El sinuoso juego de roles de Cristina Kirchner y Alberto Fernández
Alberto Fernández edifica su lugar en la historia sin los planos del futuro. Nunca los exhibió, pero no hay presidente argentino que no quiera inaugurar una nueva etapa, su propio tiempo. Es sobre ese deseo y sobre el origen singular del mandato de Fernández que se construyen desde hace casi un año todas las especulaciones acerca del funcionamiento del esquema de poder que comparte con Cristina Kirchner.
Amparados en antecedentes y en la cultura unipersonal del peronismo, todos los augurios anuncian un conflicto entre ambos, con una gama muy diferente de desenlaces. ¿Es ese el único destino posible? ¿Y si nunca ocurriese ese enfrentamiento y esta sociedad transitoria se consolidara en el tiempo?
Es verdad que las situaciones que parecen más estables en realidad siempre se están deslizando hacia un nuevo escenario. Este statu quo ofrecería entonces otro sinnúmero de variantes para el futuro político del oficialismo.
Alberto y Cristina podrían estar descubriendo que la incomodidad inicial de los roles que definió la expresidenta se transforma para ambos en la aceptación de nuevas dimensiones.
El Presidente pudo fantasear, como todo político, con que llegaría a serlo, pero ocupa el cargo gracias al dedo de Cristina. Tiene, a partir de esa situación, oportunidades extraordinarias. Son las que brinda un férreo sistema presidencialista escrito en la Constitución y deformado por el uso y abuso de facultades tomadas a los demás poderes.
La expresidenta relegó su posibilidad de volver a reinar desde el propio trono, pero en estos primeros tres meses ya pudo verse con claridad que el curso del gobierno está fuertemente marcado por su influencia. Para entenderlo mejor, convendría no encandilarse con las formas más apacibles de Fernández que ocultan las maneras brutales con las que la vicepresidenta abrió la profunda grieta política que sigue dividiendo a la Argentina.
Cristina reina al estilo de las viejas monarquías europeas anteriores al parlamentarismo. Delega en su primer ministro las funciones ejecutivas, pero no hay ninguna decisión importante de gobierno que se tome sin su acuerdo. Y como para reducir la posibilidad de que le llegue directamente a ella el costo de los errores, deja notar como al pasar ciertas diferencias que serán utilizadas si alguna de las políticas esenciales llega a fracasar.
Ejemplo: hace menos de un mes pronunció en Cuba un duro cuestionamiento al Fondo Monetario y pidió una quita del préstamo que Fernández negocia reprogramar. Cristina acepta un acuerdo en buenos términos con el FMI y con los bonistas, pero se reserva levantar el dedo acusador si el acuerdo que se busca termina en default.
La situación de la Justicia es otro asunto estratégico para las urgencias personales de Cristina que se cruzan con los propósitos reformistas del Presidente. Es más que evidente que un acuerdo entre ambos supone usar el voto ciudadano como garantía de impunidad judicial para ella y su familia. El problema es cómo llevar adelante el desbaratamiento de las gravísimas acusaciones de corrupción que pesan sobre la vicepresidenta y varios de sus principales funcionarios. Por si queda alguna duda, un camino fue marcado por Julio De Vido, que atribuyó su liberación al triunfo electoral del kirchnerismo.
La relación sin rompimientos, fue dicho, no supone una situación estática. Para Fernández es una oportunidad para afianzarse como presidente y tener más cartas para una eventual partida por espacios de poder en el futuro. Para Cristina, en cambio, puede significar seguir jugando a manejar a quien pondrá en el futuro en el lugar en el que ya colocó a Fernández. ¿Será por eso que es cada vez más inocultable la tensa relación entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof?
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