Sin pisar la Casa Rosada, la vicepresidenta tiene una influencia decisiva en la gestión a través de múltiples delegados en lugares clave; una jefatura política basada en el factor sorpresa
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Cristina Kirchner avanza. Luego de haberse arropado con la moderación de Alberto Fernández y de Sergio Massa en una alianza panperonista que resultó un buen artefacto electoral y que le permitió recuperar la botonera estatal, la vicepresidenta retomó su verdadera esencia política, alimentada por una obsesión reformista cuyo blanco es la Justicia, el único poder que no controla, e instrumentada con un secretismo que altera los nervios de propios y extraños.
Cristina hace un culto del sigilo en su vida cotidiana. La discreción es un requisito ineludible para los pocos dirigentes que acceden a su mundo. En el ingreso a su departamento de Recoleta hay un cofre, ubicado al pie de una Virgen, donde los visitantes deben depositar sus teléfonos celulares antes de pasar al living para las reuniones políticas. Solo sus hijos, Máximo y Florencia, están excluidos de las restricciones que impone la vice. El jefe de La Cámpora es el encargado de trasladar al Frente de Todos las directivas que emanan de su madre.
Con la fórmula del “factor sorpresa” como método político, el regreso de una Cristina más auténtica reveló una necesidad: en las bases que le dan sustento al kirchnerismo, sobre todo en la decisiva provincia de Buenos Aires, la gestión del Frente de Todos tiene gusto a poco. Eso alentó la instalación de un “gobierno paralelo” que, como un hecho consumado, se erige porque Fernández no ejerce el liderazgo tradicional que marca la historia del peronismo.
La supremacía política de Cristina sobre la alianza gubernamental tiene su cabecera en el Senado, que no solo vota las leyes que envía el Poder Ejecutivo sino que avanza con iniciativas propias que contradicen al Presidente en temas clave como la deuda externa o la pretendida reforma del Ministerio Público Fiscal. Y extiende sus ramificaciones en la Cámara de Diputados; ministerios y organismos nacionales; el Consejo de la Magistratura y la gestión bonaerense de Axel Kicillof.
La relación entre el Presidente y la vice se deterioró desde el año pasado. Hasta ese momento mantenían reuniones personales, pero hace meses que los contactos se remiten a intercambios por Telegram y a encuentros públicos como la “foto de unidad” en Ensenada, teatralizada por el oficialismo tras los chispazos que saltaron cuando el ministro de Economía, Martín Guzmán, quiso desplazar al subsecretario de Energía, el camporista Federico Basualdo.
La “dueña de los votos”
La defensa a ultranza de un funcionario de tercera línea desnudó hasta qué punto Cristina está dispuesta a hacer pesar su condición de “dueña de los votos” que inclina la balanza en el Frente de Todos. Ya sea desde su departamento de Recoleta, la oficina del Instituto Patria –a la que consideró su refugio contra el “lawfare”- o el despacho del Senado, la vice se comunica con la dirigencia oficialista previa contraseña de sus secretarios: “La doctora te quiere hablar”.
Desde intendentes del Conurbano, a los que últimamente consultó sobre la situación social en sus distritos, pasando por funcionarios como la directora del PAMI, Luana Volnovich, hasta gobernadores provinciales como el santiagueño Gerardo Zamora, Cristina ejerce con todos una jefatura política sin disimulos, pese a que se mantiene a prudente distancia de la Casa Rosada. La vice no pisa la sede de gobierno desde el tumultuoso velatorio de Diego Maradona, en noviembre pasado.
Los diálogos reservados los mantiene en persona y con cuidados extremos para que no haya filtraciones, una costumbre que se agudizó tras la salida del poder, en 2015, cuando las ya célebres conversaciones con Oscar Parrilli se convirtieron en un “meme auditivo”. Las medidas anti-espionaje son seguidas a rajatabla por todos los funcionarios que visitan a Cristina, entre ellos Juan Martín Mena, el secretario de Justicia exAFI, o el consejero Gerónimo Ustarroz.
Con los dirigentes con los que tiene un trato más distante, como es el caso de Sergio Massa, las reuniones son café de por medio en el Senado, no en Recoleta. Cristina y el presidente de la Cámara de Diputados son aliados que se relacionan como “profesionales de la política”. Aunque con Máximo de por medio, la vice tuvo un gesto para dejar atrás la desconfianza mutua cuando aceptó una invitación de Massa a un asado familiar en Tigre.
La mesa chica
En el Senado, al que concurre por la tarde, los interlocutores más frecuentes de Cristina son Marcelo Fuentes, miembro del kirchnerismo fundacional que oficia de secretario parlamentario y es mencionado entre bambalinas como “el candidato de la jefa” a la Procuración si es que prospera la reforma impulsada por ellos mismos; y Anabel Fernández Sagasti, la joven mendocina a quien señalan como “la más parecida” a Cristina por su impronta política y personal.
Pero si de preferidos se trata, el primer escalón del podio lo ocupa Kicillof. El gobernador es considerado el autor intelectual de las ideas económicas de la vice, a tal punto que en el Palacio de Hacienda están convencidos de que “le calentó la oreja” para que defendiera a Basualdo, lo que hizo por medio de su vocero Hernán Reibel. Un ministro de Kicillof, Augusto Costa, figura “sotto voce” entre los candidatos a reemplazar a Guzmán si decantara su aislamiento.
El territorio bonaerense es, por lejos, el lugar al que más atención política le presta la vice. Allí se concentra el electorado más nutrido del kirchnerismo, pero también es el trampolín sobre el que Cristina proyecta su línea sucesoria: Kicillof y Máximo están en sus planes de cara a 2023. Por eso interviene personalmente cada vez que percibe que sus delfines son resistidos por los intendentes del Conurbano, que despectivamente los apodan “los pibitos”.
La propia Cristina llamó al intendente de Merlo, Gustavo Menéndez, para advertirle que esperaba su apoyo al desembarco de Máximo en el PJ bonaerense, pese a que el jefe comunal tenía mandato como titular del partido hasta diciembre, al igual que el “plantado” Fernando Gray, de Esteban Echeverría. La vice no piensa en ellos para el futuro político. En cambio, tiene expectativas en Mayra Mendoza (Quilmes), la única intendenta de La Cámpora en el Conurbano.
En la Provincia también hay funcionarios de línea directa con Cristina, como el ministro de Seguridad, Sergio Berni, a quien sostiene pese a los cuestionamientos del ala progresista del Frente de Todos; y el viceministro de Salud, Nicolás Kreplak, un antagonista del aperturismo del alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta en medio de la pandemia de coronavirus.
Los leales camporistas
La agrupación que conduce Máximo Kirchner tiene a Andrés “Cuervo” Larroque, su secretario general, al frente de la política social bonaerense. A nivel nacional, cuenta con Laura Alonso, que dirige la Secretaría de Inclusión Social; y sobre todo, con Fernanda Raverta al mando de la Anses, desde donde se abastece a 18 millones de CBU todos los meses. Ahora Raverta está diseñando un programa de formación laboral para 2,5 millones de personas, con foco en el AMBA.
Entre las “escuderas” de Cristina también se cuenta a Graciana Peñafort, asesora legal del Senado y abogada de Amado Boudou, una de las abanderadas de la primera hora de la teoría del “lawfare”, junto a otros recién llegados a esos terrenos como el ministro de Justicia, Martín Soria. El contraataque kirchnerista contra jueces y fiscales tiene terminales en los servicios de inteligencia, pese a la interna abierta entre la directora de la AFI, Cristina Camaño, y diputados como Rodolfo Tailhade, a cargo de la comisión de Justicia en la Cámara baja.
Cristina tiene menos presencia política en dos ministerios clave: Economía y Cancillería. Pese a que colocó a Camilo Vaca Narvaja como embajador en China y también con su acuerdo se nombraron a los representantes en Cuba, Bolivia y Rusia, la vice no cuenta con funcionarios en la primera línea del Palacio San Martín, lo cual se expresa en fuertes cuestionamientos internos al canciller Felipe Solá. La misma lógica se aplica al Palacio de Hacienda, donde salvo la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, ligada a Kicillof, no hay kirchneristas puros cerca de Guzmán.
La relación con el Papa
El apoyo que tiene el ministro de Economía por parte del Papa Francisco, demostrado en sus dos últimas apariciones en el Vaticano con diferencia de diez días, recorta un elemento novedoso en la interna oficialista: ya son varios los mensajeros que llegan desde Roma con la advertencia de que el “Papa peronista” está molesto con Cristina. “No se da cuenta de que sin Alberto, no habrá Máximo, ni Axel, ni Massa en 2023”, advierten los emisarios que se mueven en los pliegues de la política y la diplomacia.
El último encuentro con el expresidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva, realizado en forma virtual, reveló hasta qué punto Cristina creyó que luego de 2015 pudo haber terminado encarcelada, como sucedió con el líder del PT, que ahora, con la libertad recuperada, proyecta un futuro político pese a su avanzada edad. Justamente esa percepción, extendida a su familia debido a causas judiciales como Hotesur y Los Sauces, generó en su momento una enorme preocupación en la expresidenta.
Florencia Kirchner, que no tiene fueros a diferencia de su madre y de su hermano mayor, no solo atravesó problemas de salud tratados en Cuba, sino que experimentó un rechazo por la actividad política que complicó la relación entre ambas. Sin embargo, Florencia ya no es un motivo central de preocupación para Cristina, coinciden en señalar dirigentes de su entorno. De las pocas veces que la vice viajó a El Calafate durante la pandemia, en varias lo hizo acompañada por Florencia y su nieta Helena.
A diferencia de su vida de perfil bajo en Recoleta, donde jamás sale de su departamento, en El Calafate suele hacer recorridos por locales comerciales y accede amablemente a tomarse fotos cuando se lo piden o a grabar algún mensaje con videos. Otra cara de una Cristina más relajada de que la que, en el centro del poder nacional, es acusada por la oposición de avanzar con un “golpe de palacio”.
Aquella consigna de Alberto Fernández en 2019, que en campaña electoral repetía “con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede”, se resignifica ahora para el Frente de Todos cuando debe gobernar en medio de la pandemia y la crisis. La segunda parte de la frase se cumple como un mandamiento, mientras la vice pergeña “nuevas articulaciones” que desvelan a la oposición –que nunca logra anticipar sus movimientos- y también al propio oficialismo, que es sacudido por ásperas críticas de la vice y termina aceptando como un hecho consumado su “gobierno paralelo”.
Con la colaboración de Mariela Arias, corresponsal en Santa Cruz.
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