El riesgo de una democracia empobrecida
Siempre es una satisfacción el día de una votación y la jornada de ayer, con la votación en la ciudad de Buenos Aires, no es una excepción. Sin embargo, podría quedar oculto tras esa sensación electoral del deber cumplido, tras la hinchazón del pecho ciudadano, que nuestra democracia se está empobreciendo dramáticamente, y que en algunos casos hasta está siendo modificada genéticamente.
Las semillas del año 1983 recogían ideales de convivencia republicana que varias décadas después están en vías de completa alteración. La Justicia está perdiendo la venda de sus ojos y estamos ingresando en la era del reemplazo y la selección de jueces para cada causa.
La infiltración que se está llevando a cabo en el Poder Judicial podría tener efectos duraderos mucho más allá de este mandato presidencial.
A esta democracia que está dejando atrás el Estado de Derecho, se le ha agregado una malformación no menos grave, que es la noción de que ganar electoralmente da derecho a las mayorías a aplastar a las minorías.
Pareciera que quien aspira a ser respetado, en nuestro país, debe ganar una elección.
A su vez, el intercambio de ideas que debiera imperar en la vida democrática ha sido sustituido por una forma de integrismo, por la palabra semisagrada de un líder, a la que los propios no osan cuestionar y frente a la que los ajenos quedan descalificados.
Sí, seguimos votando, pero nuestra democracia se ha tornado estridente, infantil e irrespirable.
Sumidos en esta atmósfera, hemos ido perdiendo la facultad de ver cromáticamente la realidad y de advertir los matices.
Hemos desembocado en una democracia binaria, con una indigencia de categorías para pensarse a sí misma, en la que los eventos transcurren ya sólo en blanco y negro.
Ojalá un nuevo gobierno nos dé tiempo para pensar por qué somos pasto fácil, conejos de indias de cualquier experimento político que se le ocurre en el laboratorio a cada nuevo elegido, a cada nuevo iluminado.
Filósofo y ensayista
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