en su Instagram, escoltada de un escuadrón de libertarios para hacer apoyo moral, porque función especifica en la citación no tenían.
Hasta el contraste de los atuendos de las partes provocaba una sensación embarazosa de teatralidad. Grabois, con zapatillas rotas, un crucifijo sencillo pero gigantesco y campera de lluvia azul; Gianni, pollera lápiz de cuero negro a los tobillos, botas altas en juego y el felino rugeante impreso en blanco en el torso. La gorra, por suerte y para decoro, no ingresó a la sala de audiencia. Allí aguardaban los tres magistrados, Martín Irurzun, Eduardo Farah y Roberto Boico, con sacos, camisas, corbatas y demasiada paciencia.
En el escenario, se notaron las horas de cámara de los intérpretes (y la diferencia en experiencia frente a ellas, también). Ninguno se molestó en que el stand up que tenían preparado se asemeje al papel que tenían que cumplir, el de defensa a las organizaciones que fueron a representar. Una, al Estado, y el otro, a los más desaventajados. Tanto había para descargar en monologo político, que ambos recurrieron a actores de reparto para esgrimir lo poco de argumento técnico que se oyó en las exposiciones. Los magistrados presentes emularon el mismo papel que tiene un jurado en un concurso de niños: maso menos delinean las reglas pero mucho reproche sería mal visto. Al fin y al cabo, son solo niños “inmaduros”, como después, en el papel impreso en una resolución, sellaron como devolución a los aspirantes al premio al abogado menos estratégico.
Los 25 minutos de audiencia fueron una pieza dramática mal ejecutada, pero con algo de esfuerzo. Un intérprete debería repetir las líneas de manera natural, pero particularmente a Gianni le faltó ensayo a la parte de mirar a los jueces a los ojos y pronunciar la advertencia ‘firme’ de que no “van a permitir” que se entrometan en su Gobierno, en la que le temblequeaba un tanto la voz. A Grabois se le fue un poco de las manos el tinte trágico de su personaje cuando pasó de elevar el tono, al grito liso y llano, al borde del berrinche reclamando no ser interrumpido. Las filminas impresas con las comunicaciones oficiales contradictorias sobre el estado de los alimentos fueron un bonito detalle, aunque innecesario.
El desenlace de la obra convirtió al espectáculo en una auténtica parodia. La única parte no guionada entre los ‘espontáneos’ y ocurrentes “vos tenés remera de león y un pingüino tatuado” y “el león se comió al pingüino”, fue la intervención del abogado Ariel Romano, cuyo papel era el de soporte al lado del telón pero, no contento con su minuto de soliloquio frente a las grabadoras y los camaristas, decidió que ese sería su momento de estrellato e irrumpió a mostrarle al mundo su capacidad de actuación para escenas de acción en un épico enfrentamiento con Grabois. Tomado de sorpresa por la desviación en el libreto, Grabois evidentemente no entendió que el improv de Romano ameritaba una trompada o empujoncito, para darle una mano en su camino a las pantallas del Cine Gaumont a su colega.
Los críticos expertos no interrumpieron, tal vez para ver si en la generación de momentum mejoraba la performance. No pasó, y ningún residente de los pasillos de Comodoro Py se retiró de la sala hasta que cada artista dejara la escena y las cámaras que transmitieron en vivo el papelón se apaguen. Pero no dejaron de dar su veredicto, lleno de tomates podridos. A algunas películas aclamadas les agregan en la parte inferior de la cartelera frases sueltas de sus mejores críticas. Si esta fuera a pasarse en pantallas, con los comentarios de los magistrados, dirían, literalmente: “Lamentable”, “inmadura” y “violenta”.
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