El protocolo antipiquetes se vio doblegado por el tamaño de la marcha y no mostró el rigor de otras movilizaciones
La movilización transcurrió sin operativos visibles de la policía de la ciudad y no hubo fuertes restricciones de movilidad sobre los manifestantes que colmaron la plaza y sus inmediaciones
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Una de las incógnitas que recaía sobre la movilización universitaria de este martes, que en la previa se anticipaba numerosa, era si el protocolo antipiquetes de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich se aplicaría con el mismo rigor que en las anteriores manifestaciones, muchas de las cuales fueron pregonadas por las organizaciones sociales. Algo que finalmente no ocurrió: las calles del centro porteño se vieron desbordadas de manifestantes y el tránsito vehicular se hizo imposible.
Más allá de que la manifestación estuvo signada por un rechazo generalizado al Gobierno –no faltaron otras consignas ni cánticos contra la figura del presidente Javier Milei– el volumen de esta nueva convocatoria, motorizada por un reclamo que alcanzaba a más amplios sectores sociales, redujo el protocolo a su mínima expresión.
“Se va a hacer todo lo necesario para complicar lo menos posible la vida de los ciudadanos”, dijeron a LA NACION, fuentes del gobierno nacional, anticipando el tamaño de la convocatoria y la imposibilidad de hacer cumplir el protocolo como en otras oportunidades.
Pasadas las 16, cuando la Plaza de Mayo, el epicentro de la protesta, comenzó a recibir a las columnas que se movilizaron desde distintos puntos de la capital, el centro porteño se tornó intransitable.
Banderas, puestos de comida y bebida, carpas partidarias, y un enorme contingente de manifestantes coparon la plaza y sus inmediaciones haciendo, por momentos, imposible la circulación de a pie.
Diagonal Norte y Diagonal Sur, junto con avenida de Mayo, avenida Rivadavia y todas las arterias que cortan la plaza, se vieron atiborradas de un muy amplio espectro de manifestantes: estudiantes y docentes que blandían libros, militantes partidarios con banderas, gremialistas varios con pecheras, y dirigentes opositores.
“Fueron 100.000 personas”, afirmaron en el Ministerio de Seguridad de la Ciudad. Una cifra en ruidos contraste con las 800.000 personas que, según afirmó una voz por el altoparlante del escenario, participaron de la convocatoria. “Por ahora cumplieron con todo lo pactado”, se escudaron en el área de Seguridad , cerca de las 17, al ser consultados por los detalles del operativo.
En la previa a la movilización, el ministerio que comanda Waldo Wolff acordó un diseño de protesta con las Universidades y el Frente Nacional Universitario. Contemplaba una concentración a las 13 en Plaza Houssay y una posterior movilización hacia el Congreso y Plaza de Mayo.
“Con el objetivo de fortalecer el orden en el espacio público durante toda la marcha, el ministerio ha establecido desde el comienzo de la actual gestión, diferentes directivas para que coexistan, en armonía, quienes quieran circular libremente con aquellos que quieran manifestarse dentro de la ley”, rezaba el comunicado que difundió la cartera porteña, con el que hicieron público lo pactado con las universidades.
Sin una fuerte presencia visible de efectivos de la ciudad, que suelen ceñirse al protocolo de Bullrich, la jornada de protesta, de fuerte talante antioficialista, se desarrolló sin incidentes, ni desbordes y en un clima que rozaba lo festivo. Los reclamos por el presupuesto universitario se mezclaban con cánticos contra Milei, y algunos otros en favor del kirchnerismo.
Antes de que el reclamo se volcara en las calles porteñas, Bullrich dijo a los medios que se trataba de una marcha “rara”, en la cual “se juntan demasiados intereses para poner en jaque al Gobierno”.
“Se les ha dado un presupuesto importante a las universidades. Todos los sectores de la sociedad tienen que tener un presupuesto menor, es necesario que comprendan el momento histórico”, afirmó. En la visión del Gobierno, la discusión presupuestaria ya está “saldada” y los intereses detrás de la movilización eran políticos.
Sobre el protocolo antipiquetes, instrumentado y elogiado por el jefe del gobierno porteño, Jorge Macri, en la última movilización activada por las organizaciones sociales y la izquierda sobre la 9 de julio, agregó: “El temperamento va a ser siempre respetar el protocolo que hemos planteado en el marco del tipo de marcha que encontremos en la calle. El plan de trabajo es de las fuerzas federales, no es público. Estamos coordinando con la Ciudad de Buenos Aires”
La multitudinaria marcha comenzó a tomar forma desde las 14, en distintos puntos del centro porteño y no hubo restricciones de movilidad, ni operativos especiales de contención visibles, como sí ocurrió en otras ocasiones, en las que la Policía de la ciudad, en conjunto con otras fuerzas, exhibió movimientos coordinados que forzaron a los manifestantes a replegarse y terminar desconcentrando.
Pasadas las 18, el principal punto de concentración comenzó a mostrar señales de desagote. Las calles que desembocan en la plaza, a diferencia de lo ocurrido horas antes, cuando los manifestantes que llegaban a nutrir la plaza suplantaban a los que se encontraban en retirada, mostraban ya un único sentido de circulación.
Con la desconcentración, buena parte de los manifestantes se desplazaron hacia la 9 de julio, la cual permaneció bloqueada a la altura de Moreno. Fue el punto de encuentro que eligieron para rearticularse muchas de las organizaciones que participaron de la protesta. Distintas columnas de estudiantes universitarios, por ejemplo, iniciaron la retirada definitiva sobre Carlos Pellegrini. Mientras duró la desconcentración, el tránsito vehicular se vio interrumpido y el Metrobús, bloqueado.
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