El presidente Javier Milei y la ventaja competitiva de la nueva normalidad
En los siete meses de gestión que lleva el gobierno de La Libertad Avanza, la Argentina navega en una tensa calma que augura bombas que nunca terminan de explotar
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El Gobierno de Javier Milei cuenta con una ventaja estructural. Su gestión opera en medio de una dinámica en la que la gravedad de los momentos políticos y económicos más delicados queda absorbida rápido en una nueva normalidad. Los desafíos que en el pasado alcanzaban para sellar la suerte de un gobierno o, al menos, el ingreso a una etapa de declive, en la administración Milei encuentran otro curso. Algo atípico para los procesos políticos argentinos de las últimas décadas. En esta nueva normalidad, la crisis legislativa de los primeros meses de su gobierno, la presión de los mercados de estas últimas semanas, los fogonazos del dólar y la crisis social se reordenan con velocidad y terminan confluyendo en un cauce de gobernabilidad sorprendente. Fallan los pronósticos.
La última prueba es la brecha que creció entre el Gobierno y los mercados. Aunque el Presidente volvió a poner sobre la mesa una clave interpretativa de los procesos argentinos desde el alfonsinismo al kirchnerismo, el caballito de batalla de “los golpes de mercado”, esa lógica ya no alcanza como matriz conceptual que explique la experiencia argentina actual. Y las crisis posibles que puede enfrentar. Es una bala interpretativa con la pólvora mojada.
Ayer, cuando arrecian los cuestionamientos de los mercados, el economista argentino Alberto Cavallo, hijo de Domingo Cavallo, experto en precios, que monitorea la inflación argentina diariamente, posteó en X: “La inflación mensual de la Argentina volvió a caer al 2,6% al 7/22, según las mediciones de PriceStats. Es el nivel más bajo desde diciembre de 2021″. Milei lo retuiteó enseguida.
Ahí reside parte del poder y de la sostenibilidad de la gestión de Milei. Lo que parecen ser los momentos más críticos del Gobierno se superan hasta encontrar una nueva estabilidad. En estos siete meses de gestión de La Libertad Avanza, la Argentina navega en una tensa calma que augura bombas que nunca terminan de explotar. La lógica política no responde a los tempos y temores tradicionales. Al menos por el momento.
La inflación mensual de Argentina volvió a caer al 2.6% al 7/22, según las mediciones de PriceStats. Es el nivel más bajo desde diciembre de 2021. #Argentina #Inflación #PriceStats
— Alberto Cavallo (@albertocavallo) July 22, 2024
Argentina's monthly inflation fell to 2.6% as of 7/22 , according to PriceStats. This is the… pic.twitter.com/WRmCILU5Rw
Hay mecanismos propiamente locales detrás de ese funcionamiento. La anomalía Milei desarmó lo concebible político en varios sentidos. La ciudadanía apoya lo impensable: el ajuste. El Gobierno encuentra ganancias en las medidas más costosas: el ajuste, otra vez. La crisis social que le preocupa al Fondo Monetario Internacional no desestabiliza al gobierno, al menos todavía. El desorden y la virulencia política se perciben como rasgos necesarios para un cambio posible. La falta de coherencia en posiciones clave, como la que enfrentó a Victoria Villarruel con Karina Milei la semana pasada en torno a la selección nacional y Francia, se vuelven parte del paisaje político aceptado: esas internas no quiebran al Gobierno, como le sucedía a la presidencia de los Fernández. El razonable señalamiento de todos esos problemas de gestión no agota el sentido de la transformación de la experiencia política y social que viven los argentinos.
También hay lógicas globales que enmarcan en parte lo que sucede en la Argentina de Milei. La desmesura generalizada de la política que termina circulando por las redes sociales normaliza los picos críticos. Ya quedan pocas cosas que alteren el orden. Ni una corrida cambiaria al estilo argentino, ni un atentado a un candidato presidencial de una potencia global o la renuncia de otro candidato en medio de una campaña electoral en esa misma potencia parecen tener el peso de otros tiempos: queda todo rápidamente digerido en una lógica política que aceptó el exceso y la ruptura de las tradiciones políticas como lo natural.
Milei representó una escalada exponencial en el modo de construirse como alternativa política nacional en apenas dos años, entre la elección de 2021, cuando apenas se quedó con el 18 por ciento de los votos de la Ciudad de Buenos Aires para diputados, lo que ya era todo un logro, y la de 2023, cuando se quedó con la presidencia. Ese nivel de exceso es, por ahora, la medida de las cosas. Todo lo grave y sólido se desvanece en el aire.
En la Argentina, la gobernabilidad de la desmesura es en parte una conquista de Milei. Hay dos temas que afectan a la vida diaria de las personas y que Milei pudo domesticar: la inflación es una; la crisis social expresada en la calle es otra. El último informe de la consultora Diágnóstico Político dejó en claro esto último. Milei logró lo impensable: reducir el nivel de piquetes en 2024 como no logró nadie en los últimos años. A nivel nacional, cayeron un 22 por ciento y en la Ciudad de Buenos Aires el logro fue contundente: 50 por ciento de caída. Un imposible al que la clase política histórica le escapó durante años. El relato mileista, anclado en la visión de Patricia Bullrich sobre el orden y de Sandra Pettovello sobre la política social, desactivó el poder de las organizaciones sociales en la calle aún en medio de un aumento de la pobreza. Otra razón es la contención de la inflación, que se percibe muy directamente en el bolsillo de todos, también de los más pobres.
La inflación sigue contenida pese a la reacción negativa de los mercados y la incertidumbre que traduce el aumento del dólar blue. No son cuestiones menores. Esos indicadores, cantidad de piquetes por año e inflación, traducen fielmente los niveles de conflictividad y ansiedad social e incertidumbre que impacta en la cotidianeidad de los argentinos.
El factor tiempo está en el centro de la experiencia inflacionaria. En los hogares, una inflación desbocada sopla la nuca de la opinión pública: cualquier fogonazo inflacionario acelera el tempo con el que se percibe la debilidad de un gobierno y la aceleración de la crisis económica personal. En esos casos, la política se vuelve drama personal a toda velocidad. Los argentinos lo saben.
Por ahora, el gobierno está tranquilo en ese punto. Por eso, la inflación a la baja o al menos estable es un ancla política, económica y social central. Por eso, también, la costumbre asumida por Milei y Caputo de anunciar la inflación por semana en momentos críticos: si la inflación mensual se muestra más complicada, la inflación semanal le permite al gobierno anclar diariamente el apoyo popular. “En la última semana, la inflación de alimentos y bebidas fue del 0 por ciento,” anunciaba Milei a principios de julio.
El invento no es nuevo: lo inauguró Massa y su número dos, Gabriel Rubistein en 2023, cuando la inflación empezó a escapársele irremediablemente y las elecciones estaban encima. “Inflación semanal 2,3%”, tuiteó Rubinstein el 10 de noviembre, a poco más de una semana del balotaje. En la puja política en el camino electoral, la inflación semanal fue una herramienta distractiva. No les funcionó. El mismo Alberto Cavallo cuestionó la medición semanal aislada. “El análisis es completamente engañoso. Lo que hay que mirar es la tendencia en el índice de precios”, explicó en noviembre del año pasado.
Fechas decisivas
El factor tiempo sí le pesa al gobierno de otra forma. En el centro de la gobernabilidad mileista, hay tres fechas clave. En lo local, fin de año y la elección legislativa de 2025. En lo internacional, la elección presidencial en Estados Unidos.
Fin de año fue el plazo que puso la gente, según encuestadores a principio de 2024, en relación a su expectativa de mejora de la situación económica. “Mi preocupación es que la gente espera que la recuperación se dé este año. Nadie lo sabe con exactitud, pero va a tomar más tiempo”, reconoce un hombre de los mercados al que escucha el gobierno. El año de plazo que la gente le dio al gobierno para dar vuelta la taba de la Argentina entró en su segunda fase: eso está más claro que la segunda fase del plan económico, en torno al que hay confusión.
El lunes, la Universidad de San Andrés divulgó su tradicional encuesta de satisfacción política y opinión pública. Julio muestra datos inquietantes para el Gobierno: “La satisfacción con la marcha general de las cosas a siete meses de asumir Milei es del 33%, o puntos más baja respecto al mes de mayo”, muestra el informe.
A cinco meses del 31 de diciembre, el Gobierno debe mostrar mejores noticias que una inflación de un dígito bajo. Ahí están todas las dudas que los anuncios de Luis Caputo no logran despejar. Los mercados reaccionan desde ahora. La reacción de la gente se va a notar definitivamente en las elecciones de 2025, la otra fecha clave.
El problema del gobierno es que la política económica se vuelva parches de coyuntura para aguantar con la nariz apretada hasta las elecciones parlamentarias. Es decir, su riesgo es ganar tiempo y fabricarse chances futuras de continuidad en el poder haciendo massismo: sacrificar el largo plazo de una política económica virtuosa en pos del corto plazo electoral.
La otra ficha del gobierno está puesta en otra dimensión temporal: las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos y un eventual triunfo de Trump. ¿Cuánto influirá en la gobernabilidad mileista que Trump gane? Hay opiniones encontradas. La palabra del candidato republicano en favor de Milei puede abrir una mejora de su posición ante el FMI, pero con limitaciones. Las expectativas excesivas son más cuestionadas.
La Argentina bajo Milei sigue su marcha. El destino final de su gestión es una pregunta todavía abierta. Un inversor atento al proceso argentino lo sintetiza con la cita de una versión, cuestionada por su veracidad pero gráfica para los tiempos locales que corren, que tiene como protagonista al ex primer ministro chino Zhou Enlai cuando en 1971 le preguntaron sobre el impacto de la Revolución Francesa, ocurrida en 1789, que contestó: “Too soon to tell”.
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