El resultado que casi nadie espera, pero todos temen
Una conjunción de condiciones objetivas y subjetivas obliga a no desechar un escenario más negativo para el oficialismo y a pensar en sus posibles consecuencias
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En el círculo rojo de la política todos hablan de eso, aunque es la hipótesis menos probable. Tanto como la que más incomoda.
Casi nadie espera en el oficialismo ni en la oposición que dentro de nueve días las elecciones arrojen un resultado sustancialmente peor para el Frente de Todos que el que sufrió en las PASO. La mayoría de las encuestas convalida esa percepción. Pero es una posibilidad que, saben, ninguno puede ni debe descartar por sus consecuencias casi inmediatas.
Por el contrario, como los escenarios más verosímiles y fundamentados, que se van consolidando a media que se acerca la fecha de los comicios, aparecen una remontada tras la derrota en la provincia de Buenos Aires, que no descarta un triunfo, y una recuperación en el plano nacional.
Sin embargo, una conjunción de condiciones objetivas y subjetivas obliga a no desechar un escenario más negativo para el oficialismo y a pensar en sus posibles consecuencias, como ya lo están haciendo en cada espacio, casi por obligación. De concretarse, se podrían acelerar procesos que impactarán en el escenario político y económico nacional y hacia adentro de las dos fuerzas mayoritarias, en cuyos respectivos territorios abundan las diferencias de visiones, proyectos, intereses y ambiciones.
La sorpresa que arrojaron las primarias, la escasa fiabilidad que tienen hoy los sondeos de opinión pública, la conflictividad en el seno del Frente de Todos, la acelerada crisis cambiaria, los tropiezos de Alberto Fernández, los desacoples en la campaña oficialista, el malestar general de la población, las malas señales de la economía y la incertidumbre que el Gobierno no puede, no quiere o no sabe despejar dan sustento a especulaciones sobre una derrota más amplia del oficialismo.
Nadie sabe con certeza cuán profundo ha calado el malestar social, cuánto se trasladará al voto la desconfianza en el Gobierno que sigue degradándose, cuántos irán a votar y cómo lo harán quienes no lo hicieron en las PASO.
En el oficialismo confían en que el proceso de movilización y traslado de votantes, sobre todo en el conurbano bonaerense, mejore de manera significativa su performance, además del efecto que podrían tener las medidas tomadas tras las PASO, que incluyen el “plan platita” y el congelamiento de precios. Tan cuestionable por su efectividad y efectos de largo plazo como impactante en lo inmediato.
“Con el aparato se puede crecer hasta cinco puntos”, afirma con optimismo uno de los principales referentes del Frente de Todos que conoce en profundidad el Gran Buenos Aires, basándose en experiencias previas. La preocupación es que la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales hayan alterado esos patrones. También en el oficialismo temen que vuelvan viejos cortes de boleta en apoyo de las listas locales y en detrimento de las boletas provinciales y nacional. Frutos de una cultura de la supervivencia para salvar lo propio que tiende a consolidarse. Hay antecedentes.
Por el contrario, tampoco nadie tiene medido el impacto que causó entre los votantes más blandos el mapa pintado de amarillo que dejaron las primarias. Varios encuestadores que alertan sobre este último punto se preguntan si llevará a una corrección, como ocurrió en 2019, cuando en la general se acortó la ventaja entre el perokirchnerismo y los cambiemitas. O si es un dique que se rompió y cuya fractura profundizará la deriva antioficialista, como ocurrió en 2013.
Frente a estos horizontes inciertos, la primera incógnita que aparece ante la posibilidad de un resultado más negativo para al oficialismo ataña al impacto que tendrá hacia adentro de la coalición gobernante.
Ese es el único escenario en el que reaparecen los fantasmas que se desataron en la semana posterior a las PASO con la implosión del Gabinete y la generación de fisuras nunca soldadas. No se advierte que eso pueda ocurrir con una derrotada acotada y, obviamente, menos con un triunfo. Aunque en el fondo todo siga pegado frágilmente y puede romperse ante la primera medida difícil que deberá tomar el Gobierno.
Ese es el único escenario en el que se espera que el resultado electoral pueda tener una consecuencia inmediata negativa. Para decirlo de otra manera, una derrota más acentuada es la única hipótesis en la que se evalúa algún riesgo de fractura del Frente de Todos, con consecuencias sobre la gobernabilidad, sin la necesidad de que concurran otros factores, como un mayor deterioro de la situación económico.
Por eso, nadie en el oficialismo, pero tampoco en la oposición, quiere pensar mucho en una mayor debilidad política con derivaciones institucionales. Salvo los sectores más radicalizados de las dos coaliciones mayoritarias y las fuerzas ubicadas en los extremos ideológicos que se excitan con la aceleración de los procesos. Mientras tanto, abundan especulaciones sobre lo que haría el cristicamporismo en tal caso, que sigue emitiendo señales confusas, cuando no contradictorias, según el interlocutor de turno. En eso no se diferencian demasiado del Presidente.
La operación de Cristina
La cirugía a la que acaba de someterse Cristina Kirchner agregó una cuota de incertidumbre, aunque no por cuestiones de salud, ya que se da por descartada la buena evolución posoperatoria y la ausencia de secuelas que la obliguen a modificar sus rutinas.
En el plano electoral, los analistas consideran que el paso de la vicepresidenta por el quirófano no tendrá impacto alguno. Pero menos certezas hay sobre el rol que ella querrá ocupar y las características que tendrá su actividad política cotidiana tras las elecciones. Su presencia ya había mermado después de que tiró la carta bomba con la que hizo volar del gabinete a varios albertistas fieles y con la que terminó imponiendo algunos cristinistas irreductibles, como Roberto Feletti.
En la Casa Rosada y en el peronismo no kirchnerista se especula (o se teme) con que la salud pueda ser una vía para tomar distancia de un gobierno derrotado, destinado a adoptar medidas con costo político para su capital simbólico. Algunas expresiones surgidas desde el cristinismo y el camporismo en los últimos días parecieron avalar tales presunciones. En clave de ese horizonte sombrío para Fernández también hay que leer los llamados a buscar acuerdos poselectorales que la Casa Rosada empezó a hacer propios.
Problema para la oposición
Lo que inquieta e incomoda en el oficialismo preocupa y altera también hacia adentro de Juntos por el Cambio. Todo horizonte de mayor inestabilidad, con la profundización de un debilitamiento o fractura del oficialismo, causa escozor.
El proceso de reconstrucción y reorganización después de la derrota de 2019 está lejos de haber terminado y de consagrar liderazgos indiscutidos.
La aparición en las PASO de nuevos desafiantes al establishment cambiemita, la renovación y revitalización del radicalismo aún en proceso de consolidación, más la demorada reconfiguración del macrismo, conforman una estructura inestable que no estaría en condiciones de afrontar desafíos mayores en lo inmediato. Ni siquiera uno de módica magnitud como el que supone discutir un acuerdo político con el Gobierno. Cualquier aceleración causa vértigo. Todos necesitan tiempo y se encomiendan a los beneficios discutibles de la cronoterapia.
La reaparición de Mauricio Macri expuso la fragilidad de la paz interior cambiemita, agravada por la injustificable agresión al equipo del canal kirchnerista C5N, que cubría su llegada al juzgado federal de Dolores.
El expresidente sintió que algunos aliados le retacearon el apoyo en medio de la embestida judicial que celebra el kirchnerismo. En tanto, los sectores que apuestan a una etapa superadora con la consolidación de un nuevo liderazgo encarnado por Horacio Rodríguez Larreta, lamentaron la reaparición tanto como la reacción de Macri.
Hay temor sobre el efecto que esas imágenes puedan tener en los votantes más blandos. Tampoco hay unanimidad al respecto entre los analistas de opinión, aunque la viralidad de la escena y las expresiones posteriores movieron el amperímetro del rating en medios tradicionales y redes sociales. Los que consideran que tendrá consecuencias, según surge de las primeras evidencias con las que cuentan, y ante los despistes del oficialismo, se hacen una pregunta irónica. “¿Será que nadie quiere ganar?”. La abundancia de errores valida el sarcasmo.
Es un hecho, hay escenarios que nadie quiere imaginar y resultados que casi nadie espera, pero que todos temen.