El poder de la firma
¿Qué esperan nuestros jueces para entrar en el siglo XXI?
Los jueces de la Corte modificaron su reglamento para sesionar de manera virtual y dieron validez a sus firmas digitales para rubricar una sentencia a la distancia, durante la pandemia de coronavirus.
Sin embargo, ayer actuaron como en el siglo XIX. Actuaron como si estuvieran en 1816 cuando los congresistas de Tucumán tuvieron que atravesar medio país en sus diligencias para firmar la declaración de la independencia.
Ayer los votos de los jueces Ricardo Lorenzetti y Horacio Rosatti viajaron en auto desde la provincia de Santa Fe, firmados de puño y letra, encerrados en un sobre de papel madera, hasta que aterrizaron en el Palacio de Justicia. Así -y vaya paradoja- se terminó de conformar la sentencia que rechazó por improcedente la pretensión de la vicepresidenta Cristina Kirchner de que le den certeza acerca de si es posible que el Senado sesione de manera virtual. Todos los jueces decidieron firmar de su puño y letra. La logística del acuerdo es del presidente, dijeron en la vocalía de Lorenzetti, así lo decidieron ellos, dijeron en lo de Rosatti. La explicación técnica es que no todos tienen registrada la firma digital, si Carlos Rosenkrantz.
Parece que el tiempo no pasó para estos jueces, pero el problema radica pura y exclusivamente en el poder que creen que encierran sus lapiceras. Sospechan que, si no rubrican con su propia pluma fuente el fallo, si no escuchan cómo se rasga el papel debajo del trazo firme de su firma, no vale esa decisión que toman.
Esto implica no asumir que estamos en el siglo XXI. El coronavirus hizo visible esta circunstancia, pero los jueces se aferran a vivir por lo menos en dos siglos atrás.
Desde hace una década el Poder Judicial tiene las herramientas como para funcionar de manera digital, puede gestionar sus expedientes de manera remota para poder trabajar de otro modo, sin embargo, no lo hizo, hasta ahora. Solo puso en marcha estos mecanismos ahora, cuando no le quedaba otro remedio.
Esto habla del apego a unas prácticas anacrónicas, ya perimidas porque el imperium de un juez, su poder, no está en el trazo de su lapicera, sino que está en la legitimidad de su autoridad, hoy devaluada.
La Cámara de Casación también se dio a sí mismo la posibilidad de sesionar por videoconferencia y de firmar expediente de manera virtual, pero el fallo que denegó la excarcelación a Ricardo Jaime no pasó por ese procedimiento. Hay jueces que todavía no logran estampar su firma digital en los expedientes. No ocurre en la Cámara Federal que la última semana firmó medio centenar de resoluciones con el tilde verde, que garantiza que esa decisión fue rubricada de manera electrónica por los camaristas que así dictaron sentencia.
El problema no son las formas, en este caso es el fondo, pues la decisión de los jueces debe tener una legitimidad que se baste a sí misma. Porque la gente descree del Poder Judicial, aunque firme con lapicera.
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