El salvavidas de Cristina a Irán
Cristina Kirchner puso en evidencia, en Nueva York, un cambio sustancial en el diseño de su política exterior. La manifestación más elocuente es el nuevo abordaje del atentado contra la AMIA. Es lógico que sea así. El tratamiento de ese ataque terrorista fue siempre una variable de la alineación internacional del kirchnerismo.
Por la causa AMIA pasa una de las fronteras del Gobierno con el mundo. Una traza fuerte, a partir de la cual el país ha venido definiendo en el campo de las relaciones internacionales un "ellos" y un "nosotros". Esa geometría fue modificada con el paso de la Presidenta por Manhattan.
El discurso ante la Asamblea General de la ONU en el que la señora comunicó que Irán aceptó su invitación a negociar; la entrevista de Héctor Timerman con su par iraní, Alí Akbar Salehi, y las definiciones del canciller sobre la proliferación nuclear.
Todo esto fue el desenlace de las transacciones que Timerman inició con el régimen de Mahmoud Ahmadinejad en enero de 2011, en Siria, como reveló Pepe Eliaschev en marzo de ese año.
El corolario de ese proceso es que las víctimas y familiares de la salvaje agresión contra la AMIA y, en general, todos aquellos que comparten su expectativa de justicia deberán resignarse: su reclamo seguirá siendo subordinado a la razón de Estado. El gobierno de Ahmadinejad no acepta las imputaciones contra ciudadanos de su país. Apenas ofrece cooperación para descubrir a los "verdaderos responsables" del atentado. Por lo tanto, las conclusiones a las que los tribunales llegaron hasta ahora, y que derivaron en el pedido de captura de cinco funcionarios iraníes y un jefe de Hezbollah, serán ajustadas en homenaje al reacercamiento con Teherán. Es decir: a partir de octubre Salehi ofrecerá a Timerman la identificación de un nuevo culpable.
Este redireccionamiento tendrá un costo inevitable para la simbólica kirchnerista. El enfoque que el oficialismo tuvo hasta ahora del atentado a la AMIA podía ser presentado como la proyección de una política de derechos humanos más amplia, orientada a la reposición de justicia. Esa armonía está destinada a perderse. Timerman negociará con un régimen que, además de negar la Shoá –en la que se justifica, entre otras razones, la existencia del Estado de Israel–, prohíbe la libertad religiosa, desconoce la igualdad entre el hombre y la mujer, y persigue a los homosexuales. ¿Cuáles son las razones de este giro? En la superficie aparecen motivos económicos. En 2011 el comercio con Irán fue de US$2000 millones. El único país sudamericano que supera ese monto es Brasil. Muchos expertos interpretan que el Gobierno pretende reproducir con Irán un esquema de intercambio de alimentos por energía, similar al que ensaya con Angola y al que hay con Venezuela. Sería un alivio para Ahmadinejad, que sufre el embargo de Washington y de Europa, principal destinataria de su petróleo.
Esta apuesta comercial no plantearía contradicción alguna con la deriva izquierdizante que está asumiendo el kirchnerismo. La profundización de relaciones con Irán es la dimensión más audaz de un eje bolivariano que se define, sobre todo, por su contradicción con los Estados Unidos. La imputación al régimen iraní por el ataque terrorista contra la AMIA era acaso el único factor de diferenciación de Cristina Kirchner respecto de ese bloque. En agosto de 2010 Timerman realizó una conferencia de prensa a dúo con Hillary Clinton para denunciar el terrorismo iraní y hasta ofreció a su colega datos sobre las conexiones entre el atentado contra la AMIA y el que se planeó contra el aeropuerto Kennedy. En cambio, el Gobierno se ha integrado al chavismo en un "nosotros" más completo. Se terminan de definir, entonces, los rasgos familiares que se insinuaban en la presión sobre la prensa, el ahogo a la iniciativa privada y el ejercicio de un liderazgo más personalista y autocrático.
La negociación del caso AMIA con Ahmadinejad está plagada de desafíos. El 28 de septiembre de 2010, contestando acusaciones de Cristina Kirchner ante la Asamblea General, el representante de Irán ante la ONU, Mohamad Khazaee, dirigió una nota furibunda al secretario general Ban Ki-moon. Sostuvo que su gobierno "se ha cerciorado de que ningún ciudadano iraní estuvo implicado, directa o indirectamente, en la explosión de la AMIA", y acusó a la Argentina de encubrir "a los auténticos autores de tan execrable crimen".
No existe constancia alguna de que Irán se haya movido de esa posición. El que se fue deslizando fue el gobierno argentino. Fue la Presidenta, no Ahmadinejad, quien propuso una negociación inspirada en el caso Lockerbie, en el que jueces escoceses condenaron en territorio holandés a un jefe de la inteligencia libia por el atentado contra un avión de Pan Am. La diferencia de este proceso con la voladura de la AMIA es que Khadafy, a diferencia de Ahmadinejad, admitió la posibilidad de que un ciudadano de su país fuera culpable.
Teherán apenas ofreció cooperar con la identificación de los "verdaderos culpables". En otras palabras: mientras Timerman propone negociar con Salehi el sometimiento a juicio de los siete iraníes cuya captura pidió el juez Canicoba Corral, Salehi propone negociar con Timerman la identificación de otro responsable.
¿Quién sería ese culpable? Si la realidad fuera un papel en blanco, Ahmadinejad acusaría a la propia comunidad judía. El Gobierno no podría aceptar esa imputación delirante. Para zanjar la discusión está la denominada pista siria. Se trata de la hipótesis, abandonada por los investigadores del caso, que atribuye el ataque a la AMIA a una red de terroristas sirios vinculados con compatriotas radicados en la Argentina. En el centro de esa red habría estado Alberto Kanoore Edul, fallecido en 2010. Carlos Menem, Hugo Anzorreguy, el ex juez Galeano y el comisario Jorge Palacios fueron acusados de encubrir a ese empresario textil.
La sustitución de los iraníes por los sirios tendría atractivos para el kirchnerismo. Cuando ejercía la vicepresidencia de la bicameral de seguimiento de la causa AMIA, la entonces diputada Kirchner defendía esa versión. En 2003 la reemplazó por la pista iraní. Con la misma practicidad podría regresar a ella.
El otro encanto de la "pista siria" es la posibilidad de salpicar a Macri. El comisario Palacios fue su jefe de policía. Y su ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, fue acusado de abastecerse de uniformes con los Kanoore Edul. El kirchnerismo, con la cooperación del titular de la Asociación de Familiares y Amigos de Víctimas de la AMIA, Sergio Burstein, suele utilizar estos datos para castigar a Macri. Nada que sorprenda: desde un comienzo esta causa fue utilizada como mancha venenosa en la política doméstica. Primero fue Menem contra Duhalde, después los Kirchner contra Menem y, más tarde, contra Macri.
En Nueva York, Timerman acompañó el descongelamiento del vínculo con Irán condenando ante la ONU a los que utilizan la excusa del combate al terrorismo para discriminar a países que invierten en energía nuclear con fines pacíficos. Esa afirmación, en teoría irreprochable, fue entendida como una defensa de Irán, que se sirve de los mismos términos para contestar a Estados Unidos, a Europa y a Israel, la imputación de construir un arsenal nuclear.
Ahmadinejad está sometido a una presión tan alta que no excluye la guerra. La relación con su gobierno es un vector de la campaña electoral norteamericana. Cristina Kirchner le tiró un salvavidas para disimular un poco su aislamiento. Es lógico, entonces, que las palabras de Timerman hayan sido puestas bajo la lupa. Hasta que se produjo el atentado, la Argentina había sido proveedora de un combustible de uranio de bajo enriquecimiento para un reactor iraní de investigación; y el año que viene el país ocupará una banca transitoria del Consejo de Seguridad.
Timerman podría haber compensado su acercamiento a Irán con un mensaje genérico contra la proliferación nuclear. Pero, kirchnerista al fin, fue por más. No sólo cambió de rumbo: orientó la proa del avión hacia el centro del huracán.
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