El pragmatismo atormentado de los Kirchner en la batalla por sobrevivir
Cristina y Máximo renovaron el apoyo a Massa, en medio del vendaval económico; amenazas de renuncia, presiones y la urgencia por resolver la estrategia electoral ante el temor a una “catástrofe” en las urnas
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Cristina y Máximo Kirchner se prodigan en homenajear al fundador de la dinastía, Néstor, autor de una célebre frase que estrenó delante de George W. Bush en la Casa Blanca: “No mire lo que digo sino lo que hago”.
Madre e hijo acaban de renovar la garantía política a las maniobras de emergencia que comanda Sergio Massa para evitar un salto devaluatorio que acelere el descalabro económico de la Argentina. Aprobaron en silencio el plan de pesificación forzosa de los bonos en dólares de la Anses, un territorio conquistado por La Cámpora, y apenas se reservaron el módico derecho a desahogarse de palabra. “Entre la gente y los bancos, nosotros rescatamos a la gente”, dijo el heredero Kirchner, en el ocaso de la semana en que el Gobierno ofreció, a cambio de pan para hoy, un fenomenal negocio al sistema financiero.
Se equivoca quien vislumbre allí una crítica. La alianza del kirchnerismo con Massa se ha convertido en un ejercicio de supervivencia para la vicepresidenta que en estos días ejerce el Poder Ejecutivo, ante la gira con vacaciones en el medio que inició Alberto Fernández. Es “pragmatismo a la desesperada”, como lo define un peronista que la trata asiduamente. Ella perdió hace tiempo la esperanza de retener el gobierno nacional; ahora lo que teme es una catástrofe electoral que barra con el kirchnerismo o lo reduzca a una facción testimonial del peronismo.
Los números escuecen. La sequía deja al país sin dólares ni esperanzas de tenerlos en el corto plazo. La inflación de marzo se descuenta que empezará con un 7 delante. El torniquete a las importaciones profundiza el freno de la economía con las elecciones a la vista. Inflación más recesión es lo que Cristina llamó hace dos semanas “el infierno más temido”. La jugada con los bonos en dólares en manos del Estado fue la señal al mercado de que se agotaron las herramientas. Un giro precipitado, pero suficiente de momento para evitar un salto brusco del tipo de cambio o el desdoblamiento que promovieron funcionarios de la Casa Rosada sin el más mínimo sentido de la discreción que requeriría una operación de ese tipo.
Massa se enardeció con Fernández. Lo acusó en persona de alentar publicaciones en los medios para desestabilizarlo. Coqueteó con irse y eso alcanzó para aquietar las aguas. No solo en escuálido bando del Presidente, sino en la familia Kirchner, que le extendió el apoyo político para el programa de ajuste contra el que despotrican en público. El miedo ordena. Esta fue la semana en que volvieron a sonar por lo bajo palabras malditas, como devaluación, hiperinflación y Asamblea Legislativa.
Cristina se siente atrapada en una realidad sobre la que perdió la capacidad de intervenir. Le queda la coartada discursiva. En sus últimas apariciones ensayó un discurso innovador: propone un gran acuerdo nacional para renegociar las condiciones del programa con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Le dice a su gente que las culpas del fracaso económico de esta administración que ella tuteló e integró desde infinidad de puestos públicos hay que buscarlas principalmente afuera. El ajuste es una imposición contra la que se puede luchar, pero para eso se requiere apoyo en las urnas.
Si se le quita condimento épico, la traducción es simple. A Massa hay que respaldarlo porque está jugando con reglas heredadas para llegar a la definición electoral sin un estallido. Todos los mecanismos son válidos para tocar la orilla. Se explica así la indignación selectiva: que nadie llore hoy por la plata de los abuelitos porque estamos ante una guerra de largo aliento. “Los manotazos son manotazos, pero a veces salvan al ahogado”, resume el espíritu de época un kirchnerista de ley.
Cristina le ofrece a su infantería de La Cámpora un palabrerío más sofisticado que el “luche y vuelve”. Ella no quiere ser candidata a presidenta. Se propone, como explica a diario su hijo, ser la arquitecta de la estrategia electoral que impida la profecía inconfesable de Alberto Fernández de que el kirchnerismo llegue a su fin después de 20 años de primacía.
El gran drama de la vicepresidenta es que queda sin opciones para constituir su oferta. “No imaginen una jugada sorprendente como la invención de Alberto en 2019. Hoy todo es incertidumbre”, se confiesa un legislador kirchnerista que participa en las sesiones de terapia en la que se han convertido las reuniones del PJ bonaerense que encabeza Máximo.
Massa sí, Massa no
Massa asomaba como primera opción hasta hace dos semanas cuando empezó a quedar en evidencia que las promesas de domar la inflación quedarían truncas. Por contradictorio que suene, una candidatura del ministro encajaría en el relato de la emancipación del FMI: hoy negocia con las normas vigentes, pero con respaldo electoral podría ser quien lidere la batalla que promueve la Jefa. Muy a menudo el kirchnerismo elige creer.
Aun con severas dudas personales, Cristina veía a Massa como un candidato competitivo. Con limitada probabilidad de ganar, pero con capacidad de ser un instrumento lo suficientemente sólido para empujar la reelección de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires y que le permita mantener un bloque legislativo sólido.
La inflación por arriba del 100% anual, el estancamiento de la actividad y la escasez alarmante de dólares convierten en una aventura incierta la posibilidad de presentar como postulante presidencial al ministro de Economía. Por suerte aflojó el calor. La Argentina funciona mejor a 25 grados.
A ella le costará más argumentar su negativa a postularse si no tiene a mano un candidato natural. La proscripción es la coartada contra una realidad que se le manifiesta cada vez que le alcanzan una encuesta: su techo electoral es bajísimo para imaginar un triunfo presidencial. La presión de los propios –con Kicillof a la cabeza– se sostiene en que si aceptara liderar la boleta podría aglutinar el voto duro y retener al menos la primacía en el peronismo. El precio, sin embargo, sería alto: arriesga el relato tan asumido por los suyos de que una mayoría social la acompaña incondicionalmente y de que nunca fue derrotada en las urnas. Kicillof tiene pesadillas con que le pidan ser él quien compita por la Casa Rosada, como maquina un sector del camporismo.
Es hora de pensar. Cristina sospecha que un desastre económico y una caída electoral estrepitosa la dejará a merced de un peronismo que fantasea desde hace una década con jubilarla. Ahora es una dirigente con una condena de corrupción a cuestas y, por lógica, más vulnerable. El cuadro es crítico para alguien convencido de que no hay fueros más eficientes que el poder absoluto.
Cuando hace cuentas ahonda su pesimismo. El Frente de Todos sacó 34,5% de los votos nacionales en 2021 –14 puntos menos que en 2019–. Desde entonces se duplicó el índice de inflación y se mantuvo el deterioro del salario real. ¿Cuánto caerá ahora?
La división del voto opositor que se refleja en el auge de Javier Milei se presenta como un arma de doble filo: por un lado, se mantiene la expectativa de que el oficialismo dé pelea, pero por otro esboza el escenario posible de que se quede afuera del ballottage. “Eso sería game over para Cristina y ella lo sabe”, explica un senador que integra su bloque.
La rebeldía del sumiso Alberto
La urgencia por sacar del juego a Fernández se agranda ante la escasez. Máximo Kirchner pareció desafiarlo a competir en las PASO cuando el viernes lo invitó sin nombrarlo a “ir a elecciones y que la sociedad decida”. Pero en realidad en La Cámpora prometen “una presión infernal” para que decline su candidatura. La hostilidad será extensiva a quienquiera que amague con representarlo, como descubrió Daniel Scioli, a quien esta semana criticaron sin piedad el ministro Wado de Pedro y otros kirchneristas de renombre.
La tozudez de Fernández enardece a Cristina porque ella está convencida a que no puede encarar una PASO contra el Presidente que ella puso con un tuit, en un alarde que buscaba exhibir su dominio sobre el resto del peronismo. No sería una campaña sino un monumental acto de autocrítica.
Algunos de los dirigentes extranjeros que vinieron al país para la cumbre del Grupo de Puebla de esta semana se sorprendieron por el grado de desdén con que ella habló del Presidente en charlas reservadas. Tuvieron que separar con casi un día de distancia sus participaciones porque ninguno de los dos quería pasar por el incordio de saludarse.
El gobierno albertista se explica en el catequismo K como un accidente. Una transición de emergencias mal administradas en la que la voz de Cristina no fue escuchada (como dijo casi textual Máximo durante la marcha camporista del 24 de marzo). Si el presidente fallido se empeña en defender su legado con una postulación será imposible detener una batalla interna de consecuencias inimaginables. Los aprestos ya son cruentos, con palabras que vuelan como misiles entre ministros (Kelly Olmos vs. Wado de Pedro) y entre jurisdicciones (Aníbal Fernández vs. Kicillof). Demasiadas chispas en una economía inflamable.
Massa pretendió actuar siempre como punto de equilibrio en esa relación tóxica. En los últimos días quedó en evidencia que su alianza principal es con los Kirchner. Su enojo con Fernández al principio de esta semana llegó hasta el límite de amenazarlo con dejar el ministerio si persistían lo que, a su juicio, son operaciones mediáticas de sus hombres de confianza para debilitarlo ante la opinión pública.
¿Puede ser cierto que el Presidente perciba como un competidor al ministro que contrató para salvarlo de un desastre y por eso trate de perjudicarlo? El massismo y también el kirchnerismo lo afirman como una verdad evidente.
Fernández ya no tiene diálogo posible con Cristina y vive en tensión con Massa. La ocasión de que Joe Biden lo reciba en la Casa Blanca le permite alejarse de la crisis casi una semana. Estuvo este sábado en la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo y no dudó en agendar dos días en Nueva York para él y su comitiva a la espera de la cita prevista para el miércoles con el presidente de Estados Unidos. ¿Será para ahorrar en combustible?
Pero las advertencias lo siguen por América. Máximo lo torea en público y por fuera de micrófono le llegan advertencias más severas. La principal: que los ministros que responden a Cristina están dispuestos a salir del Gobierno si él se propone competir contra el kirchnerismo. ¿Incluso Massa? Silencios que suman agitación.
La incógnita que atraviesa al peronismo es si los Kirchner no terminarán forzando la fractura del Frente de Todos, como una forma simbólica de soltar el lastre de su “error” de 2019. Gobernadores, intendentes y sindicalistas apuestan a que eso no va a pasar. Descuentan que Cristina sabe –más allá de lo que diga– que es responsable de que este gobierno llegue hasta el final y que le caerá en su mesa la factura por los eventuales destrozos económicos de la gestión Fernández. “Están condenados a tolerarse nueve meses más”, resume un ministro de los que trata de mantener la equidistancia.
Fernández parece aliviado bajo la burbuja que se construyó a su alrededor, que parece ponerlo a salvo de las responsabilidades. No tiene previsto darles el gusto todavía a los kirchneristas de anunciar su -más que probable– renuncia a la reelección y seguirá con las giras autocelebratorias, como la que lo llevaron a reinaugurar el tren Buenos Aires-Mendoza. Un prodigio de la tecnología que tarda 28 horas y va más lento que el que dejó de funcionar hace 30 años, pero que el Presidente presentó como un símbolo del progreso que su gestión propulsa.
Hay una pasión por la ironía en el peronismo. Si no que alguien le pida explicaciones a La Cámpora por una de las principales consignas de la marcha del 24 de marzo. Mientras cruzan los dedos para que funcione el último truco de su aliado Massa, agitaron carteles con una demanda enternecedora: “Democracia sin magia”.
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