El primer fracaso de Javier Milei y el temor que sobrevuela a los libertarios
El Gobierno resignó el capítulo más urgente de la ley ómnibus y se encamina a una batalla larga con los gobernadores; reproches, internas y una gestión trabada
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El corto plazo es enemigo de las utopías. Javier Milei se propone rescatar a Occidente de las garras del socialismo, promete una Argentina alemana en 30 años y quiere barrer con las viejas reglas de la política, pero se empantana en la tarea burocrática de poner en marcha un gobierno sin mayorías.
La administración pública es todavía una obra en construcción, con decenas de casilleros sin cubrir, funcionarios supervivientes de la gestión kirchnerista/massista y agentes sin cargo que cumplen tareas medulares. La emoción del descubrimiento no previene el vicio de las intrigas palaciegas, que le costaron el puesto esta semana al ministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro.
Milei conduce el barco del poder con una técnica vanguardista. El sistema político aún no lo descifra. Se pregunta, por ejemplo, por qué prefirió admitir un fracaso resonante, al retirar el capítulo fiscal de la ley ómnibus, antes que resignarse al ejercicio de una negociación con los sectores que se ofrecen a ayudarlo, en especial los gobernadores de lo que fue Juntos por el Cambio.
“Se quiso llevar la ley a las patadas, cuando tenía a la mano conseguir casi todos sus objetivos”, se lamentaba una figura central del Pro, el grupo más afín a acompañar el derrotero libertario. El rechazo a la suba de retenciones y al cambio de la fórmula de actualización jubilatoria era mayoritario e insalvable, pero en los bloques que se autoproclaman dialoguistas ofrecían opciones que permitieran alcanzar la recaudación proyectada por el ministro Luis Caputo. Retrucan en la Casa Rosada: “No era serio. Todos los días nos venían con una fórmula distinta y entrábamos en una espiral sin final. No hay plata significa que no hay plata. Tendremos que trabajar sobre el gasto”.
El paquete fiscal es un compendio de las urgencias de un presidente en busca del equilibrio fiscal, acosado por la suba de la inflación y bajo observación de los mercados. La “ley Bases” parece una declaración de principios del rumbo de liberalización que traza Milei, pero el capítulo del ajuste es el corazón que hacía latir el proyecto. Ahí no había idealismo sino necesidad. El economista que prometía cortarse un brazo antes que subir un impuesto pedía un waiver doctrinario para acometer desde el poder una herencia envenenada.
Ahora todo empieza de nuevo, con el costo de las semanas perdidas y de haber erosionado la confianza de socios con los que el Presidente está condenado a entenderse. “Javier está tranquilo con los resultados hasta ahora”, minimiza una fuente del círculo presidencial.
El anuncio sobre el desmembramiento de ley puso en pausa una rebelión de gobernadores gestada a partir de una sucesión de tropiezos del dispositivo de intervención política del Gobierno.
Milei había desplegado sobre ellos una ofensiva que los tomó por sorpresa. Mientras el ministro del Interior y embajador ante “la casta”, Guillermo Francos, los seducía por teléfono, el Presidente y el ministro de Economía advertían que en caso de no aprobarse el capítulo fiscal de la ley el peso del ajuste recaería sobre los fondos destinados a las provincias.
“Cristina también te decía: ‘Votá o te cortó el chorro’. Pero nunca lo hizo a cara descubierta”, se sorprendió un gobernador con experiencia en el cargo.
La presión se incrementó el miércoles, el día del desangelado paro nacional de la CGT, un rato después de que los bloques amigables se habían prestado a firmar el dictamen de mayoría de la ley ómnibus. Lo habían hecho a regañadientes y con profusas disidencias.
El proceso hacia aquella conquista pírrica fue un retrato del método disruptivo que aplica Milei para interactuar con la política. Santiago Caputo, asesor de imagen del Presidente, representó al Gobierno en las discusiones previas al plenario de comisiones que dio luz verde al texto en la noche del martes.
Un diputado lo describe reclinado en un sillón del despacho de Martín Menem, presidente de la Cámara, con un cigarrillo sin encender en la comisura de los labios y tomando nota en un papel sobre los puntos que los opositores se resistían a apoyar. “Su preocupación era que el dictamen saliera sí o sí antes del paro”, coinciden cuatro asistentes a ese cónclave. Reclamaba que la sesión en el recinto fuera al día siguiente, para exhibir un contraste con los sindicalistas que perdían el día en protestar después de años de silencio.
Se descubrieron discutiendo una estrategia narrativa y no política o económica. Arrogancia y soberbia son palabras comunes en boca de legisladores que asistieron al diálogo con Caputo.
El despacho de Menem era una sala de experimentos ajena a las normas de la casa. El sobrino de Carlos Saúl invitaba a diputados rasos a hablar de a uno. “Juegan con la tentación de los que quieren ser el voto clave que ayudó a sacar la ley. Pero eso complica a los jefes de bloque y desordena el debate”, explica un legislador que firmó en disidencia el dictamen.
Apurados, acaso temerosos de que el dedo acusador de Milei los señalara por poner palos en la rueda, muchos de los integrantes del viejo Juntos por el Cambio firmaron el texto “corregido” sin tiempo de revisar su contenido. Establecieron sus disidencias en temas medulares, como las retenciones y las jubilaciones.
La serie tendría un capítulo más cuando descubrieron que muchos de los cambios pactados no se habían volcado al dictamen oficial. “Pecamos de ingenuos. No se puede negociar así, a las apuradas y sin leer lo que firmamos. La urgencia es de ellos, pero vivimos psicopateados con la onda antipolítica que agita Milei”, se confiesa un integrante del bloque arcoiris que conduce Miguel Pichetto.
Los gritos llegaban desde las provincias. Martín Llaryora, gobernador de Córdoba, descubrió que se habían tragado lo pactado en el capítulo sobre biocombustibles, tema en el que se involucró personalmente. “Lo vamos a acomodar en el recinto”, fue la respuesta que recibieron sus diputados. El tucumano Osvaldo Jaldo rompió con el kirchnerismo a cambio de mejoras para la industria azucarera. También quedó a la espera de que le cumplan la promesa.
Dictamen fantasma
Menem quiso atajar la crisis a la mañana siguiente y citó a diputados de todos los bloques a un departamento de Recoleta que pertenece al secretario parlamentario, Tomás Figueroa. Allí estaba Federico Sturzenegger, autor intelectual de la reforma. Otros diputados esperaban en el bar La Biela, confundidos. Se supone que la intención era acordar los cambios que pudieran incluirse en el articulado durante la sesión, pero se instaló la versión de que estaban reescribiendo el dictamen firmado en el Congreso, algo ilegal.
Mientras tanto, Luis Caputo apuraba por las redes a los gobernadores. “Estaba harto de vueltas. Necesita recaudar y avanzar de una vez”, señala una fuente del Gobierno. Pichetto explotó en público ante lo que interpretó como una ingratitud. Llegó a decir que “no pueden estar 4 años así”.
También se fastidió el radical Rodrigo de Loredo, al que algunos jefes provinciales de su partido achacan ser demasiado dócil con el Gobierno. “Le recuerdo que los ministros no son votados por la gente y están a disposición de decretos o de juicio político. Que los gobernadores, en cambio, sí han sido votados por el pueblo de sus distritos. Que la gente no votó un ajuste a los jubilados ni un aumento de retenciones”, escribió.
La posibilidad de un acuerdo se esfumaba. Milei empezó a coquetear con la idea de retirar el capítulo fiscal del proyecto.
“Si seguimos haciendo concesiones, se va a desvirtuar todo. Siempre van a pedir algo más”, resumía con la decisión ya tomada un integrante del equipo presidencial. La intención ahora es avanzar con manos libres hacia el ajuste del gasto. Sugieren en el Gobierno que se recortarán programas sociales (del Potenciar Trabajo) y se reducirán transferencias provinciales. Algunos, como el chubutense Ignacio Torres, ya sintieron el mismo viernes el impacto de fondos millonarios comprometidos que debían llegar a su distrito y no aparecieron.
Ajustar 5 puntos del PBI para llegar al déficit cero parece una tarea ciclópea. Habrá un intento de reconstruir una mesa de diálogo en busca de aflojar los recortes a cambio de subas impositivas. Se dibuja el contorno de una larga batalla de poder.
Un grupo de gobernadores de la oposición dialoguista se juntó este sábado en un Zoom para analizar cómo coordinarse. Lo curioso es que asistieron kirchneristas recientes como Jaldo, el salteño Gustavo Sáenz y el misionero Hugo Passalacqua.
Internas y filtraciones
En medio de la semana de turbulencias, afloraron las internas libertarias. La caída intempestiva de Ferraro quedó envuelta en la polémica por unas supuestas afirmaciones de Milei contra los gobernadores en la reunión de gabinete del jueves. “Los voy a dejar sin un peso. Los voy a fundir a todos”, se le atribuyó haber dicho.
A Ferraro, un hombre de bajo perfil y escaso contacto con la prensa, se le cargó la cuenta de haber ventilado “de manera maliciosa” esa frase. Por supuesto nadie lo dijo a micrófono abierto, pero el señalamiento surgió del núcleo más íntimo del poder.
La salida, sin embargo, se enmarca en una disputa asordinada que el ahora exfuncionario mantenía con el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, que primero bloqueó que Infraestructura tuviera bajo su órbita el área de Energía y después le intervino el control de las empresas públicas. Cerca de Posse le imputaban a Ferraro arrogarse una autonomía que entorpecía la gestión colectiva. La relación estaba al borde de la ruptura.
Horas antes el jefe de Gabinete había maniobrado para expulsar al superintendente de Servicios de Salud, Enrique Rodríguez Chiantore, al que le endosaron supuestos incumplimientos de los objetivos fijados y haber sido blando con los gremios que pararon el país el miércoles. “Estoy indignado”, reaccionó Chiantore y atribuyó el cese a la decisión de Posse y de su asesor, Mario Lugones, de ocupar ese cargo estratégico con gente de confianza.
Ferraro hizo silencio público, pero explotó con dos colegas del Gabinete que lo llamaron para despedirse: “No puedo creer las formas”, dijo y negó haber filtrado una sola palabra a la prensa.
¿Fue Chiantore ineficiente en sus escasas semanas como funcionario? ¿Hay evidencias de una imprudencia de Ferraro con el periodismo? ¿O asistimos al viejo espectáculo de las internas políticas protagonizado ahora por los noveles libertarios?
Un incipiente temor se propaga en el oficialismo. La creciente figura de Posse, el hermético encargado de traducir en acción los deseos de Milei, proyecta una sombra sobre el resto del gabinete. Él es el verdadero superministro aunque la chapa se la cuelgue Luis Caputo, heredero formal de las responsabilidades de Ferraro. Algunos empiezan a cuidar sus espaldas.
Las internas se bifurcan. El fracaso del capítulo fiscal de la ley ómnibus dejó tocado a Martín Menem. El presidente de la Cámara hace un curso acelerado de alta política bajo la mirada impaciente de los profesionales del oficio con los que le toca lidiar. El viernes Karina Milei se acercó al Congreso a almorzar con él, como señal de respaldo ante las críticas que le dedican desde el propio bloque de La Libertad Avanza (LLA).
En las cercanías del poder hay voces que retoman la idea que en diciembre le acercó Mauricio Macri a Milei de poner al frente de la Cámara a un político experimentado capaz de construir los consensos para que las reformas avancen. Entonces el nombre que se proponía era el de Cristian Ritondo, jefe del bloque Pro.
En el Gobierno se resisten a hablar de más cambios. El Presidente quiere mostrar autoridad y ratifica que el déficit cero es la prioridad, con o sin ley. Cueste lo que cueste. Piensa apurar sin respiro a los opositores para que saquen la delegación de facultades, privatizaciones y demás capítulos que sobreviven en la ley ómnibus. Oscar Zago, jefe del bloque de LLA, planteó incluso que ahora se debería volver a considerar una cesión de poderes especiales de dos años y prorrogable, como establecía el proyecto original.
Milei retiene el látigo de la popularidad. Su juego va de la intransigencia a la negociación. Del troleo en redes a los gestos agónicos de concesión, en un flujo de acontecimientos donde lo accesorio a menudo tapa lo prioritario.
Su obsesión pasa ahora por diseñar una versión alternativa y creíble del ajuste. Empieza a correr contra el tiempo. El lunes le espera el juicio de los mercados, que aprueban el rumbo, pero sopesan el escollo político de un gobierno en franca minoría y sin un mecanismo sustentable para la aprobación de leyes. Así de ingrato es el dinero: no juzga a una revolución por sus ideas sino por la capacidad de llevarlas a la práctica.
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