El presidente que no preside y el juego en las sombras de Cristina Kirchner
La centralidad de la vicepresidenta cambia la dinámica del Gobierno; el silencio revela el miedo a quedar pegada a una crisis de financiamiento y de reservas; el agro y el turismo, en la mira
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Alberto Fernández es una paradoja andante: tan precario es su poder que el mayor activo político que le queda es su propia debilidad. Cristina Kirchner entendió acaso demasiado tarde la lógica nociva del dispositivo de gobierno que se esmeró en moldear. Al “revolear” a Martín Guzmán a fuerza de acciones y discursos inclementes quemó el último fusible del Presidente. Se vio, sin desearlo, obligada a apuntalar una estructura inestable por miedo a que se le caiga encima.
La dinámica del oficialismo mutó sin disimulo en los últimos días. Ya nada ocurre si no interviene Cristina. El teléfono y la oficina del Senado de la vicepresidenta están más activos que nunca desde que el kirchnerismo recuperó el poder. “Ella no gobierna. Pero no sería inteligente avanzar hoy con ninguna decisión sin que ella esté al tanto”, explica un ministro que se resigna a la derrota definitiva de la ilusión albertista.
Cristina escucha, ofrece su diagnóstico, baja o sube el pulgar. Se asume la jefa política del Frente de Todos, ahora con una responsabilidad mayor sobre el destino de la gestión. Pero no le ofrece a Fernández el alivio de tomar medidas. “Tengo una responsabilidad institucional de sostener a este gobierno”, les dijo a los sindicalistas Andrés Rodríguez, José Luis Lingeri y Gerardo Martínez, a quienes recibió en su despacho el martes. Desde que era presidenta que no tenía algo parecido a una cumbre con la CGT.
En esa suerte de salvataje enmarca su papel en la “mesa de los miércoles” que comparte en Olivos con Fernández y con Sergio Massa a condición de que no se difunda nada de lo que ahí se habla. Un encumbrado kirchnerista que niega conocer el contenido de esas tertulias cuenta: “Alberto aceptó conformar algo que le pedíamos desde hace tiempo, que es un espacio de coordinación del Frente de Todos. No quiere decir que haya acuerdo en el rumbo; sí en que él ya no puede ignorar el liderazgo de Cristina”.
Es cierto que Fernández se resistía a socializar la administración de manera explícita. Lo consideraba una rendición que podía convertirlo en un presidente florero. Sin Guzmán no tuvo más remedio. Pero a Cristina no le quedó margen para celebrar. Tanto se demoró su triunfo y llegó en un momento tan angustiante de la economía que ahora lo último que quisiera es quedar asociada a las consecuencias de lo que vendrá. La vieja trampa de las plegarias atendidas.
El descalabro del Frente de Todos la sacó de la zona de confort en la que vivía y que consistía en preparar la sucesión oficialista de 2023 mientras demolía en cuotas la autoridad presidencial. “Ahí está Cristina para sacar esto adelante”, dijo Máximo Kirchner una semana atrás, después de maltratar sin piedad a Guzmán. A ella no le gustó del todo esa formulación. Prefiere insistir con que “la lapicera” no está en sus manos, como si apenas la moviera una pulsión altruista de rescatar de una catástrofe a su criatura descarriada.
Por eso no le regaló ni un tuit de aliento a Batakis, a pesar de la “gentileza” que la ministra tiene de adelantarle cada palabra que va a decir. Le valora el “sentido político” y la distingue de Guzmán aunque por el momento la orientación de sus proclamas públicas resulte apenas diferenciable (fe fiscalista, promesa de cumplir con el FMI, ajuste tarifario). Si en algo coinciden es en que la situación macroeconómica es “desesperante”.
Cristina dio también la orden al secretario de Energía, Darío Martínez, de aclarar todas las veces que fuera necesario que el plan de segmentación de tarifas que se puso en marcha el viernes es fruto de “una decisión del Presidente”. El anuncio era una urgencia acuciante para no complicar aún más el acuerdo con el FMI de cara a la vital revisión de septiembre en la que está en juego un desembolso de 4200 millones de dólares. En los hechos se maniobró para que la quita de subsidios y las facturas con aumentos no lleguen hasta octubre, si es que no se aborta antes el proceso. El club kirchnerista de la energía sigue pensando que el esquema está mal diseñado y puede derivar en un tarifazo socialmente inmanejable.
Quienes se reúnen con la vicepresidenta describen que sigue en alerta por la posibilidad de un episodio de deuda que dispare aún más la inflación hasta un límite insoportable. Y que mira compulsivamente las cifras de las reservas y el comportamiento de los dólares financieros.
Su silencio perjudica a Batakis, que no logra dotar de credibilidad el mensaje de prudencia que quiso mandar a los mercados el lunes. La brecha cambiaria de 130% es una señal alarmante. Pero Cristina no dudó en apelar a la cuenta de Twitter de la Presidencia del Senado para negar su participación en la iniciativa de aumentar la retención de Ganancias a las compras con tarjetas en el exterior.
La Dirección de Comunicación del Senado de la Nación, comunica que en la reunión de ayer mantenida entre el presidente de la Nación, el presidente de la Cámara de Diputados y la presidenta de este Cuerpo no se abordaron ninguno de los temas desarrollados en la falsa noticia pic.twitter.com/33pcZqej8e
— Senado Argentina (@SenadoArgentina) July 14, 2022
“Tampoco querrán que le militemos el ajuste”, acota un experimentado camporista.
En una reunión con los caciques suburbanos Alberto Descalzo, Juan José Mussi y Julio Pereyra, Cristina sugirió que con estos niveles de inflación se hace imposible pensar en un triunfo electoral. El 5,3% de junio preanuncia mayores tormentas. Les dejó la impresión a sus visitantes de que entiende a Batakis en la necesidad de acomodar “el quilombo que armó este pibe”, en alusión a Guzmán. A su lado esperan que se impulse una política mucho más enfática de controles de precios y no descartan que, en el mediano plazo, se intente un programa antiinflacionario más extremo.
Axel Kicillof es fuente de consulta para la vicepresidente, como siempre, y ahora también para los ministros Batakis y Daniel Scioli. Su hombre de confianza Augusto Costa ya participó de una reunión con supermercadistas esta semana. Pero el gobernador procura mantenerse a prudencial distancia de las llamas. Silencio es salud.
Los sindicalistas de la CGT formalizaron después de pasar por el Senado que harán una movilización el 17 de agosto. Se dieron un colchón de un mes para otear el horizonte. La presentan como una marcha “contra la inflación”, en un curioso ejercicio de personificación literaria. Héctor Daer, el jefe gremial que soñó el albertismo, dijo: “Más allá de los afectos o no que uno tenga, las responsabilidades institucionales nos movilizan. El Gobierno se debe fortalecer, acá no hay nombres propios”. El kirchnerismo lo decodificó como la señal definitiva de que la CGT abandona a su deriva el barco de la reelección presidencial, a tono con las aspiraciones de la vicepresidenta.
No fue magia
Quienes tratan a Fernández lo describen desanimado y herido, por momentos irascible. Le han armado reuniones terapéuticas para ensalzar su apuesta por la “apertura” y la “unidad”, como si hubiera sido voluntario su acercamiento a Cristina.
Jorge Capitanich, que cuestionó sin piedad el rumbo económico durante meses y tejió una liga de gobernadores de inspiración cristinista, visitó en Olivos a Fernández para ofrecer un gesto de concordia. Antes había hablado con la vicepresidenta.
En esa charla -lo reveló el propio Presidente- Capitanich escuchó el lamento de un hombre agobiado por el tiempo que le tocó ejercer en la Casa Rosada. “¿Hubieras elegido estos cuatro años para gobernar?”, le dijo después de repasar el listado de dramas que arranca con la pandemia y que tan a menudo retrata como una maldición bíblica dirigida hacia su persona. La frase transmite un pesimismo abrumador: sobre todo porque a este período le queda aún un año y medio de los cuatro que marca la ley.
Capitanich regó la confusión general cuando declaró que se requería apoyo a los anuncios de Batakis para “superar una transición compleja”. ¿Qué quiso decir con “transición”, cuando hay un gobierno cumpliendo su período constitucional? ¿Sigue el peronismo extraviado en los rumores de una salida anticipada del Presidente?
En distintos despachos del oficialismo esquivan la respuesta. Ponen énfasis en los dos meses que vienen por delante, con desafíos acuciantes en materia de vencimientos de deuda pública y demanda de dólares. La crisis de financiamiento puede desatar una devaluación descontrolada. Ese es el mayor de los miedos. “Hay que desactivar la bomba que dejó Guzmán. La única prioridad ahora es pasar septiembre”, señala un funcionario kirchnerista con llegada asidua a la vicepresidenta. El mismo espíritu de no mirar más allá del presente sobrevoló la reunión de Massa con su tropa del Frente Renovador.
Aníbal Fernández quiso levantarle el ánimo a su amigo presidente y reanimó el proyecto reeleccionista con la descripción de las “cosas mágicas” que le atribuye haber logrado en estos años. No hubo que esperar mucho a que desde el propio oficialismo volviera el búmeran cargado de ironía corrosiva: “Estamos de acuerdo. Ni Copperfield tuvo la capacidad de destruir todo en tan poco tiempo”, dijo Sergio Berni, ministro de Kicillof.
Alberto no encuentra en la galera trucos que doten de relevancia política su agenda ni tampoco un discurso convincente en estos días de eclipse de su figura. El viernes intentó reaccionar al vendaval financiero con una bravata amenazante contra “los especuladores de siempre” en medio de un acto sobre política sanitaria. “¿Quieren probar nuestra fortaleza? ¡La van a probar!”. Le faltó agregar “si quieren venir que vengan” para resaltar el dramatismo del momento.
El paso de las horas acentúa su soledad. Esta semana quiso contener a los piqueteros que conforman su último ejército político y los reunió en la Casa Rosada. Les dio un respaldo público después de los allanamientos en los que la Justicia halló dinero difícil de explicar en merenderos de la Corriente Clasista Combativa (CCC). A cambio se llevó la confirmación de que esos grupos participarán de las marchas que coordinan para el próximo miércoles la izquierda y los fieles del kirchnerista Juan Grabois.
En esa reunión sostuvo que ve “interesante” la idea de avanzar con un salario básico universal, el proyecto que promueve Cristina desde que decidió declararle la guerra al Movimiento Evita y a los piqueteros albertistas por considerarlos “intermediarios de la ayuda social”. Fernández habló de crear una comisión para discutir el tema, pese a que la portavoz Gabriela Cerruti sostuvo ante la prensa que no hay fondos para financiar un programa así.
Antes de irse el fin de semana a El Calafate, Cristina alentó al camporista Andrés Larroque y a la senadora Juliana Di Tullio a que apuren un proyecto parlamentario sobre el tema. Piensan en algo temporal, al estilo del IFE pandémico.
Como el mercado, la alteración callejera es otra variable loca para la dupla Alberto-Cristina. Con piqueteros y gremios movilizados por presión de las bases, el riesgo de una espiralización de la protesta está a la vista. El olfato de ese clima enrarecido aconsejó frenar por ahora el impulso kirchnerista de aumentar las retenciones a las exportaciones de granos, en medio de una semana de protestas del campo, y llevó también a que se descartara la idea de sacar el turismo del mercado de cambio oficial, ante la sospecha de que podía agitar el malestar de las clases medias urbanas.
Igual nada es seguro: el programa se construye al andar con un goteo de medidas que apuntan a aumentar los ingresos y apretar el cepo cambiario. El agro y el turismo siguen en la mira.
La consecuencia lógica de ese rumbo obligado es un enfriamiento de la economía, que ya empieza a materializarse. “Guzmán hizo todo mal. Ajustó cuando tenía margen para repartir, en 2021, camino a las elecciones. Y quiso apostar a la recuperación económica cuando la jugada pedía ser fiscalista, a principios de este año. Perdimos las elecciones, perdimos poder político y ahora enfrentamos una situación incendiaria en la que podemos perder todo”, se sincera un albertista que dialoga con todos los sectores del peronismo en busca de capear el temporal.
Ahora el antiguzmanismo es dogma del Frente de Todos. De ahí a pactar un plan existe un abismo. Un presidente que no preside y una jefa que esconde la mano que mueve los hilos navegan atados entre las olas de la crisis. A regañadientes, condenados a una sociedad política en la que ya no parecen creer. El único acuerdo que alcanzaron en el fondo del pozo fue dejar de cavar.
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